Historia del tejido en el mundo

Los textiles de toda Latinoamérica cuentan la vida en su trama .

El tejido ha tenido numerosos aspectos, en su proceso histórico, y el primero de ellos indudablemente fue el de servir de abrigo y su función la de cubrir.

Antropológicamente el hombre se viste para denotarse humano, diferente a las bestias y a los salvajes, a otros hombres. Se teje para los hombres, para sus cuerpos, para la casa en que viven, para sus animales, transformando así todo símbolo textil en antropométrico o sea a la medida de los seres humanos.

A medida que la complejidad cultural se acentuaba, la ropa por su diseño o por su color, va a servir para determinar el lugar de origen de una persona, su estado civil, su lugar jerárquico dentro de su hábitat, o también para ser usado como moneda de pago en el trueque o en el cumplimiento de tributos que ordenaba el estado o los jefes de grupo.

La materia es siempre una fibra que se transforma hasta convertirla en un artefacto textil. Las articulaciones fundamentales mediante las cuales el textil adquiere su potencialidad expresiva son: hilado y textura, urdido y técnica o forma además de color y brillo.

La tela surgió en Anatolia y Palestina, usando como materia prima el lino, utilizado para fabricar cuerdas, juntando y retorciendo las fibras. Haciendo hilos más finos se dedujo que al entrecruzarse se obtendría un tejido flexible, poroso y ligero.

Para fabricarlo se usaba un bastidor donde se fijaban los hilos de la urdimbre, mediante una varilla se iban levantando los hilos en forma alternada, creando un espacio por donde se cruzaba en perpendicular el hilo de la trama. De 7.000 A.C. data el telar más antiguo hallado en Medio Oriente en Catal Hüyük, lo que hoy es Turquía.

La referencia más antigua de un telar en una cerámica egipcia data del año 4.400 a.C., donde se muestra un dibujo de un aparato sencillo semejante al que se ha seguido usando miles de años después.

En el período Neolítico se desarrollaron mecanismos primitivos para tejer las fibras y fabricar ropa, que se perfeccionaron en la Mesopotamia y Egipto, luego en Europa durante la Edad Media y posteriormente alcanzaron mayor complejidad y eficiencia en el Siglo XVIII gracias a una serie de inventos.

El textil como integración mundial

El tejido de mayor éxito en la historia es el «denim» confeccionado con hilo de algodón basto y grueso.

Durante la segunda parte del siglo XIX el «denim» se usaba para las tiendas de campaña de los mineros en la época de la fiebre del oro en California.

Levi Strauss diseñó con el «denim», pantalones para los mineros. En 1853 creó la fábrica Levi Strauss & Co., y en la década del «70 se difundió entre los ganaderos del oeste americano, por lo que se los denominó popularmente «vaqueros».

En la década del 1950 su expansión fue mundial y hoy lo usan personas de distintas edades y clases sociales y se venden 110.000 jeans por día.

El tejido en las culturas andinas

Las culturas andinas sudamericanas se extendían a lo largo de unos 7500 Kms entre Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Abarcaban entre los paralelos 3 norte y 36 sur desde el sur de Colombia hasta el río Maule en Chile, incluyendo el altiplano boliviano.

La concepción tradicional Andina del mundo sagrado difiere notablemente de la occidental actual. Rudolf Otto la define como: La «numinoso», el hombre que se reconoce criatura, asombrado, temeroso y atraído por la realidad que descubre, poderosa y heterogénea respecto de su propia humanidad.

Ellos interpretaban que el mundo en que vivían les aplicaba premios o castigos según su conducta buena o mala, por ello era indispensable mantener relaciones armoniosas con el universo, como principio fundamental del orden cósmico: el dualismo asimétrico para mantener el equilibrio.

De esta concepción surge el culto a espíritus y seres malévolos a los que hay que reverenciar y aplacar con ofrendas para que no se tornen amenazantes.

Estas antiguas creencias aún subsisten en el mundo andino actual y están reflejadas en sus manifestaciones artísticas, por ejemplo en la cultura Aymaara, la técnica del hilado hacia la izquierda (anti-horario), llamada «ll»o» que tiene un sentido mágico religioso por lo que antiguamente sólo podían realizarlo los llatiris o shamanes.

Para muchos pueblos andinos, el blanco y el rojo aluden al semen y a la menstruación, como es el caso de la faja de la mujer adulta en la cultura mapuche; o al sol y a la sangre como al ciclo de la vida y la muerte, dependiendo del contexto.

Todos estos pueblos adoraron y ofrendaron a sus dioses, entre otros objetos, textiles de bellos colores, obtenidos de la naturaleza, con variada materia prima, de diferentes tamaños y formas: figuras geométricas, aves marinas, peces, la tríada andina: ave, serpiente y felino; águilas bicéfalas, el sol, la luna, y otras divinidades propias de su cosmovisión.

Se considera que del 1.000 al 300 a.C. fue el período que se caracterizó por la importancia de sus centros ceremoniales y por sus cambios artísticos que parecieron implicar un cambio de ideas religiosas.

