Juegos destructivos

Si bien los peronistas más ambiciosos, hombres como los bonaerenses Sergio Massa y Daniel Scioli que esperan mudarse a la Casa Rosada en cuanto la abandone la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dicen que sería absurdamente prematuro pensar en las elecciones previstas para octubre del 2015, sus presuntas convicciones en tal sentido no parecen haber incidido en su accionar. Lejos de postergar la interna hasta mediados del año que viene, Massa y sus seguidores ya han iniciado su ofensiva contra el gobernador de la provincia más poblada del país con el propósito de mostrar que es incapaz de administrarla con la eficacia necesaria. Para incomodar a Scioli, se han propuesto aprovechar la combatividad de los docentes agremiados. Saben que, tal y como están las cosas, a la provincia le sería muy difícil otorgarles los aumentos salariales superiores al 30% que reclamarán, pero desde su punto de vista se trata de un problema de Scioli, no de quienes quieren cerrarle el camino de la presidencia. Tal actitud se parece mucho a la del gobierno nacional. Los kirchneristas también están procurando hundir al gobernador bonaerense porque en su opinión es un “derechista”, razón por la que nunca han vacilado en maniobrar en su contra. Así, pues, es del interés tanto de una presidenta en retirada como del opositor que encabeza todas las encuestas, que la provincia de Buenos Aires sea escenario de luchas sindicales incesantes, lo que es una pésima noticia para sus habitantes y, en vista de sus dimensiones, para el país en su conjunto. Aunque Scioli ha sido beneficiado por la hostilidad indisimulada de Cristina y sus soldados, personajes como el vicegobernador Gabriel Mariotto, al propender los bonaerenses a atribuirles la responsabilidad por las deficiencias de su gestión, la ambigüedad presuntamente premeditada que lo ha caracterizado a través de los años, combinado con los ataques de Massa y sus allegados, podrían terminar privándolo del nivel alto de popularidad que, para frustración de sus adversarios, ha logrado conservar. De todos modos, el que no sólo en Buenos Aires, sino también en otros distritos, los rivales del gobernador o intendente local entiendan que les corresponde hacerlo tropezar, virtualmente garantiza que los años próximos sean convulsionados. Parecería que en el muy competitivo mundillo político, colaborar con un gobernante o limitarse a formular consejos constructivos suele ser mucho menos ventajoso que asumir una postura opositora intransigente. Se trata de otra consecuencia negativa de la ausencia de partidos auténticos. De ser algo más el peronismo que “un sentimiento”, como dicen los adherentes al movimiento aún dominante, los compañeros deseosos de librarse de Scioli no apostarían al fracaso de su gestión porque en tal caso ellos mismos tendrían que compartir los costos políticos. Massa sabe que no le convendría resignarse a ser un diputado nacional más; aun cuando lograra destacarse en el Congreso, tal proeza no le serviría para mucho por estar tan desprestigiadas las instituciones parlamentarias. Por lo tanto, el exintendente de Tigre se siente obligado a desempeñar el papel del jefe de la oposición no sólo al gobierno nacional sino también al bonaerense y, si es posible, brindar la impresión de estar en condiciones de hacerse obedecer por los gobernantes formales. No es una cuestión ideológica, ya que, por ser un centrista pragmático, Massa ocupa la misma zona del mapa político que su rival, sino de la voluntad de apropiarse de la imagen ostentada por Scioli, de ser la persona indicada para liderar un cambio que no supondría una ruptura explícita con el kirchnerismo. Con todo, si bien hasta hace poco la opción elegida por el exvicepresidente y actual gobernador bonaerense pudo considerarse sensata, al multiplicarse los síntomas de agotamiento del “modelo” de Cristina, la estrategia “moderada” luce cada vez más menos realista. Massa, pues, que felizmente para él no se ve cohibido por responsabilidades administrativas, corre con ventaja, pero el que la lógica política lo haya tentado a apostar a que su rival presuntamente más peligroso se hunda en medio de una debacle que tendría un impacto doloroso en la vida de millones de familias nos dice mucho sobre la naturaleza perversa de la cultura política nacional.


