JAIME ROOS

“Salimos al escenario a matar”

Jaime Roos es un hombre de hablar tranquilo que no desperdicia palabras. A treinta años de su primer disco,»Candombe del 31″, grabado entre su Montevideo y el París del exilio, el músico vuelve con » Fuera de ambiente», un compacto con diez canciones que le pertenecen desde sus letras -salvo «De la canilla», texto de Raúl Castro, de la murga Falta y Resto- hasta su música, arreglos, producción, ejecución de guitarras, de bajo, y dirección musical. El 17 de febrero pasado, en la Olla de la Brava en Punta del Este, Jaime abrió una enorme gira por las playas y capitales departamentales uruguayas.

Y ahora, después de presentarse el viernes pasado en el Luna Park de Buenos Aires, el músico habló con «Río Negro» sobre esta gira que lo traerá la semana próxima, más precisamente el 4 y 5 de mayo, al cine Teatro Español, de Neuquén, y el 6, al salón de Bomberos de Bariloche.

Este montevideano de cincuenta y tres años, pasó su infancia en un apartamento del Barrio Sur, Convención esquina Durazno, calle que «nace a la intemperie / telón ceniciento / palmeras al viento / abierta a las olas / marrones y blancas / de la playa chica / que muere en el Gas». Barriada de tamboriles y murgas carnavaleras.

Hugo Fattoruso en piano y acordeón, Nicolás, Andrés y Martín Ibarburu, Gustavo Montemurro, «Nego» Haedo y el coro de la banda Contraseña, lo acompañan en vivo por Argentina. «Cada concierto hay que pilotearlo, cada recital es un partido de fútbol donde yo soy el que distribuye el juego; el capitán de un equipo que se mueve entero; son todos muy importantes. En general, salimos absolutamente tranquilos a los conciertos; lo único que me pone nervioso es la inminencia de problemas técnicos. Cuando los hay, siento que estoy con una espada de Damocles sobre la cabeza, que puede arruinar todo en cualquier momento y no depende de nosotros», dijo al «Río Negro», poco antes de su presentación local.

«En otros casos, salgo a la cancha con un mal humor previo, cuando sé que la acústica es mala. Desde hace muchos años, por mi propia calidad de vida, me niego a tocar en lugares con esa característica. En Neuquén, nos habían

ofrecido un ámbito grande pero con mala acústica y yo preferí hacer dos presentaciones en el teatro Español donde ya hemos tocado, que conozco y suena bien, aunque tiene menor capacidad. Bueno, si las cosas andan más o menos bien y uno está bien de salud, cuenta cómo anda la voz, también, pero si todo anda como debe, para nosotros es una celebración, es motivo de alegría y de felicidad. Cosa muy importante porque tocamos mucho y no me gusta tener mala calidad de vida.»

-Acabás de mencionar la cuestión vocal tan sujeta a las emociones, a las tensiones de un viaje, a los cambios bruscos de temperatura…

– El sueño es una clave, y cantar muy seguido, es la otra. Muchas veces la gente me pregunta ante cinco, seis recitales seguidos, cómo hago con la voz. Es lo mejor que me puede pasar, mi garganta está mejor que nunca. Eso sí, hay que dormir. Todo lo demás es retórica: pastillitas, jarabecitos, la miel con limón, no sirven para nada. Hay que dormir bien. Y caliento un poco las cuerdas; una hora antes me pongo a tocar, me voy metiendo de a poco en el sentimiento musical. Incluso, cantamos juntos canciones con el coro en plan divertimento, para que el escenario sea una continuación de lo que pasaba en el camarín.

– ¿También hay que preparar la mente para reconstruir los momentos distintos que cada obra va sugiriendo? Cuando la escribiste era una, y en un tiempo habrá vuelto a cambiar.

-Eso se da en forma instantánea. No lo preparo previamente. No hay tiempo para eso, muchas veces… Por otra parte, cuando uno toca mucho, se va curtiendo y no tiene más remedio que hacer las cosas con menos sofisticación. Es cierto lo que decís. Con el paso de los años para interpretar una canción, para motivarse, concentrarse, para vivirla -única manera de transmitirla- uno va cambiando a nivel de la motivación en el canto.

Una vez le comenté a un amigo actor, lo que yo hacía para cantar un tema por enésima vez… Y me contestó que eso ya lo había descubierto (Konstantin) Stanislavsky hace muchísimos años. Creo que es su método número dos, una cosa así, donde el actor en el momento de decir un parlamento, puede estar refiriéndose al asesinato de su padre, pensando en algo aparentemente no relacionado con eso; en algo que le causa dolor, pero no vinculado argumentalmente. Si el público supiera con lo que me motivo a veces, para interpretar determinadas letras, se asombraría. Me ha pasado de cantar la canción «Durazno y Convención» intentando recordar el olor del pasto donde jugaba al fútbol, en el campito de esa esquina. No está mencionado en la letra, pero… El aroma de ese pasto, para mí, hasta el día de hoy, es sinónimo de un sentimiento entrañable…

-Planteaste a tu grupo como un equipo de fútbol y a veces el puntero izquierdo no anda en buenas, el nueve no está atento a las jugadas. Como DT, qué hacés cuando hay jugadores que no están bien?

