La Revolución del Riego III: Canal La Lucinda, motor de desarrollo y comunidad en el Alto Valle

La Lucinda no solo llevó agua al desierto: abrió camino al poblamiento, a la fruticultura y al sueño compartido de transformar la Patagonia en un vergel.

En el corazón del Alto Valle del río Negro, el agua no siempre estuvo al alcance de la mano. La tierra era árida, y el sueño de convertirla en vergel parecía una quimera hasta que se fueron construyendo los canales de riego como el canal de La Lucinda —hoy conocido como canal secundario II—, una obra que marcó un antes y un después en la historia patagónica.

El proyecto nació del impulso del coronel Manuel Fernández Oro, quien tras la llegada del ferrocarril en 1899 vislumbró que el futuro agrícola de la región dependía de contar con un sistema propio de riego. Sus tierras no recibían agua del Canal Roca, y había que buscar una solución. Así, en 1902 comenzaron las obras de construcción del canal, bautizado en homenaje entrañable a su esposa, doña Lucinda Larrosa, que conoció el valle en 1886 y regresó casi siete décadas más tarde, en 1955, para ver convertido en realidad aquel sueño compartido.

Vista de La Picasa, a principios de siglo (Foto: Archivo Diario Río Negro)

La construcción fue titánica. Bajo la dirección del ingeniero agrónomo Félix Salomano, la supervisión del mendocino Carlos Godoy y la colaboración del agrimensor francés Luis Domingo Mailhet, se trazó un canal pensado para irrigar 30.000 hectáreas. Las herramientas eran rudimentarias: arados y palas de buey que removían la tierra hasta abrir un cauce de 12 metros de fondo y 16 en superficie. El agua corría con espesores variables, desde 60 centímetros en épocas bajas hasta un metro en crecientes. En 1910, el canal regaba apenas 2.071 hectáreas, repartidas entre 31 pioneros que apostaban al desarrollo.

El camino no fue fácil. En 1904, una crecida del río Negro arrasó parte de la infraestructura y obligó a reconstrucciones. Aun así, la comunidad no bajó los brazos. En 1911, Fernández Oro vendió el canal al Estado, que asumió la gestión a través de la Dirección General de Irrigación. Tres años después, otra crecida volvió a golpear, pero la resiliencia volvió a imponerse: los agricultores se organizaron, formaron comisiones vecinales y exigieron mejoras.

Vista del actual Cipolletti de 1906, esquina Fernández Oro y Villegas (Foto: Archivo Diario Río Negro)

En 1916, La Lucinda se conectó al canal principal y adoptó oficialmente el nombre de canal secundario II. La ampliación permitió que en 1922 se irrigaran 6.800 hectáreas. La bocatoma se instaló en La Picasa —hoy Cinco Saltos— para derivar aguas del río Neuquén, con un caudal de casi 6 m³ por segundo. Compuertas de ladrillo y madera dura regulaban el flujo, adaptadas ingeniosamente a la realidad local.

Más allá de los números, La Lucinda significó mucho más: convirtió suelos estériles en huertas frutales, atrajo agricultores y dinamizó la economía del Alto Valle. Incluso inspiró el nacimiento de un pueblo: en 1903 se fundó Colonia Lucinda, rebautizada Cipolletti en 1920 en homenaje al ingeniero César Cipolletti, pieza clave en los estudios de riego que transformaron a la región.

El canal atravesó décadas de cambios institucionales: desde la gestión de Agua y Energía de la Nación, creada en 1947, hasta el traspaso de responsabilidades a la provincia de Río Negro en 1992. Cada etapa aseguró la continuidad de una infraestructura vital para la vida y el progreso local.

Imagen del pueblo en formación, principios de siglo (Foto: Archivo Diario Río Negro)

Hoy, hablar del canal La Lucinda es hablar de la fuerza de una comunidad que supo domesticar al río sin perder el respeto por su bravura. Una obra de ingeniería, sí, pero también un símbolo humano: surcos de agua y esperanza que todavía riegan la memoria y el presente de la Patagonia.


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