Una de las divinidades más importantes tomó la forma de un felino relacionado con un principio creador y de la fecundidad.

Evolución del telar

Después de los telares de Huaca Prieta nos legaron sus obras exquisitos y expertos tintoreros y tejedores, entre otros la cultura Paracas, Nazca, Mochica, Tiawanaco, Huari, Chimú, Chancay, Inca, y muchos otros.

Los Paracas (1550 aC), que ocupaban la zona de la costa al sur del Perú, tejían mantos increíbles de hasta 20 o 30 metros de largo por casi 4 metros de ancho, en los que mezclaban todo tipo de fibras: algodón, pelos de animales, camélidos, fibras vegetales, hilos de oro y plata. Con ellos envolvían a sus momias o los sacrificaban como ofrendas a sus dioses. El desierto de Ocucaje se vestía de color con dichos mantos en los que llegaron a utilizar hasta 190 matices.

Es increíble pensar que en una sola tumba usaran todo el algodón que producían en 6000 m2 de cultivo y en pleno desierto.

A los nobles Paracas les tejían ponchos en los cuales se resumía toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte y también su funeral, en donde la iconografía jugaba un papel preponderante.

Los tejedores nazca fueron artistas del color y los Mochicas con sus tramas excéntricas permitieron las formas curvas que les dan movimiento a los diseños.

Por su parte, la cultura Tiawanaco(600 a 900 aC) se desarrolló en el altiplano boliviano y al Huari Tiawanaco en las cercanías de Ayacucho en el Perú.

Su dominio se extendía desde la costa central del Perú, las tierras altas del sur y las limítrofes entre Perú y Bolivia, llegando su influencia hasta el norte de Chile y Argentina.

Su cultura se difundió al territorio de Omaguacas, Apatamas, Calchaquíes, Changos y otros, influyendo también en el arte textil de los mapuches.

Sus pobladores eran aborígenes Aymaras cuyos descendientes encontramos hoy en el norte de Chile y Argentina y muchos de ellos en Bolivia, cultivando la coca como sus ancestros.

Fueron los constructores de su megalítica capital: Tiawanaco, en las cercanías del lago Titicaca (Titi = plomo, caca = sierra).

Entre muchas otras, fue su gran obra «La puerta del sol» tallada en un solo bloque de andesita.

En textilería se caracterizaron por la perfección máxima en la selección de fibras e hilados de camélidos y algodón.

De la fusión de las dos culturas, la Serrana Tiawanaco y la costera Nazca surgió el Imperio Huari, siendo su arte una síntesis de las dos anteriores.

Predominaba en su arte textil la tendencia al geometrismo y a la abstracción de sus diseños de brillantes y armoniosos colores, como la abstracción del felino, reducido a sus manchas, garra y ojo que suele aparecer sintetizada en una cruz que representa las cuatro partes del mundo en que lo dividían los pueblos andinos.

Huari en Perú y Tiawanaco en Bolivia han dejado huellas de su expansión cultural a través de los símbolos textiles.

Fue en esta época (600-1000 d.C.) que se descubrió el bronce, surgido de la aleación del cobre y el estaño, aumentando con ello la fabricación de adornos para los nobles y para el culto.

El imperio Chimú

El imperio Chimú, por su parte, se desarrolló entre 1100 y 1470 d.C. aproximadamente. Esta cultura tuvo por capital a Chan-Chan , que significa Sol-Sol, ubicada a 3 kilómetros al oeste de Trujillo, Perú. En su apogeo llegó a tener 50.000 habitantes.

Este período se caracterizó por la diversificación de reinos y señoríos regionales que surgieron a raíz de la caída del imperio Huari.

Este pueblo alcanzó el máximo dominio de ingeniería hidráulica y agrícola. Se destacaron entre otras artes por su cerámica funeraria de color negro y su imponente arquitectura. Tenían un urbanismo avanzado donde destacaban los jardines, palacios, puentes, pirámides y plazas.

La ciudad estaba construida íntegramente en adobe y arcilla apisonada, gracias al clima seco y árido, rodeada de una gran muralla. Sorpresivas y poco habituales lluvias en los años 1925, 1950 y 1983 dañaron seriamente sus ruinas, reduciéndolas a restos arcillosos. En lo que aún se conserva, pueden apreciarse los relieves de barro estilizados: aves marinas, peces, nutrias, lo que nos recuerda los tejidos en telar.

El traje ceremonial Chimú con los cuatro personajes alrededor de la cruz escalonada, nos sugiere una secuencia ritual como el friso de la Puerta del Sol en Tiawanaco, así como los murales y cerámicas que nos dicen de representaciones simbólicas del mundo.

En la iconografía del traje se destacan elementos que nos hablan de la vegetación y la agricultura, como maíz, papas y plantas diversas. Los imperios Chimú y Tiawanaco aportaron numerosos y expertos tejedores al futuro centro textil del Cuzco.


El tejido ha tenido numerosos aspectos, en su proceso histórico, y el primero de ellos indudablemente fue el de servir de abrigo y su función la de cubrir.

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