La homosexualidad en el deporte
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
Jason Collins, jugador de la NBA, acaba de sacudir al mundo del deporte espectáculo tras confesar en una entrevista publicada por la revista “Sports Illustrated” su condición de homosexual. Luego de meditarlo por mucho tiempo en que vivió perseguido por la culpa, sin hesitar afirmó: “Soy un jugador de la NBA de 34 años. Soy negro. Soy gay”. En su relato el jugador de los Wizards de Washington reveló que el atentado ocurrido en el maratón de Boston fue el culpable de hacer pública su condición de gay. “Me reforzó en la idea de que no tenía que esperar a que las cosas fueran perfectas porque podrían cambiar en un instante. ¿Por qué no vivir con la verdad?”, se preguntó. A los pocos días el presidente norteamericano Barack Obama llamó al jugador para mostrarle su apoyo. En un artículo titulado “La homosexualidad en el deporte, el gran tabú”, Daniel Rioboo Buezo destaca que todos los que confesaron su condición con anterioridad a Collins sufrieron represalias: “Aunque todas las orientaciones sexuales son respetables, todavía hay ámbitos en donde la no discriminación está lejos de conseguirse. Uno de ellos es el deporte de elite”. Así, el futbolista Justin Fashanu, tras reconocer su homosexualidad, fue apartado del equipo del Nottingham Forest por su entrenador Brian Clough. Años después, en 1998, fue denunciado por agresión sexual por un adolescente en Estados Unidos y apareció ahorcado un mes más tarde. Junto a su cadáver apareció una nota que decía: “La opinión pública ya le había juzgado y condenado”. Tenía sólo 37 años. El exjugador de la NBA John Amaechi reconoció tras retirarse su homosexualidad, al igual que su colega femenina Sherryl Swoopes, quien tras casarse y tener un hijo se divorció y decidió formar pareja con otra mujer también basquetbolista. Es un secreto a voces la existencia de un alto porcentaje de lesbianismo en deportes de equipo femeninos de elite. Alguna vez, conversando con un entrenador de selección, me confesó que ése no era un problema, que las reglas eran claras: en el gimnasio se entrena y las relaciones sentimentales se manejaban en el ámbito de la privacidad, como ocurre con la heterosexualidad. Martina Navratilova es, quizás, el caso más emblemático entre las mujeres. Con 18 títulos de Grand Slam, en 1981 se nacionalizó estadounidense y reveló públicamente su orientación sexual. Desde que lo hizo ha tenido parejas célebres y ha trabajado como activista en numerosas ocasiones. Otro caso destacado en el tenis es el de la francesa Amélie Mauresmo, quien luego de un tiempo de estar entre las primeras del ranking admitió públicamente su homosexualidad. Posteriormente llegó a ser número uno en el 2004 y ganó el Open de Australia y Wimbledon en el 2006 antes de retirarse, en el 2009. Un dilema para los deportistas es la reacción que puede provocar su confesión en sus patrocinadores. Tal lo ocurrido con el multicampeón de saltos ornamentales estadounidense Greg Louganis, quien tras cuatro medallas olímpicas, al anuncio de su orientación sexual en 1994 vio cómo le eran retirados los apoyos comerciales. Según Fernando Carrión Mena, quien ha analizado la homosexualidad en el más popular de los deportes, “en el fútbol se discute sobre economía, cultura, política y hasta de sexo, pero de homosexualidad existe una clara hipocresía que se expresa en la evasión, que conduce a no reconocer su existencia”. Es que sobre la base de la virilidad masculina se construyen los discursos, los lenguajes y las imágenes de la homosexualidad, que llevan directamente a estigmas, prejuicios, violencias y afirmaciones. Detrás del discurso hegemónico del fútbol hay una representación e identidad de masculinidad que filtra por toda la actividad que es el fútbol. Las hinchadas en sus cánticos, gestos y señales marcan al jugador que consideran maricón o afeminado. Pero muchas veces también lo hacen con sus propios jugadores cuando no ponen la “virilidad” suficiente que ellos estiman corresponder. La discriminación en nuestro fútbol es inocultable, debido a que la heteromoral reconoce la posibilidad de la homosexualidad en los espacios privados pero no en los públicos, donde se visibiliza y representa la sociedad. El fútbol es, a no dudarlo, uno de los espacios públicos más discriminatorios que existen. Por más que el artículo 88 del Reglamento de Transgresiones y Penas de la AFA establezca que serán castigados quienes “exhiban o entonen estribillos o cánticos discriminatorios”, esto ocurre en todos los partidos. Según el sociólogo Pablo Alabarces, la cultura del aguante que tanto resaltan las hinchadas en sus cánticos “es una metáfora, una concepción moral según la cual hay que ser macho”. Aun cuando la ley 26743 respeta la identidad de género y es una norma de avanzada a nivel internacional, nuestro país, a fuerza de ser sinceros, está muy lejos de aceptar con naturalidad este tipo de situaciones. Tendrá que pasar mucha agua debajo del puente hasta que la homosexualidad en el deporte sea aceptada como algo natural. Muchas estructuras mentales deberán ser modificadas y ello seguramente será cuestión de tiempo. El Derecho está dando claras señales en dicha dirección. (*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
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