-Esta banda tiene un estilo de vida: salimos al escenario a matar. Es hasta un requisito para entrar en ella. En la mayoría de los conciertos, todo se hace muy fácil. Pero, efectivamente, puede que haya un

par que se distraen o pierden su sentido del humor, mengua su energía…»

– Necesitan tu mirada, por ejemplo…

– La necesitan y muchas veces, un par de gritos. Hablo mucho en el show. Lo hago de manera la gente no lo vea. Pero también hago bromas sobre algo que esté sucediendo con los músicos o con el público. Es decir, parloteo constantemente y también miro mucho a los músicos. Te reitero, con este grupo, que es un combinado celeste, las cosas se hacen muy llevaderas. Y, por otro lado, ellos me apuntalan en momentos en que llego con un gran bajón, por equis motivo, al camarín; o con un sentimiento de distancia que hace que no tenga ganas de cantar. Hay una fuerza interior en la banda y un cariño hacia mí y entre todos, que me ha levantado el espíritu, incluso en circunstancias extremas, y ha posibilitado que yo saliera con esa fuerza que muchas veces les pido a mis compañeros.Ahora, cuando yo fallo y no logro levantar, el recital baja. Es obvio, soy el director musical. Estos mismos músicos tienen presentaciones propias que funcionan con otras reglas. Pero, en este caso particular, yo soy un nudo ferroviario por donde pasan los trenes; y si ando mal, la banda se preocupa y no es lo mismo.

 

La dolorosa separación

 

Jaime tiene un lugar donde se encierra habitualmente y una casita en el tranquilísimo balneario La Floresta -52 km al este de Montevideo- donde compone; la mayoría de sus cosas las escribió allí. «Estar lejos de Montevideo me afecta cada vez más… No sé por qué… No quiero pensar que es por los años, pero quizá lo sea. Cada vez me duele más. Veo la valija y lloro (ríe)… Venimos de hacer una gira tremendamente cansadora por Uruguay; hicimos los diecinueve departamentos del país en un mes y medio. Treinta y tres conciertos, miles de kilómetros sin saber dónde y cuándo comer ni dónde dormir. Todas cosas que hacen que una gira, con un show diario en una ciudad diferente, resulte muy dura. Pero, el premio siempre fue el momento de subir al escenario. Eso, para mí, es muy importante; es un alivio saber que lo más valioso de la gira es el escenario. Durante el recital, valga el título de mi nuevo disco, yo me pongo «Fuera de ambiente» y soy muy feliz en términos generales. Sería terrible que me sintiera así en el hotel o caminando por calles de ciudades nuevas y llegado el momento de cantar, sufriera.Me ocurre todo lo contrario.»

Mi actitud hacia toda la gente siempre fue de un enorme respeto, de sinceridad, sobre el escenario y debajo de él. No la quiero ir de hombre probo porque no lo soy, pero… En mi actividad artística que es lo que el público conoce -de mi vida privada casi nadie conoce nada- hago lo que siento; cuando hablo sobre escenario, digo lo que pienso y punto. El escenario es una prolongación de mi vida, pero también hay que considerar que uno tiene claroscuros como cualquiera, virtudes y defectos. Uno está toda la vida intentando atenuar los defectos, cuando compone, en realidad trata de poner las virtudes sobre el tapete. Pero, básicamente, soy el mismo fuera o dentro de cámaras.»

Roos vivió diez años en Europa, los últimos seis en Amsterdam, debido al nacimiento de su hijo Yamandú, ahora de veintinueve años y residente en Holanda. Cuando él tenía seis años y estaba separado definitivamente de su madre (Franca), no resistió psicológicamente vivir allí. Volvió a su tierra natal y el hijo aprendió a viajar en avión de botija. «Cuando me fui a Europa tenía veintiún años y no cantaba, no tocaba la guitarra ni componía. De hecho, en la década que estuve allí, me gané la vida como bajista. Como estudié guitarra clásica, también soy guitarrista, pero mi instrumento a nivel del laburo es el bajo. A esa edad, sentí que se rompía un sello, que se abría una puerta y empezaban a aparecer ideas para componer. Y lo hice. De allí en adelante, encaré un proyecto que tuvo una serie de barquinazos e influencias, de momentos claves, de grandes decisiones. En términos generales, este período se dio entre las grabaciones de mis primeros tres discos («Candombe del 31» del 77; «Para espantar el sueño» (78/79); «Aquello» del 81). Luego, fue continuar por una ruta, siempre atento, siempre piloteando, haciéndole caso a las vueltas de la vida, del destino, a las influencias nuevas y a las ideas del momento. El partido se jugó entre mis veintiuno y mis veinticinco años, lo demás ha sido una prolongación accidentada, prolongación al fin.»

-¿Qué cosas de aquel muchacho de veintipico quedan hoy, cuáles no están más?

-Lo digo en una frase de una canción del último disco, «frescura no rima con sabiduría». Creo que en este compacto recuperé mucha frescura y lo digo sin prurito alguno. Es un disco fresco dentro de la madurez de sus canciones. Me sentí un pibe haciéndolo. En los hechos, uno se vuelve más sabio, pero ya no lo emociona tanto una puesta de sol. A veces sí, pero menos que antes. Ya no tengo ganas de irme a México y hacer dedo hasta Montevideo como cuando tenía veintidós, me da un poco de pereza (ríe). En el momento de hacer música, nada cambió, absolutamente; el sentimiento está intacto…»

 

EDUARDO ROUILLET


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