La Inquisición en Neuquén

Don Francisco de Goya y Lucientes, uno de los grandes maestros del arte universal, pintó a fines del siglo XVIII, un cuadro, encargado por el favorito de la corona, Manuel Godoy, que pasó a la historia con el nombre de “La maja desnuda”. La obra exhibe, tal cual su nombre lo indica, a una bella mujer totalmente desnuda, con vello púbico incluido. Unos años después, muy probablemente a raíz del ceño fruncido con que la clerigalla recibió la obra, Goya, a pedido de Godoy, pintó “La maja vestida”.

Ambas obras estuvieron depositadas en la casa de Godoy, su dueño, hasta que en 1807 el muy católico y Borbón rey Fernando VII decidió confiscarlas y guardarlas en una sala reservada. Pero a la Santa Inquisición no le bastó con esa prudente censura real y, en 1814, decretó que la pintura era “obscena” (solo, por supuesto, la desnuda), ordenó su secuestro y le inició un juicio a Goya.

La pecaminosa obra pasó a ser una desaparecida durante casi un siglo. Se les hizo justicia -a la desnuda y la vestida, esta una víctima inocente, una especie de daño colateral- cuando en 1910 fueron instaladas en el Museo del Prado, donde permanecieron indemnes hasta hoy, aún durante los 35 años de dictadura del “Caudillo de España por la Gracia de Dios”, el generalísimo Francisco Franco.

Es claro que, mientras la fobia sexual que en manos eclesiales, de cualquier iglesia, es una herramienta indispensable para el ejercicio del poder -tanto se trate de absolver como de condenar- la hermosa mujer de Goya estará en riesgo. El Santo Oficio existe aún, y los femicidas proliferan.

Una prueba palpable de que el erotismo sobrevive como creación satánica fue aportada, en Neuquén, por el Consejo Provincial de Educación, que dispuso, como lo hizo la Inquisición hace 200 años con la Maja de Goya, levantar una muestra del pintor Rubén Reveco después de que una investigación del supervisor de Escuelas de Arte del CPE, Gregorio Jaimovich, descubrió que cuatro de los cuadros exhibidos por Reveco contenían “escenas de sexo explícito”. Según Jaimovich, el lugar de la exposición es paso obligado de niños de entre siete y doce años. Lo que no ha sido debidamente explicado por la autoridad encargada de preservar la formación moral de nuestros niños -y niñas- es lo que debemos entender por “sexo explícito”, por oposición al “implícito”, aunque estaría claro que no hace falta la participación masculina porque Reveco solo muestra mujeres. Dicho en otras palabras: si tanto Goya como -respetando las distancias- Reveco, nos hubieran mostrado también desnudos de hombres, el sexismo del artista sería innegable. No, sin embargo, para fundamentar la medida que se tomó, sino para que niñas y niños, aunque protesten, pasen por otro lugar.

Jorge Gadano

jorgegadano@gmail.com


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