La muerte ¿suicidio o asesinato?

Por su fama de explorador y estudioso, también cumplió con la misión que le encomendó el presidente Roca de recorrer el territorio de Misiones, mucho más extenso que la actual provincia. Previamente había sido gobernador de Santa Cruz (1881-1892), cuando habiendo creído cumplida la etapa exploratoria en casi toda la Patagonia, se le presentó el desafío de navegar y estudiar el río Pilcomayo, en el norte argentino, también gran proyecto nacional, que había dejado truncos varios intentos. Era otra clase de geografía inexplorada y otra aventura científica.

El ex profesor de historia natural en la Escuela Naval, de historia en el Colegio Militar y compañero de Carlos María Moyano en exploraciones patagónicas, humilde pero siempre decidido a correr riesgos, se decidió por aquella región, también con sus improntas de misterio. «Lista era expedicionario por vocación. Guardaba una especie de culto por su carrera; estaba orgulloso de ella. Su mayor aspiración era contribuir como el que más al progreso de la geografía nacional, que absorbía todo su espíritu» (BIGA, XIV, 1898). El Instituto Geográfico Argentino auspició y financió el proyecto exploratorio, cuya ejecución se inició en Orán, rumbo a Bolivia naciente del Pilcomayo, según se creía. Ramón Lista eligió como secretario al italiano Alberto Marcoz y peón Francisco Pérez. El 20 de noviembre de 1897, a caballo, se pusieron en marcha para La Embarcación (orillas del Bermejo). En la casa de Simón Reyes, Lista dejó un sobre para que lo guardara hasta el regreso, presumiblemente con dinero. Al día siguiente llegaron a Miraflores y estuvieron en la propiedad del comisario Fabián Barrientos y el 22 tomaron para el norte, equivocando el camino real a Yacuiba. En un bosque impenetrable debieron usar cuchillo y machete. A las 4 ó 5 horas de marcha la sed se hizo presente. «Se acercaba el fatal instante en que debíamos pedir a Dios de rodillas, agua» expresó Marcoz en carta a «La Nación» y por la misma, sus palabras y opinión se puede reconstruir lo que ocurrió, como autodefensa. Parece que fue lo contrario. «Martes 23. Después de una noche horrible en que no durmieron, atormentados por la sed y el temor de los tigres», resolvieron abandonar «las cabalgaduras y seguir a pie», «llevando las armas y una bolsa con medicamentos». Poco después Lista -siempre según el testimonio de Marcoz- «se rehusó a continuar, y desesperado, habiendo perdido parte del conocimiento, le pedía agua por favor». Y le dijo: «¡Alberto estamos perdidos! Perdóneme y no me eche la culpa a mí: es el destino que Dios nos ha deparado y no tenemos más que resignarnos». Le incitó después a suicidarse de cuya idea trató de disuadirle, pero él le replicó que no podía sufrir más: «Me recomendó que si acaso yo salvaba, dijera a su cuñado que no desamparase a sus hijos, que recogiese un dinero que había dejado en casa del Sr. Simón Reyes y pagase todos los gastos hechos. Y añadió: «Es inútil que le encargue nada, pues su fin ha de ser tan fatal como el mío».»

El secretario trató de disuadirlo -también según su versión- alentándolo con el recuerdo de «su familia, su alta misión, sus amigos… acostado, las manos cruzadas sobre el pecho, la mirada al cielo y exhalando profundos quejidos… De improviso se levantó y dijo: «Alberto, yo me mato, no resisto más». No le dieron -parece- importancia a esas palabras, pero «después de estar en pie, alzó el Winchester que estaba a pocos pasos, se acomodó al otro lado del yuchan, árbol que nos ofrecía sombra, se echó en el suelo e inmediatamente oí una detonación: acababa de quitarse la vida el Sr. Lista. Su muerte -siguió relatando Marcoz- debió ser instantánea. El tiro fue en la mandíbula inferior y le abrió toda la cara hasta los sesos». Marcoz «sin atinar a hacer nada, ni a tocarlo siquiera, lo tapó con un poncho y salieron corriendo como locos».

