¿Inflación muy alta o meta muy baja?

Poco a poco, el debate sobre el futuro de la inflación fue ganando espacios fuera y luego dentro del gobierno de Mauricio Macri, al punto de haber generado ahora una grieta que divide a especialistas, funcionarios y exfuncionarios del área económica.

Hasta hace algunos meses se trataba de la típica discusión sobre el vaso medio lleno o medio vacío. Los más optimistas destacaban que la inflación del 2017 iba a bajar casi a la mitad del altísimo nivel del 2016 (40% anual), mientras los pesimistas remarcaban que una suba del orden de 21% anual superaba el techo de la meta fijada por el Banco Central (17% anual) y afectaba su credibilidad. Por entonces, el economista Miguel Bein planteó por primera vez que el problema no era la inflación, sino que la meta del BCRA resultaba demasiado baja debido al impacto de los ajustes reales de tarifas eléctricas y de gas natural.

Luego el debate trepó otro escalón. Colocado contra las cuerdas, el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, ensayó varios contraataques. Por un lado, aplicó sucesivos aumentos en las tasas de interés de referencia (pases pasivos y Lebac), hasta ubicarlas en el actual nivel de 28,75% anual. Por otro, retrucó que no debía ser criticado por fijar metas demasiado bajas sino poco ambiciosas, ya que la economía se normalizará y crecerá más cuando la inflación se reduzca a un dígito anual. Y finalmente, tras sostener que modificar las metas equivalía a no tener una meta, ratificó que para el año próximo será de 10/12% anual.

El problema es que, con altibajos, la inflación cedió poco y nada en la segunda mitad del 2017 y las estimaciones privadas la ubican ya en 23,5% anual por los aumentos de diciembre en tarifas de energía, combustibles, prepagas y consumos estacionales de fin de año. Incluso la denominada “inflación núcleo” (sin precios regulados ni estacionales), que monitorea el BCRA para depurar esos efectos, apunta este año a 21%. De ahí que las expectativas, en lugar de mejorar por la baja de 16/17 puntos porcentuales con respecto al año anterior, reflejan una sensación opuesta debido a que el IPC nacional se ubicará algo más de 6 puntos por encima de la meta del BCRA y torna menos creíble el cumplimiento del techo de 12% para el año entrante, que también incluirá ajustes semestrales de tarifas.

La polémica se intensificó con más ingredientes en las últimas semanas. Y, para completar el cuadro, terció ahora el ex ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, cuando en un reportaje con el diario “La Nación” afirmó que si bien es un “golazo” bajar la inflación al 23% este año va a quedar la sensación de que no se llegó a la meta, y lo atribuyó “al desequilibrio entre el gradualismo fiscal y la ansiedad monetaria”.

Economistas ortodoxos y heterodoxos coinciden en que resulta menos complicado reducir la inflación de 40% a 20% que de 20% a 10%. Pero que basarla sólo en altas tasas de interés es poco eficaz si no se articula con otras políticas. Más que nada porque el déficit fiscal se financia mayormente con endeudamiento externo y obliga al BCRA a comprar esos dólares emitiendo pesos a cambio, cuyo excedente debe absorber luego con Lebacs para no empujar hacia arriba la inflación, ni hacia abajo el dólar en el mercado libre. Pero esto genera un círculo vicioso, ya que la bicicleta entre las altas tasas de interés en pesos y el dólar “planchado” estimula el ingreso de capitales externos, que deprimen el tipo de cambio real y las exportaciones. A la vez, abaratan las importaciones y los viajes al exterior, todo lo cual agrava el déficit del sector externo junto con el pago de intereses de la deuda pública de la Nación y varias provincias. A esto se suma la expansión del crédito al sector privado, que viene creciendo casi 50% interanual impulsado por otras áreas del gobierno. Entre ellos, los préstamos hipotecarios a largo plazo de la banca oficial y los personales otorgados antes de las elecciones por la Anses a jubilados y titulares de la Asignación Universal por Hijo, que se volcaron íntegramente al consumo.

La altas tasas de interés ya impactan en los costos financieros de empresas y consumidores, así como en el de los futuros créditos hipotecarios a largo plazo ajustados por UVA. Por eso la preocupación se extendió a la Casa Rosada, debido al enfriamiento que podrían provocar sobre la actividad económica y, por ende, en los ingresos tributarios del 2018.

Por ahora hay quienes piensan en un camino intermedio. Como Sturzenegger cuenta con el respaldo de Macri, la meta para el 2018 se mantendría en segundo plano, ya que el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) difundido por el BCRA prevé una inflación de 16,6% anual y tasas de interés superiores al 28% anual durante el primer trimestre. Y en lugar de anunciarse un replanteo del 12%, el gobierno lo modificaría de hecho en negociación salarial del sector público, donde ofrecería un aumento inicial de 16% con posteriores cláusulas gatillo.

Los economistas coinciden en que resulta menos complicado reducir la inflación de 40% a 20% que de 20% a 10%. Pero que basarla sólo en altas tasas de interés es poco eficaz.

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Los economistas coinciden en que resulta menos complicado reducir la inflación de 40% a 20% que de 20% a 10%. Pero que basarla sólo en altas tasas de interés es poco eficaz.

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