De parteras y tejedoras: historias de mujeres que arremetieron en el sur

Silenciosas pero tenaces, se animaron a los desafíos de su tiempo cerca de El Cuy, Los Menucos y Gan Gan. En primera persona o recordadas por su familia, hoy destacamos sus hazañas cotidianas.

Hay saberes de aplicación cotidiana que no necesitan certificación académica para ser aplicados y transmitidos de generación en generación. Saberes que ofrecen soluciones, donde no hay otras alternativas. Como en el interior neuquino, la zona centro y sur de Río Negro, también norte de Chubut, guarda mucho de esos conocimientos en la perseverancia de sus pobladoras mujeres, que criaron, alimentaron, sanaron, abrigaron y hasta ayudaron a dar a luz a otras vecinas, cuando fuera necesario.

Natividad Camú fue una de ellas, criancera y ama de casa que llegó a tener 8 hijos, a comienzos del 1900, en la zona de Rinconada Grande, cerca de El Cuy. Su nieto, Roberto Arrese, es quien trajo su recuerdo desde Allen, mientras descolgaba su antigua foto de la pared, coloreada a mano, como se hacía antes. La abuela Natividad era de esas mujeres a la que venían a buscar, calculando más o menos la fecha del parto de las embarazadas. Y ella asistía, sin saber leer ni escribir, con la experiencia que había acumulado, para evaluar el estado de situación y preveer cómo actuar. Ni cesárea, ni goteo, ni epidural. El coraje era tanto que Roberto recuerda como anécdota la habilidad de su abuela para “acomodar” al bebé aún dentro del vientre y dejarlo en la posición óptima para nacer.

Natividad y Raquel, dos parteras del interior patagónico.

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“Hay maniobras que ya no se hacen por riesgo de estallido de útero. Otras, se siguen haciendo, aunque esté contraindicado”, reconoce hoy Elia Montenegro, enfermera chubutense. Es cierto, con el paso de los años, la medicina intervino más en este oficio antiquísimo, pero eso no impidió que Natividad se encargara de algo tan importante, allá lejos, donde no había nada.

De la misma manera, la mamá de Elia, Raquel Abraham, también enfermera, asistió a mujeres en medio de la nieve en Gan Gan o incluso en la caja de una camioneta, en la década del ‘60. Armada con lo básico, pinzas, tijeras y mantas, se las ingeniaba para acondicionar el lugar y guiar las contracciones a buen término, con un alto índice de partos exitosos, sin la amenaza de infecciones como ocurre ahora. Atesorando esos recuerdos, hoy su propia hija está honrando esa vocación, especializándose en puericultura.

Los restos de Natividad descansan en el cementerio de Allen.

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Raquel y Elia, profesión y recuerdos compartidos.

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Dar calor al bebé recién llegado o los demás integrantes de la familia era algo fundamental en zonas como estas, de crudos inviernos y mucho viento. Es por eso que la herencia del telar o el tejido a dos agujas viene con el resto de destrezas que las pioneras de cada puesto o paraje transmitieron a sus descendientes, en su mayoría de raíz mapuche.

Un grupo de esas habitantes de la Línea Sur convirtió el saber colectivo en emprendimiento y ahora, después de casi 20 años, lo sostienen empoderadas, a partir de la Cooperativa “Gente de Somuncura Ltda”. En más de 80 integrantes, sólo tres son varones, contó Sandra Martínez, síndica de la organización.
La crisis del 2001 – 2002 fue el puntapié para recuperar las técnicas artesanales que parecían olvidadas, aprovechando la lana como la principal materia prima disponible.

Sandra Martínez, síndica de la Cooperativa.

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Esquila, lavado, cardado (peinado) e hilado manual de los vellones son los pasos que aprendieron y que ahora aplican, para luego teñir todo con raíces, frutos, hojas, cortezas y flores. “Lo que cambia las tonalidades son las proporciones, las mezclas y los diferentes mordientes (minerales usados para fijar el color). En la región se alcanza el color mostaza a partir de la cáscara de cebolla, el verde con yerba, el beige con cáscara de nuez, el verde militar con hollín, el rosa viejo con molle, el rosa intenso con lapacho, el amarillo con jarilla y el marrón con algarrobo”, explicaron.

Para que todo esto fuera posible las impulsó el aliento de algunos misioneros llegados de Córdoba y Buenos Aires, seguido luego por el primer párroco de Los Menucos, Fernando Rodríguez, que incentivó el trabajo hasta lograr la personería jurídica en 2005. Gracias al esfuerzo de todos, mujeres de Comicó, Prahuaniyeu, Sierra Colorada, Ramos Mexía y Treneta comercializan sus obras en Los Menucos, Dina Huapi y Bariloche. Junto al tejido, incorporaron las obras en cuero, fieltro y cerámica, deleite de turistas y locales. Una posibilidad impensada para las distancias solitarias que las vieron crecer.

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