Celebrar el 18: la nostalgia de las ramadas chilenas bajo el puente carretero y otras experiencias

El hallazgo de una acuarela inspirada en el atípico evento motivó el rastreo de más ejemplos, en la previa de la Fiesta Patria del vecino país. Una celebración que parecía ausente pero que sólo cambió de espacios.

La música en los parlantes llamaba la atención a lo lejos, invitando a acercarse, algo similar a lo que generaba el aroma de las empanadas, picantes para los más valientes. El mostrador de la “cantina” era el punto para distribuirlas, acompañadas por el vino con azúcar para el ñaco (harina tostada), base de la “chupilca”, que también se hacía con cerveza. El cuadro de celebración lo completaban los banderines rojos y azules, enmarcando el paisaje: nada menos que el puente carretero Cipolletti – Neuquén de fondo y el río Neuquén a la par. Todo para celebrar “el 18”, como popularmente se conoce a la jornada en la que el pueblo chileno conmemora la firma del Acta de Instalación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, ocurrida en 1810. Lograron la independencia años después, el 12 de febrero de 1818, pero aquí, no hay fiesta mayor que la de septiembre.

La escena descripta fue real y hoy integra la extensa colección de acuarelas propias que el dibujante y escritor Pepe Zapata Olea atesora en su sala de arte costumbrista. Un festejo épico seguramente, pero del que muchos ni siquiera habíamos oído hablar. Sin embargo, no fue el único, por eso aquí rescatamos experiencias en distintos puntos de la región.

Las ramadas o enramadas fueron una de las demostraciones de tradición que cruzaron la cordillera, y que aquí se hicieron sentir sobre todo en los ámbitos más sencillos. Con la cueca como protagonista, fueron el espacio en el que los vecinos se encontraron para celebrar, compartir con otros visitantes y mantener viva su cultura, incluso en el exilio.

Historia


Para darle un poco de contexto histórico al tema, la obra de Héctor Alegría, periodista e investigador de las tradiciones, estableció que la cueca derivó de la “zamacueca y acompañaba la gesta y el aliento libertario de los pueblos americanos, emancipados de la corona española”. En su libro al respecto, Alegría explicó que este baile cobró notoriedad en Perú y rápidamente se extendió por las costas del Pacifico a casi todos los pueblos del sur. También desde allí se exportó el nombre de ‘chingana’ (escondite), usado para los espacios donde se convocaban a esas reuniones festivas. Ese fue el antecedente de las ramadas y a su vez, el recurso que encontraron las viudas de la guerra de la Independencia en Perú para sustentarse, vendiendo comida y bebida, mientras muchos bailaban, agregó el investigador.

Blanco de los prejuicios de la época, se los consideraba como sitios donde los concurrentes daban rienda suelta a los bajos instintos, ante la mirada del gobierno y la iglesia conservadora. Pero Alegría sumó un dato no menor: si bien es cierto que había algunos excesos, cabe mencionar que “no se miraba con buenos ojos que ‘la plebe’ se liberara de la pesada carga del trabajo, porque tal actitud se asociaba con las ideas que iban surgiendo a principios del siglo XIX. Prohibir, regular y controlar fue, también, una manera de evitar que se aprovechara cualquier oportunidad para algún reclamo de justicia”, explicó el autor, que publicaba desde Chos Malal.

Las ramadas fueron motivo de encuentro en casas de familia y en eventos más masivos. Acuarela de Pepe Zapata Olea.

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Con el tiempo, afirmó otro referente del norte neuquino, Isidro Belver, el término “chingana” no prosperó: “En el ámbito rural se transformó en «enramada» o «ramada», porque el techo de protección del lugar de baile era a base de varas de álamos, sauces, lo que hubiera. Luego, se fueron transformando en carpas”, señaló.

Con el tiempo, esas costumbres se afianzaron entre los compatriotas, que las trajeron a la región, en el marco de la movilidad poblacional que existe desde hace siglos, montañas mediante, sin que pesaran las divisiones limítrofes.

Con la Iglesia y junto al Puente


La iglesia católica, del lado neuquino y con Jaime De Nevares a la cabeza, se diferenció años después de sus anteriores colegas, al defender el valor cultural de la cueca y sus cantoras campesinas, consideradas “antinacionales” por el gobierno de facto, durante el conflicto por las islas en el Canal de Beagle.

Y en Villa Regina fue el propio párroco salesiano, César Rondini, quien apoyó estos eventos en “Pago Chico”, junto a la Cooperadora de la Escuela Antártida Argentina. Según repasó Magalí Catriquir, referente del Museo reginense, en el libro “Mirando al futuro” de Silvia Zanini, Rondini recordó que «por muchos años se hicieron los festejos de los chilenos en su fiesta patria, del 17 al 20 de septiembre. Hubo años en los que asistieron más de tres mil personas. Con los frutos de esta fiesta anual se levantó la mitad de la escuela “Antártida Argentina”. Hay tres cosas que aún ahora me hacen temblar: [una de ellas eran] estas fiestas chilenas en donde uno se jugaba entero y en donde Dios siempre nos asistió sin pasar a mayores», evocó el sacerdote.