Si bien los peronistas más ambiciosos, hombres como los bonaerenses Sergio Massa y Daniel Scioli que esperan mudarse a la Casa Rosada en cuanto la abandone la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dicen que sería absurdamente prematuro pensar en las elecciones previstas para octubre del 2015, sus presuntas convicciones en tal sentido no parecen haber incidido en su accionar. Lejos de postergar la interna hasta mediados del año que viene, Massa y sus seguidores ya han iniciado su ofensiva contra el gobernador de la provincia más poblada del país con el propósito de mostrar que es incapaz de administrarla con la eficacia necesaria. Para incomodar a Scioli, se han propuesto aprovechar la combatividad de los docentes agremiados. Saben que, tal y como están las cosas, a la provincia le sería muy difícil otorgarles los aumentos salariales superiores al 30% que reclamarán, pero desde su punto de vista se trata de un problema de Scioli, no de quienes quieren cerrarle el camino de la presidencia. Tal actitud se parece mucho a la del gobierno nacional. Los kirchneristas también están procurando hundir al gobernador bonaerense porque en su opinión es un “derechista”, razón por la que nunca han vacilado en maniobrar en su contra. Así, pues, es del interés tanto de una presidenta en retirada como del opositor que encabeza todas las encuestas, que la provincia de Buenos Aires sea escenario de luchas sindicales incesantes, lo que es una pésima noticia para sus habitantes y, en vista de sus dimensiones, para el país en su conjunto. Aunque Scioli ha sido beneficiado por la hostilidad indisimulada de Cristina y sus soldados, personajes como el vicegobernador Gabriel Mariotto, al propender los bonaerenses a atribuirles la responsabilidad por las deficiencias de su gestión, la ambigüedad presuntamente premeditada que lo ha caracterizado a través de los años, combinado con los ataques de Massa y sus allegados, podrían terminar privándolo del nivel alto de popularidad que, para frustración de sus adversarios, ha logrado conservar. De todos modos, el que no sólo en Buenos Aires, sino también en otros distritos, los rivales del gobernador o intendente local entiendan que les corresponde hacerlo tropezar, virtualmente garantiza que los años próximos sean convulsionados. Parecería que en el muy competitivo mundillo político, colaborar con un gobernante o limitarse a formular consejos constructivos suele ser mucho menos ventajoso que asumir una postura opositora intransigente. Se trata de otra consecuencia negativa de la ausencia de partidos auténticos. De ser algo más el peronismo que “un sentimiento”, como dicen los adherentes al movimiento aún dominante, los compañeros deseosos de librarse de Scioli no apostarían al fracaso de su gestión porque en tal caso ellos mismos tendrían que compartir los costos políticos. Massa sabe que no le convendría resignarse a ser un diputado nacional más; aun cuando lograra destacarse en el Congreso, tal proeza no le serviría para mucho por estar tan desprestigiadas las instituciones parlamentarias. Por lo tanto, el exintendente de Tigre se siente obligado a desempeñar el papel del jefe de la oposición no sólo al gobierno nacional sino también al bonaerense y, si es posible, brindar la impresión de estar en condiciones de hacerse obedecer por los gobernantes formales. No es una cuestión ideológica, ya que, por ser un centrista pragmático, Massa ocupa la misma zona del mapa político que su rival, sino de la voluntad de apropiarse de la imagen ostentada por Scioli, de ser la persona indicada para liderar un cambio que no supondría una ruptura explícita con el kirchnerismo. Con todo, si bien hasta hace poco la opción elegida por el exvicepresidente y actual gobernador bonaerense pudo considerarse sensata, al multiplicarse los síntomas de agotamiento del “modelo” de Cristina, la estrategia “moderada” luce cada vez más menos realista. Massa, pues, que felizmente para él no se ve cohibido por responsabilidades administrativas, corre con ventaja, pero el que la lógica política lo haya tentado a apostar a que su rival presuntamente más peligroso se hunda en medio de una debacle que tendría un impacto doloroso en la vida de millones de familias nos dice mucho sobre la naturaleza perversa de la cultura política nacional.

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