Al día siguiente, el comisario Barrientos, de Miraflores, despachó una comisión para trasladar los restos. Las aves de rapiña habían hecho su trabajo «La cabeza, separada del tronco, fue hallada a la derecha de aquél». Fue sepultado en Orán y después, los dos colaboradores detenidos. Pero la extraña muerte tuvo sus bemoles y la duda comenzó a presentarse, por lo cual los directivos del Instituto Geográfico Argentino -que presidía el ing. Francisco Seguí- resolvieron enviar una comisión para investigar el hecho y llevar los restos a Buenos Aires. La integraron Santiago París, Julio R. Garino, Miguel Aparicio López, Jorge Navarro Viola y Carlos Correa Luna. Visitaron el lugar de la tragedia y encontraron, además de algunos huesos de Lista, «una bala de Winchester, un escarbadiente de pluma y pedazos de su pantalón, los bolsillos de la derecha y de atrás estaban dados vueltos hacia fuera». Y grabado en «palo amarillo» una cruz, «las iniciales R. L. y la fecha 23 noviembre 1897».

Las averiguaciones y contactos fueron muchos: gubernamentales, judiciales, policiales, testimonio de vecinos, exámenes médicos de los restos y otro buen número de diligencias, pero formalmente la Justicia no aclaró la trágica muerte. Todas las evidencias apuntaron a Alberto Marcoz. Los integrantes de la comisión pudieron saber que el nombrado tenía antecedentes nada favorables en cuanto a dinero y que el que tenía Lista nunca apareció. Presumiblemente en el citado sobre que dejó a Reyes o que llevaba consigo. Según ellos, el sobre cerrado contenía solamente papeles. Entre los elementos que «levantaron» los dos ayudantes luego de la muerte se encontraba «el morral de lona, el que contenía de quince a veinte pesos en chirolas».

El Acta del 23 de febrero de 1898, firmada en Buenos Aires, fue el documento que avaló la entrega de los restos por parte de los integrantes del IGA como la triste misión: «Una caja de cedro herméticamente cerrada y rodeada de alambre y sellada con sellos de lacre que se encontraron intactos, cuya caja manifestó el señor París contenía los restos del señor Lista». «La capilla ardiente se instaló en el salón de conferencias de la entidad patrocinante y «fue visitado por una multitud ansiosa de tributar ese último homenaje al mártir de la ciencia». El servicio fúnebre estuvo a cargo «de Iribarne y Ca». Cementerio del Norte recibió la urna. Una crecida concurrencia para despedir los restos «del querido compañero, que en vida fue digno ejemplo de abnegación y estudio». El tte. cnel. David Marambio Catán, edecán presidencial, llevó la representación. Hablaron en la despedida el presidente del Instituto, ing. Francisco Seguí; Juan B. Ambrosetti y el doctor Valle por el Colegio Nacional. «Una mano alevosa -porque Lista no era de los que la fatiga vencía sin esfuerzo- cometiendo un crimen de lesa civilización, arrancó su vida útil al país, a la ciencia y a la humanidad», convicción de Seguí y para el científico y amigo Ambrosetti «la bala traidora que desplomó su cuerpo entre la selva virgen» formaron parte de aquella casi certeza que se apoderó del país: fue un crimen.

Bibliografía principal: Lista, R. Mis exploraciones, 1880. La Patagonia Austral, 1879 . Los indios tehuelches-una raza que desaparece, 1894. Viaje al país de los onas y viaje al país de los tehuelches y otros. Belza, J. E. En la Isla del Fuego, 1974. Ygobone, A. D. Paladines de la Patagonia, 1950. Entraigas, R. A. Monseñor Fagnano, 1945. Historia Marítima Argentina, T. VIII, 1990. BIGA, T. XIV, 1898. del Valle Carvajal, L. Le Missioni, 1928. Lenzi, J. H. Historia de Santa Cruz, 1980 y Tierra del Fuego, 1967. Szanto, E. SDB. Documentario Patagónico 1, 1988. Y otros.

Héctor Pérez Morando


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