Puente ferroviario Cipolletti–Neuquén: la obra que unió territorios y abrió el camino al desarrollo
A fines del siglo XIX, la llegada del ferrocarril y la construcción del puente sobre el río Neuquén cambiaron para siempre el destino de la región. Entre crecidas, desafíos técnicos, la obra se convirtió en un símbolo de integración territorial, crecimiento urbano y desarrollo productivo.
A fines del siglo XIX, la Argentina atravesaba una etapa de fuerte impulso modernizador. En el norte de la Patagonia, ese espíritu se tradujo en dos objetivos centrales: extender la red ferroviaria hacia el sur y dominar las crecidas de los grandes ríos para favorecer el asentamiento humano. En ese marco, la construcción del puente ferroviario sobre el río Neuquén se convirtió en una obra decisiva, destinada a integrar territorios, potenciar la producción y proyectar el desarrollo regional.
Un proyecto nacional hacia el sur
El 1 de junio de 1899, el presidente Julio Argentino Roca encabezó el acto inaugural de la línea férrea hacia Neuquén, como parte del ramal Bahía Blanca–Neuquén del Ferrocarril Sud. El convoy presidencial estuvo compuesto por tres trenes especiales, con más de 40 coches entre furgones, dormitorios, comedores y unidades oficiales, remolcados por 16 locomotoras que se iban relevando a lo largo del recorrido.
La inauguración coincidió con una de las mayores crecidas del río Negro registradas hasta entonces. El banquete oficial previsto en la ciudad de Roca debió trasladarse a los coches comedor del tren, ubicados en los desvíos de la estación Fortín Uno, el único punto que ofrecía condiciones para alojar a la comitiva.
El desafío de cruzar el río Neuquén
La construcción del puente ferroviario era una condición esencial del contrato de la línea. El río, con un ancho aproximado de 300 metros y un lecho poco profundo, obligó a revisar el proyecto original luego de varias crecidas. Finalmente, el cruce se desplazó unos cien metros río arriba, donde las barrancas llegaban al cauce y una isla natural permitía construir dos pilares en seco durante los períodos de aguas bajas.
La falta de datos hidrométricos precisos generó serios inconvenientes. Durante la obra se produjeron tres crecidas excepcionales, que arrasaron puentes provisorios y terraplenes, interrumpiendo el tránsito ferroviario por largos períodos. La dirección de los trabajos quedó a cargo del ingeniero Carlos Kragg, responsable también del tendido de vías desde punta de rieles en la estación Limay (actual Cipolletti) hasta la estación Neuquén.
Ingeniería, territorio y nacimiento de una ciudad
Para anticipar las crecidas se organizó un sistema de alerta telegráfica, con un mareógrafo instalado en Paso de los Indios y avisos extraordinarios desde Chos Malal, que otorgaban hasta 60 horas para resguardar materiales. El sistema demostró su eficacia durante la crecida de julio de 1900, cuando los daños pudieron ser controlados.
La obra implicó resolver problemas logísticos y climáticos: los obreros debieron abandonar las carpas durante el verano y construir ranchos de totora, mientras que los materiales llegaron desde Pichi Mahuida y Tandil, ante la falta de piedra y arena adecuadas en la zona. Para los cimientos se utilizó, por primera vez en el país, la técnica del aire comprimido, un avance clave de la ingeniería nacional.
El 26 de junio de 1901 se realizó la prueba de resistencia del puente y, por decreto del 12 de julio de 1902, se habilitó la estación terminal Neuquén. Ese mismo año, el crecimiento poblacional en la margen norte del río impulsó la reapertura de la estación Limay, antecedente de la actual Cipolletti, oficialmente rehabilitada el 15 de octubre de 1902. Con el ferrocarril llegaron las herramientas, el comercio y la agricultura: el desierto comenzaba a abrirse al progreso.
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