La cultura del ocio
Parecería que, gracias al exitoso modelo popular que se ha instalado, la Argentina está en vías de transformarse en un país rico sin grandes problemas socioeconómicos, razón por la que el gobierno acaba de premiar a sus habitantes por sus aportes a la hazaña colectiva dándoles –decretos de “necesidad y urgencia” mediante– cinco feriados nacionales más para que haya 17 en total. Como explicaron los impulsores de la novedad, agregar más feriados a los ya existentes servirá para estimular el turismo que, nos recordaron, es “el principal motor” de muchas economías regionales. Dicho de otro modo, a su juicio el desarrollo económico se verá potenciado si trabajamos menos. También habrán estimado que, merced a los feriados adicionales, podríamos subir algunos peldaños en la liga de “desarrollo humano” de la ONU, que ubica la Argentina en el puesto número 46, por debajo de los países del llamado Primer Mundo pero superando a todos los latinoamericanos con la excepción de Chile, ya que en otras latitudes la gente tiene que conformarse con menos días no laborables, lo que con toda seguridad perjudica su calidad de vida. Entre los más afectados por la medida estarán los jóvenes; sorprendería que los encargados del calendario lectivo encontraran la forma de obligarlos a asistir más días a clase si sus padres están plenamente ocupados planificando la próxima escapada de fin de semana largo, de suerte que se habrá reducido el peligro de que el año escolar se extienda hasta los 180 días como quisieran aquellos aguafiestas que se sienten impresionados por el sistema japonés, con sus 243 días de clase, o el levemente más humano régimen surcoreano que prevé 220. Desde hace años, los comprometidos con el negocio del turismo nos están advirtiendo sobre las consecuencias negativas que tendría una decisión de prolongar el año escolar; ya no tendrán motivos para preocuparse. Como es natural, están celebrando el decretazo gubernamental con júbilo, hablando de lo inteligente que es la medida y, según un vocero de la Asociación Murgas, de la “profunda y enorme alegría” que sienten. En tiempos menos nacionales y populares, algunos políticos, entre ellos el ex presidente provisional Eduardo Duhalde, creían que lo que el país necesitaba no eran más feriados que, combinados con “puentes”, hicieran del turismo interno una industria pujante sino una “cultura del trabajo”, ya que en su opinión el atraso de la Argentina se debía a que sus habitantes no se esforzaban tanto como los norteamericanos, europeos y asiáticos orientales. Los que pensaban de tal modo imaginaban que la eventual recuperación del país requeriría que sus gobernantes convencieran a la ciudadanía de trabajar con más ahínco y mayor seriedad y que, para asegurar la prosperidad de las generaciones futuras, los jóvenes tendrían que procurar emular a sus coetáneos japoneses, coreanos y chinos que, como es notorio, están tan obsesionados con sus estudios que, además de asistir a clase más de 200 días y hacer sus deberes en casa, también estudian hasta altas horas de la noche en instituciones privadas. Pues bien: los intentos de puritanos como Duhalde y sus aliados “neoliberales” o “desarrollistas” por cambiar el estilo de vida nacional han fracasado por completo. A juzgar por las medidas que ha tomado el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los estrategas oficiales entienden que sería mejor que la gente trabajara menos y se divirtiera más, de ahí el Fútbol para Todos, la proliferación de feriados y las iniciativas destinadas a estimular el consumo. Se trata de una postura que es decididamente heterodoxa en un mundo en que tantos están hablando de cosas desagradables como “ajustes” y “austeridad”, una que, es de esperar, la presidenta reivindique en todos los foros internacionales en los que participe, para que la propensión de otros gobiernos a exhortar a sus ciudadanos a trabajar y estudiar más por suponer que sus esfuerzos servirán para aumentar cada vez más el producto bruto nacional, y por lo tanto el poder relativo de sus respectivos países, se vea denunciada por la ONU y otros organismos influyentes como una forma llamativamente desleal de competir contra naciones como la nuestra, en que lo que más importa es la alegría popular.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 860.988 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Martes 9 de noviembre de 2010
