Inolvidable atardecer

La excursióna las Salinas del Gualicho, a 50 kilómetros de la villa balnearia, permite conocer los detalles de la cosecha y las leyendas que rodean el lugar. Cierre conbrindis y cordero patagónico. Observar la inmensidad del cielo desde ese desierto de sal es un espectáculo en si mismo.

las grutas

La tarde comenzó a declinar y los intensos colores del ocaso parecen acentuarse al ser contemplados desde la superficie de las Salinas del Gualicho, ubicadas a 50 km. al oeste de Las Grutas y a 72 metros por debajo del nivel del mar. Observar la transformación del cielo desde la vastedad de ese desierto de sal es un espectáculo en sí mismo, por eso estas horas son las de mayor encanto para descubrir el lugar, y las únicas posibles en pleno verano, cuando las altísimas temperaturas que pueden registrarse en ese Bajo invitan a elegir el momento en el que el día está a punto de despedirse para efectuar una visita. Mientras todos permanecen absortos investigando la Salina, el guía sorprende al grupo disponiendo las copas y el champagne para un brindis, que sella la primera etapa de un paseo en el que todavía hay mucho por compartir.

La excursión organizada por la firma Tritón Turismo partió a las 18´ desde la base de la firma, ubicada en la tercera bajada del Balneario. A bordo de un minibús climatizado los pasajeros comienzan a conocer particularidades del sitio que están a punto de descubrir. Sin abandonar el sentido del humor el guía informa que las salinas no sólo son importantes a nivel productivo, debido a la cosecha de sal que realizan tres firmas que poseen sus campamentos en diferentes áreas, sino también desde lo cultural, dando origen a leyendas y personajes que forman parte del folclore de la región.

Al llegar, el grupo tomará contacto con los detalles del proceso de cosecha. Las inmensas máquinas que se utilizan y las distintas características que pueden apreciarse en la sal despertarán la curiosidad de todos, que luego pasarán un largo rato caminando entre las altas parvas en las que se acopia el material, antes de ser transportado.

La actividad, que culmina al anochecer, termina con la degustación de un imperdible cordero patagónico en el parador nativo El Jaguel, que posee una inigualable vista al mar. Además la cena cuenta con animadores que son los que organizan un divertidísimo “concurso de chamamé internacional” para que nadie se quede quieto y termine disfrutando a puro baile de la que seguramente será recordada como una de las mejores jornadas de las vacaciones. (ASA)


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