Hooligans politizados

Aunque los revoltosos afirman estar en contra de la "globalización" y el capitalismo, son producto de ambos.

Tiempo ha, los intendentes ambiciosos se esforzaban por lograr que su ciudad fuera la sede de una futura cumbre internacional, pero en la actualidad los bien informados harán virtualmente cualquier cosa a fin de asegurar que se celebren tales reuniones en otra parte porque, gracias a los estragos perpetrados por una banda trashumante de individuos habitualmente calificados de «globófobos» o «anticapitalistas», lo único que recibirán a cambio de lo que antes se consideraba un honor será la destrucción de las zonas céntricas.  Desde que Seattle fue escenario de una multitud de atropellos en noviembre de 1999, episodios similares se han concretado en Londres, Washington, Praga, Niza, Buenos Aires, Quebec y, últimamente, Gotenburgo, donde el encuentro de los líderes de la Unión Europea brindó a los violentos un pretexto irresistible para atacar a la policía, destruir comercios y vociferar una variedad de eslóganes que van desde los ecológicos hasta los netamente totalitarios, favorecidos por los que en efecto se proclaman en favor de una dictadura comunista.

Por constituir los disturbios violentos en ciudades bien conocidas un fenómeno fotogénico que suministra material atractivo a los noticieros televisivos, los responsables de estas manifestaciones cuidadosamente organizadas se las han ingeniado para conformar una fuerza política de cierta importancia. En la tarea así supuesta, se han visto beneficiados por la pusilanimidad y por la obsesión por la imagen de los muchos políticos y funcionarios que han optado por tratarlos como si representaran una proporción muy amplia de la «comunidad internacional». ¿Lo hacen? Desde luego que no. Con escasísimas excepciones, estos sujetos que se trasladan de un país a otro con el único propósito de provocar desmanes son miembros de sectas minúsculas cuyas dimensiones auténticas suelen revelarse con crueldad toda vez que se celebran elecciones libres. El que sea así es una suerte: si grandes sectores realmente compartieran los puntos de vista de los violentos, el mundo ya estaría viviendo el renacimiento del nazifascismo y del comunismo, aquellos flagelos gemelos del siglo XX que sumados significaron la muerte para más de cien millones de víctimas y una vida miserable para una cantidad de personas todavía mayor.

Aunque los revoltosos afirman estar en contra de la «globalización» y el capitalismo, la verdad es que son productos privilegiados de ambos.  Para prepararse para sus próximas hazañas, se comunican entre ellos a través de la Internet y nunca vacilan en aprovechar la libertad de movimiento que es una de las «conquistas» más valiosas de los ciudadanos de los países más ricos.   En cuanto a su relación con el capitalismo, dista de ser aquella del «excluido». No son pobres sino personas que acceden sin dificultad alguna a los recursos que les permiten dedicarse a su oficio particular de viajar de país en país en busca de una nueva refriega. Asimismo, a pesar de la afición de tantos a las dictaduras antioccidentales, ninguno soñaría jamás con tratar de organizar una «protesta» en Cuba, China o algún reducto del islamismo, porque todos saben muy bien que la policía local le daría una oportunidad para aprender algo sobre el «socialismo real» o el antioccidentalismo militante cuando éste consigue imponerse. Es innecesario decir que las causas por las que están «luchando» los violentos son reaccionarias. Se oponen a la libertad de comercio porque no les gusta para nada la idea de que los obreros de países pobres puedan competir en pie de igualdad con sus equivalentes de los países ricos. Son contrarios a las libertades democráticas: de otro modo, no se ufanarían de su compromiso con movimientos totalitarios.

En Europa se han puesto a gritar contra la expansión hacia el este de la Unión, atentando directamente así contra los intereses de los millones de polacos, húngaros, checos, eslovenos y otros que quisieran integrarla cuanto antes, porque saben que sólo así les será dado curar las heridas profundas que fueron dejadas por décadas de dictaduras anticapitalistas formadas por individuos muy parecidos a los «hooligans» que, terminada «la batalla de Gotenburgo», ya están pensando en el próximo encuentro.    


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