Parecería que, gracias al exitoso modelo popular que se ha instalado, la Argentina está en vías de transformarse en un país rico sin grandes problemas socioeconómicos, razón por la que el gobierno acaba de premiar a sus habitantes por sus aportes a la hazaña colectiva dándoles –decretos de “necesidad y urgencia” mediante– cinco feriados nacionales más para que haya 17 en total. Como explicaron los impulsores de la novedad, agregar más feriados a los ya existentes servirá para estimular el turismo que, nos recordaron, es “el principal motor” de muchas economías regionales. Dicho de otro modo, a su juicio el desarrollo económico se verá potenciado si trabajamos menos. También habrán estimado que, merced a los feriados adicionales, podríamos subir algunos peldaños en la liga de “desarrollo humano” de la ONU, que ubica la Argentina en el puesto número 46, por debajo de los países del llamado Primer Mundo pero superando a todos los latinoamericanos con la excepción de Chile, ya que en otras latitudes la gente tiene que conformarse con menos días no laborables, lo que con toda seguridad perjudica su calidad de vida. Entre los más afectados por la medida estarán los jóvenes; sorprendería que los encargados del calendario lectivo encontraran la forma de obligarlos a asistir más días a clase si sus padres están plenamente ocupados planificando la próxima escapada de fin de semana largo, de suerte que se habrá reducido el peligro de que el año escolar se extienda hasta los 180 días como quisieran aquellos aguafiestas que se sienten impresionados por el sistema japonés, con sus 243 días de clase, o el levemente más humano régimen surcoreano que prevé 220. Desde hace años, los comprometidos con el negocio del turismo nos están advirtiendo sobre las consecuencias negativas que tendría una decisión de prolongar el año escolar; ya no tendrán motivos para preocuparse. Como es natural, están celebrando el decretazo gubernamental con júbilo, hablando de lo inteligente que es la medida y, según un vocero de la Asociación Murgas, de la “profunda y enorme alegría” que sienten. En tiempos menos nacionales y populares, algunos políticos, entre ellos el ex presidente provisional Eduardo Duhalde, creían que lo que el país necesitaba no eran más feriados que, combinados con “puentes”, hicieran del turismo interno una industria pujante sino una “cultura del trabajo”, ya que en su opinión el atraso de la Argentina se debía a que sus habitantes no se esforzaban tanto como los norteamericanos, europeos y asiáticos orientales. Los que pensaban de tal modo imaginaban que la eventual recuperación del país requeriría que sus gobernantes convencieran a la ciudadanía de trabajar con más ahínco y mayor seriedad y que, para asegurar la prosperidad de las generaciones futuras, los jóvenes tendrían que procurar emular a sus coetáneos japoneses, coreanos y chinos que, como es notorio, están tan obsesionados con sus estudios que, además de asistir a clase más de 200 días y hacer sus deberes en casa, también estudian hasta altas horas de la noche en instituciones privadas. Pues bien: los intentos de puritanos como Duhalde y sus aliados “neoliberales” o “desarrollistas” por cambiar el estilo de vida nacional han fracasado por completo. A juzgar por las medidas que ha tomado el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los estrategas oficiales entienden que sería mejor que la gente trabajara menos y se divirtiera más, de ahí el Fútbol para Todos, la proliferación de feriados y las iniciativas destinadas a estimular el consumo. Se trata de una postura que es decididamente heterodoxa en un mundo en que tantos están hablando de cosas desagradables como “ajustes” y “austeridad”, una que, es de esperar, la presidenta reivindique en todos los foros internacionales en los que participe, para que la propensión de otros gobiernos a exhortar a sus ciudadanos a trabajar y estudiar más por suponer que sus esfuerzos servirán para aumentar cada vez más el producto bruto nacional, y por lo tanto el poder relativo de sus respectivos países, se vea denunciada por la ONU y otros organismos influyentes como una forma llamativamente desleal de competir contra naciones como la nuestra, en que lo que más importa es la alegría popular.
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