La historia del centro cultural que cumple 50 años y nunca se inauguró

El Centro Municipal de Cultura de Viedma cumple 50 años, aunque jamás se cortó una cinta. Todo es resultado de una historia que ahora parece una comedia de enredos. Lo cuenta la protagonista.

El impacto espacial del Centro Municipal de Cultura (CMC) salta a la vista para quienes recorren la avenida costanera viedmense. Pero existen una serie de datos, fechas, nombres, episodios y conceptos que no están absorbidos por la comunidad en general.
Todo es parte también de una historia condensada, procesada en la intimidad y como si fuera una comedia de enredos.
A diferencia de una importante mayoría de edificios, esta pequeña joya arquitectónica que reluce en ese tradicional paseo, nunca tuvo un corte inaugural de cintas.


El elenco de esa pieza teatral –en la que se escribió la trama de esta historia- tuvo varios actores. Sin embargo, el papel principal lo jugó Elvira “Chichita” Domínguez, quien enarboló el estandarte de la promoción cultural como si fuera a enfrentar una batalla.
Ella formó parte de la comisión municipal de cultura de la ciudad entre las décadas del ’60 y mediados del ’70. Junto con otras personas de la comunidad, como la arquitecta Mabel Cebrián, Omar Fossatti, “Nenona” Frías y Adelina Casamiquela, parecían una máquina de pedir aprovechando que había espacio para desarrollar proyectos culturales.

“Éramos insoportables, la gente se empezó a enamorar (de la cultura) porque teníamos el berretín de la excelencia, y supimos aprovechar todo lo que llegaba a Viedma porque era un momento maravilloso, establecíamos los contactos, barajábamos (las propuestas) en el aire, y las potenciábamos

«Chichita»


Cine en una escuela, el “Polaco” Goyeneche en un bar, conciertos en el ex Distrito Militar y clases de teatro en el hall de la Legislatura cuando estaba cerrada. La cultura sobresalía aun sin sala propia, y “Viedma era gran sala”, recuerda “Chichita”.


Por 1964, mientras rondaba por el edificio del Fondo Nacional de las Artes (FNA) escuchó el entusiasmo del director Juan Kurchan al descubrir un edificio cultural con diseño modular en San Pablo, Brasil. Al arquitecto se le ocurrió decir que había que construir un centro similar en Argentina, y “Chichita” le tomó la posta: ¿Y por qué no lo hacemos en Viedma?, preguntó. Movió cielo y tierra, contó con un aliado de entonces, el intendente Oscar Mauri, y apareció un préstamo del FNA al entonces gobierno provincial.
Su amiga Cebrián, aprovechando su profesión, trazó un primer bosquejo que luego terminaron sus colegas Enrique Faré y Báez Escobar. Pasaron los años, y en agosto de 1970, el edificio estaba levantado, revitalizando un lugar costanero de la ciudad, y de paso, desterrando las ideas conservadoras y parte de la chatura comunitaria.


Durante ese mes, “Chichita” se enteró de ciertas negociaciones –bajo cuerda- entre funcionarios de la intendencia de Viedma, a cargo de Ángel Arias, y el entonces gobierno dictactorial del general Roberto Requeijo. “Había un contubernio raro” esos días, y ella tomó nota, sostiene ante RÍO NEGRO.


