La cacique Cristina

Para indignación de muchos porteños y de quienes se sienten orgullosos de sus raíces italianas o españolas, y para perplejidad de todos los demás salvo una pequeña minoría de revisionistas enfervorizados, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha ordenado el traslado del casi centenario monumento a Cristóbal Colón, que pesa 38 toneladas, de su lugar en la Capital Federal a Mar del Plata. Quiere reemplazarlo por una estatua de Juana Azurduy que, además de mujer, nació en América, si bien en una parte que andando el tiempo sería Bolivia, y luchó de manera destacada en las guerras de la independencia bajo el mando de Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes. Parecería que a Cristina le molesta sobremanera tener al lado de la Casa Rosada un recordatorio pétreo del italiano que sirvió a la corona española, de ahí la decisión de enviarlo a la “Ciudad feliz” donde no tendrá que verlo por la ventana del edificio en que trabaja. Se entiende: a juicio de Cristina, Colón era un agente del imperialismo europeo, o sea, un derechista reaccionario y, por lo tanto, el gran responsable de la derrota de los “pueblos originarios” y la colonización del hemisferio occidental, un personaje malísimo que a lo sumo merecería ser recordado por algunos marplatenses memoriosos. Se trata de una idea que es popular entre aquellos izquierdistas que se han convencido de que todos los desastres sufridos por el género humano se han debido a la perversidad de los europeos que, motivados por la codicia y el sadismo, sembraron muerte y destrucción en el mundo al atacar alevosamente a pueblos pacíficos acostumbrados a vivir en armonía con la madre naturaleza. Desgraciadamente para los Qom, que esperan desde hace años que el gobierno preste atención a los atropellos que sufren en el feudo kirchnerista de Formosa, la solidaridad de Cristina con dichos pueblos no se extiende a sus descendientes. Si la presidenta fuera una militante indígena resuelta a encabezar la reconquista de la Argentina, remedando así la larga campaña en que los españoles cristianos se libraron de los moros, la hostilidad que siente por Colón y, según parece, todo cuanto a sus ojos simboliza podría considerarse lógica, pero sucede que, lo mismo que su marido fallecido, es, que se sepa, de ascendencia exclusivamente europea. También lo son muchos otros que, por razones, es de suponer, psicológicas, quieren creerse víctimas del imperialismo de los “blancos” cuando, mal que les pese, son ellos mismos producto de lo que juran odiar. Al fin y al cabo, de no haber sido por los viajes de Colón y el arrojo de quienes colonizaron lo que para ellos era el “nuevo mundo”, la Argentina que conocemos no existiría. ¿Cree Cristina que hubiera sido mejor que toda América quedara en manos de los “pueblos originarios”? Puede que sí, pero sería un tanto extraño que la presidenta pensara que el país que trata de gobernar es fruto de un error o, peor, de un crimen histórico imperdonable. Sea como fuere, el monumento al “almirante del mar océano” está al centro de una nueva disputa que está agitando a los porteños y los kirchneristas que, conforme a los exégetas, están librando una guerra cultural en que la historia nacional es uno de los campos de batalla más importantes. El gobierno porteño de Mauricio Macri logró que la Justicia Federal frenara el operativo de traslado, que ya había comenzado, de lo que la Legislatura ha declarado un “bien integrante del patrimonio cultural de la ciudad de Buenos Aires”, tesitura que comparten plenamente los representantes de las comunidades italiana y española que están hartas de desempeñar el papel de los malos en el relato antieuropeo, cuando no antioccidental, de Cristina y sus militantes. Huelga decir que nadie está en contra de construir monumentos esculturales a Juana Azurduy, que, de todos modos, no aspiraba a borrar absolutamente todo lo sucedido a partir de octubre de 1492. Con todo, parecería que los macristas han optado por tomar en solfa la iniciativa excéntrica de Cristina, tratándola como un nuevo episodio de la saga protagonizada por una presidenta decidida a “ir por todo”; el jefe de gabinete de la metrópoli, Horacio Rodríguez Larreta, dice temer que “si dejamos que esto pase, mañana nos afanan el Obelisco”, mientras que Macri sospecha que el Monumento de los Españoles podría figurar en la lista negra de Cristina.