Regina: «Ramada chilena junto a Nova, Quiroz y Sandoval», compartió el Museo local. 

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1978: Primer ramada chilena en Pago Chico, Villa Regina. Gentileza Museo local.

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“Siiiiii vamos a Pago Chico, en Villa Regina… las mejores ramadas las organizaba el padre Rondini, dijo un usuario de Facebook entre los comentarios, cuando Pepe Zapata Olea compartió justamente, la foto de la cueca junto a los puentes, del lado cipoleño. Sobre lo vivido frente a esas casas sencillas, el propio dibujante fue testigo y partícipe. En diálogo con diario RÍO NEGRO, relató que los veía bailando cuando pasaba en el colectivo. “Yo en ese tiempo estuve viviendo en Cipolletti unos años y con un amigo solíamos ir a comer empanadas ahí. Era algo muy llamativo, como una ciudad que armaban entre las casitas, había que bajar por los costados del puente. En la acuarela se alcanzan a ver las bocinas que se usaban antes como parlantes, la música se escuchaba desde lejos”, añadió.

Otra mujer, en el mismo posteo, acotó: “Con mi esposo (ucraniano), solíamos ir, comíamos empanadas y el famoso ‘guiso chileno’ hecho con tres carnes: gallina, cochinillo y vaca… ¡UN MANJAR! ¡Hermosas fiestas dieciocheras de antaño!”. Y una última incorporó más datos: “Yo era muy chica, íbamos con mi mamá debajo del puente a ver cómo bailaban, con los trajes, ¡muy lindos recuerdos!”.

En Allen


Esa misma imagen de los atuendos típicos le quedó grabada a Rosa Sandoval, vecina que disfrutó de las ramadas familiares y de agrupaciones folclóricas, aunque no en Cipolletti, sino en Allen. La china y el huaso abrían la pista armada al aire libre, luciéndose la mujer con vestido ceñido a la cintura y pañuelo blanco, siempre con flores en el pelo; y el hombre con el poncho al hombro, sombrero y botas altas, ataviado con las infaltables espuelas, dueñas del sonido emblemático en cada movimiento.

Años después, esta allense se recibió de modista y desde entonces confeccionó, entre otros trabajos, vestimenta para bailarines de todo tipo y con estilos de cada región del país. Estaba latente, sin embargo, ese gusto por la cueca que experimentó siendo una jovencita, aunque no supiera los pasos. Así que hizo su vida hasta que encontró cauce hace ocho años, en distintos grupos de danza y los escenarios le dieron sentido a lo que quería vivir de ahí en adelante. Entre sus recuerdos, se refirió a las ramadas organizadas antes de los ‘90 en la sede de la Casa del Folclorista, liderada por Jorge Zúñiga, el predio junto a la Escuela 64 y viviendas de los barrios Norte y Hospital, que motivaban el corte de calles y la decoración con flores de papel y banderas de ambos países. Hoy su especialidad es la cueca neuquina, con la que transmite la sencillez de los pobladores y el amor a esas tradiciones.

Por un tiempo, esas ramadas en la Casa del Folclorista, galpón de chapa del ferrocarril, por eso el apodo de “Chaperío” con el que se lo conoce en Allen, fueron impulsadas por el grupo tradicional “Cantares de Chile”. Norma Palavecino, integrante junto a otras 30 personas, compartió con este medio un repaso de esa trayectoria, con la que representaron a la ciudad en otros puntos de la región. “Yo estaba en la parte del canto y mis hijos junto a otros niños, formaban parte del baile. Hacían coreografías, revisaban videos, todo para aprender cada día más sobre la cultura chilena”, relató. Si bien el grupo se disolvió, sus eventos alcanzaban una muy buena convocatoria, tanto de chilenos como de argentinos y su nombre quedó instalado en la historia local.

De bailes y salones


Finalmente, mientras se escribía esta nota, la programación en una popular emisora de Cipolletti, publicitaba una y otra vez: “Gran Baile Chileno – Argentino”, a realizarse este fin de semana en un salón del centro. Cinco Saltos se preparaba con un espíritu similar para celebrar, sin el techo de ramas, pero con alma “dieciochera”. María Ermita Soto integra la agrupación “Herencia y Tradición”, una de las que se presentará sobre el escenario en ambas citas. Llegó hace 15 años a la zona, después de vivir en Bariloche, pero “siempre vi grupos que se vestían con la vestimenta típica y eso me encantó”.

Si bien no conoció el emblemático antecedente de las ramadas junto al puente carretero, ahora forma parte de otra etapa que busca defender la identidad del vecino país, aunque sea con recursos más modernos. Es el mismo orgullo de sus compatriotas, que llevan el sello trasandino donde vayan, acompañados por la inconfundible tonada. “Lo más valioso es que recuerden y celebren nuestras Fiestas Patrias como si nosotros, los migrantes, estuviéramos en nuestra tierra, bailando la cueca y también cantando nuestro Himno Nacional. Eso es volver al pasado y acompañar nuestra cultura”, consideró.


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