Las autoridades pretendían que el edificio sea ocupado por oficinas públicas en lugar de que funcione con el fin específico de promocionar las artes.
“Un fin de semana –tiene presente- juntamos a los profesores, alumnos de talleres, padres, trabajadores culturales y empleados municipales, conseguimos que nos donaran bancos y pizarrones viejos en el entonces Consejo Provincial de Educación, estacionamos camiones de culata, y sin escándalos, nos metimos adentro”.
Simultáneamente a ese trabajo colaborativo que implicó llenar las salas, la mujer caminó seis cuadras hasta donde funcionaba la por entonces única emisora de la ciudad, LU 15 radio Viedma. Allí dejó un comunicado para informar a los padres que desde el lunes, las actividades comenzaban en el nuevo edificio.
Desde el día de la ocupación pacífica “ya no pudieron sacar a la gente” aún cuando faltaban el telón y las butacas de la sala principal llamada “Antú Ruca”, rememora.
“Si fuera hoy nos hubieran metido presos”, apunta y relativiza algunos hechos de entonces como lo que ocurrió con el Monumento al Pensador (ver aparte).
En una enfática opinión, cree que “lo importante es la gente que está adentro del CMC aprendiendo a sentir, a pensar, a razonar”.
Algunos vecinos entendieron la misión de sostener un proyecto cultural, y cuando había que salir a pedir, por lo menos aparecían donaciones en las latas de pintura.
A partir de ese momento se produjo una catarata de acciones que transformaron al edificio en un trampolín para el desarrollo de asociaciones entre lo artístico y los espectáculos promovidos por sus propios alumnos. Por caso, la obra para chicos “Hay un elefante en casa” que reunió a todos los alumnos, y también con el apoyo de los empleados que construyeron la cabeza del paquidermo.


Francisco Javier, un despertador de talentos en los jóvenes, hizo su primera puesta en escena el 27 de setiembre de 1970 mostrando una interrelación de actividades e integrando esfuerzos con la cabeza del elefante por detrás. Por entonces, se suponía que este faro cultural podría irradiar tanta luz como para que en los colegios se enseñaran talleres culturales. No se pudo. Pasaron años para que el arte llegara a las currículas escolares.
No hay pruebas de que el nombre elegido en la obra hubiera sido ex profeso. Pero también en la ciudad se alzaban voces críticas al proyecto cultural, y por lo bajo no faltaba quien hablaba de un edificio que parecía un elefante blanco por lo costoso.


Aún con el beneficio de la construcción cultural, a “Chichita” no le perdonaron esa “intromisión” al punto tal, que luego debió pelear los honorarios de los profesores que venían los fines de semana. Además, algunos funcionarios no querían devolver el crédito al FNA, y como réplica, el organismo nacional nunca instaló en Viedma una estatua que venía de regalo.
“Había gente que dejaba sus trabajos en Buenos Aires para venir”, recuerda. Por entonces desembarcaron el director teatral Francisco Javier, el escenógrafo Saulo Benavente, la guitarrista Irma Costanzo y la bailarina Ana Labat, entre tantas figuras del ambiente artístico.
Con ese grupo fueron formando alumnos y posteriormente profesores como el caso del guitarrista local, Angel Etchleitener.


Un día, se le plantó a Requeijo. Éste la convocó para formar el Ballet de danza de Rio Negro, y la mujer le dijo que no. Argumentó en ese momento que primero había que formar recursos humanos en forma escalonada, con profesores talentosos que se radiquen, en la ciudad. Requeijo lo quería para él día siguiente, y finalmente terminó entendiendo el razonamiento..
La mujer se fue quedando sola, cansando, vivió algunos boicots. Después, los compromisos familiares, la alejaron totalmente. Aun así, se produjo una imponente puesta en escena de la cantata Santa María de Iquique, y Joan Manuel Serrat pisó esas tablas a sala llena en 1995.


La vastedad y riqueza del patrimonio constituye un ejemplo palpable de la pluralidad cultural, pero a este signo del rostro múltiple de la identidad regional le falta una tradicional ceremonia. En esencia, el corte de cintas celebra un comienzo aunque además representa una oportunidad para estrechar vínculos y reforzar mensajes claves de una entidad. Todavía se está a tiempo de concretar ese homenaje.


El impacto espacial del Centro Municipal de Cultura (CMC) salta a la vista para quienes recorren la avenida costanera viedmense. Pero existen una serie de datos, fechas, nombres, episodios y conceptos que no están absorbidos por la comunidad en general.
Todo es parte también de una historia condensada, procesada en la intimidad y como si fuera una comedia de enredos.
A diferencia de una importante mayoría de edificios, esta pequeña joya arquitectónica que reluce en ese tradicional paseo, nunca tuvo un corte inaugural de cintas.

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