Para indignación de muchos porteños y de quienes se sienten orgullosos de sus raíces italianas o españolas, y para perplejidad de todos los demás salvo una pequeña minoría de revisionistas enfervorizados, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha ordenado el traslado del casi centenario monumento a Cristóbal Colón, que pesa 38 toneladas, de su lugar en la Capital Federal a Mar del Plata. Quiere reemplazarlo por una estatua de Juana Azurduy que, además de mujer, nació en América, si bien en una parte que andando el tiempo sería Bolivia, y luchó de manera destacada en las guerras de la independencia bajo el mando de Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes. Parecería que a Cristina le molesta sobremanera tener al lado de la Casa Rosada un recordatorio pétreo del italiano que sirvió a la corona española, de ahí la decisión de enviarlo a la “Ciudad feliz” donde no tendrá que verlo por la ventana del edificio en que trabaja. Se entiende: a juicio de Cristina, Colón era un agente del imperialismo europeo, o sea, un derechista reaccionario y, por lo tanto, el gran responsable de la derrota de los “pueblos originarios” y la colonización del hemisferio occidental, un personaje malísimo que a lo sumo merecería ser recordado por algunos marplatenses memoriosos. Se trata de una idea que es popular entre aquellos izquierdistas que se han convencido de que todos los desastres sufridos por el género humano se han debido a la perversidad de los europeos que, motivados por la codicia y el sadismo, sembraron muerte y destrucción en el mundo al atacar alevosamente a pueblos pacíficos acostumbrados a vivir en armonía con la madre naturaleza. Desgraciadamente para los Qom, que esperan desde hace años que el gobierno preste atención a los atropellos que sufren en el feudo kirchnerista de Formosa, la solidaridad de Cristina con dichos pueblos no se extiende a sus descendientes. Si la presidenta fuera una militante indígena resuelta a encabezar la reconquista de la Argentina, remedando así la larga campaña en que los españoles cristianos se libraron de los moros, la hostilidad que siente por Colón y, según parece, todo cuanto a sus ojos simboliza podría considerarse lógica, pero sucede que, lo mismo que su marido fallecido, es, que se sepa, de ascendencia exclusivamente europea. También lo son muchos otros que, por razones, es de suponer, psicológicas, quieren creerse víctimas del imperialismo de los “blancos” cuando, mal que les pese, son ellos mismos producto de lo que juran odiar. Al fin y al cabo, de no haber sido por los viajes de Colón y el arrojo de quienes colonizaron lo que para ellos era el “nuevo mundo”, la Argentina que conocemos no existiría. ¿Cree Cristina que hubiera sido mejor que toda América quedara en manos de los “pueblos originarios”? Puede que sí, pero sería un tanto extraño que la presidenta pensara que el país que trata de gobernar es fruto de un error o, peor, de un crimen histórico imperdonable. Sea como fuere, el monumento al “almirante del mar océano” está al centro de una nueva disputa que está agitando a los porteños y los kirchneristas que, conforme a los exégetas, están librando una guerra cultural en que la historia nacional es uno de los campos de batalla más importantes. El gobierno porteño de Mauricio Macri logró que la Justicia Federal frenara el operativo de traslado, que ya había comenzado, de lo que la Legislatura ha declarado un “bien integrante del patrimonio cultural de la ciudad de Buenos Aires”, tesitura que comparten plenamente los representantes de las comunidades italiana y española que están hartas de desempeñar el papel de los malos en el relato antieuropeo, cuando no antioccidental, de Cristina y sus militantes. Huelga decir que nadie está en contra de construir monumentos esculturales a Juana Azurduy, que, de todos modos, no aspiraba a borrar absolutamente todo lo sucedido a partir de octubre de 1492. Con todo, parecería que los macristas han optado por tomar en solfa la iniciativa excéntrica de Cristina, tratándola como un nuevo episodio de la saga protagonizada por una presidenta decidida a “ir por todo”; el jefe de gabinete de la metrópoli, Horacio Rodríguez Larreta, dice temer que “si dejamos que esto pase, mañana nos afanan el Obelisco”, mientras que Macri sospecha que el Monumento de los Españoles podría figurar en la lista negra de Cristina.

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