La guerra cultural sin cuartel


Es necesario salirse de la lógica maniqueísta, de lucha sin cuartel entre el Bien y el Mal en estados puros. Todos somos seres “contaminados” por los demás.


La democracia está en aprietos. Este problema es consustancial a la idea misma de democracia, ya que esta surge de aceptar que existen fuerzas políticas que piensan distinto sobre cómo enfrentar lo real y, además, supone que las mejores formas de construir una sociedad próspera y libre es el debate entre esas fuerzas políticas para arribar a un consenso -siempre inestable, siempre difícil- que permitiera construir en conjunto. Pero, desde hace unos años, el enfrentamiento entre las alas extremas de las dos grandes fuerzas políticas que están en todas las democracias (los más a la izquierda de los progresistas y los más a la derecha de los conservadores) han arrastrado a sus partidos a una guerra cultural en la que ya no se les reconoce a los adversarios políticos el derecho de compartir un mismo espacio institucional: ha estallado la guerra sin cuartel. Ahora se mira al adversario (con el que se dialogaba) como enemigo (a destruir).

Este cambio no es menor. Es la aceptación de una guerra ideológica -disfrazada de denuncias morales, arrebatos patrióticos, proclamas de santidad de los propios y de maldad de los ajenos- que ya es desembozada. El campo de batalla está en las redes sociales y en los medios: en el espacio público de nuestra época. El martes pasado renunció una de las editoras de Opinión del diario más poderoso del mundo, The New York Times: miles de millones de dólares en valor, más de un millón de ejemplares diarios impresos en papel y casi 20.000.000 de lectores online registrados en todo el planeta. No hay líder político, económico, cultural o social que no le lea.

El New York Times era un medio progresista moderado en política y cultura que desde los 90 fue radicalizándose hacia el sector más izquierdista del establishment. No solo militó contra los gobiernos de ambos Bush (padre e hijo), además de ser hoy un firme opositor a Donald Trump, sino que abrazó todas las causas de las minorías: es un medio feminista, queer, antirracista, prosionista.

“Twitter no aparece en el directorio del New York Times, pero se ha convertido en su editor en jefe”,

escribió la exeditora de Opiniones Bari Weiss en su renuncia.

El New York Times entró en crisis en 2016 porque no solo no había previsto que iba a ganar Trump las elecciones norteamericanas, sino que descubrió que eso había sucedido porque no comprendía a gran parte de los EE. UU. Sintió que se había encerrado demasiado en el ala progresista radical del establishment y se le escapaba el resto de la sociedad. Por eso incorporaron a nuevos editores que trajeran temas y puntos de vista distintos a los habituales para ellos: por ejemplo, los de los conservadores moderados. Buscaron ampliar la mirada. Una de ellas fue Bari Weiss, quien renunció el martes pasado denunciando que es imposible abrir la agenda del diario. Y que por tratar de intentarlo fue maltratada por sus propios compañeros. Es la segunda editora de Opinión que renuncia en los últimos meses.

“Twitter no aparece en el directorio del New York Times, pero se ha convertido en su editor en jefe”, escribió Weiss en su renuncia. Y agregó: “Ha surgido un nuevo consenso en la prensa: que la verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocida por unos pocos iluminados cuyo trabajo es revelársela a los demás”. Esta frase ilustra perfectamente el estado actual del debate cultural mundial: ya no se trata más de buscar una verdad -siempre esquiva y construida por la mente social en su conjunto-, sino que ahora cada grupo iluminado se cree portador de la verdad, de manera absoluta y excluyente de los demás, y toda discusión o contradicción debe ser rechazada porque forma parte de la mentalidad errónea del “otro bando”, el demoníaco, el de los malvados.

No es solo el Times ni es solo Twitter: lo mismo criticó “La carta por la justicia y el debate abierto” que firmaron más de cien prestigiosos intelectuales -la mayoría de izquierda criticando a la intolerancia de la extrema izquierda- y que publicó Harper’s hace unos 15 días. Y el mismo espíritu intolerante se ve en el pedido que hicieron más de 600 universitarios esta semana a la Asociación Norteamericana de Lingüística para que expulse de sus expertos a Steven Pinker por sostener ideas que critican al pensamiento políticamente correcto o woke (“iluminado”, según se lo conoce en EE. UU.).

Este es el estado de la guerra cultural global en el que todos estamos participando. Las pocas voces que se levantan para criticar el nivel de delirio en que está entrando esta lucha ideológica son castigadas. Como en los peores momentos de la Guerra Fría: si no estás conmigo eres mi enemigo.

Este camino lleva al precipicio. Ya lo recorrimos en la Guerra Fría. Es necesario salirse de esa lógica maniqueísta, de lucha sin cuartel entre el bien y el mal en estados puros. Todos somos seres “contaminados” por los demás: portamos en nosotros semillas de lo que no somos.

La idea que debería prevalecer es la de la democracia: el que no está conmigo me enriquece.


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