Fotógrafos de otro tiempo: Ramos y Villarruel, de la plaza de Roca al diario impreso

El archivo y el nombre del maestro en boca de su discípulo sirvieron para traer al presente la trayectoria de dos exponentes de la fotografía en Roca: José Ramos y Juan Villarruel. Sus orígenes y modalidades lograron trascender y registrar la historia local. ¡No te pierdas las fotos históricas!  

Entre las páginas teñidas de amarillo que guarda el archivo del tercer piso, una de las ediciones de 1968 de diario RÍO NEGRO inmortalizó su rostro y su oficio para la posteridad. El que siempre quedaba detrás de cámara, fue el protagonista de la imagen. “José Ramos”, decía su presentación, pero para los roquenses de aquellos años, era Don Ramos, figura y personaje fijo de la plaza Belgrano, entre las calles Mitre y Sarmiento.

Desde 1938, este español esperó a los vecinos que cruzaban por ese sector durante un paseo al aire libre o a la salida del almacén, como en el caso de los que vivían en la zona rural y venían al ‘pueblo’ a comprar todo lo necesario para la familia.

“Hasta los inicios del siglo XX, sólo podían sacarse fotos quienes tenían recursos para pagar un estudio fotográfico. La ‘fotografía minutera’ rompió con esta tendencia, permitiendo que el mundo popular y las capas medias contaran con un recuerdo para toda la vida”, explicó el documental “La Promesa del Minuto”, elaborado en Chile por el director Luis Parra Fuentes. Testimonios como los recopilados allí y los que genera el “Encuentro de Fotógrafos de Plaza” que organiza la ciudad de Mercedes, de este lado de la cordillera, en Buenos Aires, hablan de un oficio que si bien ya no es masivo, sigue vivo. En Brasil fueron declarados parte del patrimonio de «cultura inmaterial» de Belo Horizonte y Río de Janeiro, mientras que en España, una asociación nuclea a 30 fotógrafos de este estilo, pero en el siglo XXI.

Foto: Archivo Diario Río Negro 1968.

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“Minuteros” se les llamaba a los hombres y mujeres que pasaban horas ganándose el sustento junto a la cámara, en la vía pública, justamente por el breve lapso que demoraban en el revelado de la foto.

Para cuando José dialogó con el cronista de este medio, en 1968, llevaba casi 40 años en ese rubro. De hecho, muchos de los edificios que lo rodeaban en su jornada diaria se habían levantado después de sus inicios con el cajón, un paño de fondo y el trípode: él comenzó en 1930, cuando aún no estaba ni la Catedral (la piedra fundamental se colocó en 1950), ni el actual edificio municipal.

“Papá tenía fotos de cuando la torre de la iglesia era un esqueleto y el municipio también, él estando ahí pudo registrar esos momentos”,

contó uno de sus hijos, Domingo, destacado comerciante en la actualidad.

En primera persona


José podría haber elegido la Estación de tren, que movía pasajeros habitualmente pero no, eligió el espacio verde porque había otro público, coincidiendo con la idea de los “minuteros” de Chile, Buenos Aires y Brasil. A diferencia de los viajeros, “la gente de chacra venía a la plaza, donde estaba la calesita, había juegos, más árboles y plantas”, explicó “Mingo”. Y aquí es donde cobra valor y sentido el hecho de tener esa amarillenta nota de archivo.

La tapa del 98° Aniversario, hecha por Villarruel, con Ramos y los pequeños Lorena Vorraso y Tomás Román Sánchez. Foto: Archivo Diario Río Negro.

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Gracias a ella, José en primera persona nos puede contar por qué elegía esa clientela, y quienes lo conocieron pueden traerlo al presente, como quien vuelve a escuchar el audio de Whats App que le mandó un ser querido que ya no vive. «Mis clientes habituales son los criollos, los de ‘tierra adentro’. Siempre me gustó esa gente. Además de fotografiarlos, trato de estudiarlos, de comprenderlos. Dentro de la humildad de su condición, son íntegros, cabales. Y al decir ‘criollo’ no me refiero sólo al hombre de campo argentino, sino también a muchos chilenos, que trabajan aquí con argentinos”, opinaba Don Ramos hace 55 años.

Para los entendidos en la materia, la cámara de José era una Ernemann Bob 1, con ópticas Carl Zeiss Jena, de origen alemán y que funcionaba con rollos de película. Hoy esa belleza plegable descansa intacta en manos del propio “Mingo”, que la cuida como herencia y recuerdo vivo del oficio que trajo el sustento a la mesa que compartían con su madre Filomena y tres hermanos más.

“Lo más valioso que nos dejó mi papá fue la educación y la cultura del trabajo”,

dijo este roquense, segunda generación en el Alto Valle.

40 tomas en un día


En un informe especial para Diario La Nación, Soledad Gil habla del oficio de Ramos sumando otras dos denominaciones: chasiretes o pasalenguas, que junto a los organilleros, dibujantes, maniseros y calesiteros, integraban el conjunto de trabajadores de la vía pública. Regulados en la gran urbe por el digesto municipal, los colegas de José debían ejercer con el guardapolvos reglamentario y ”siempre en el espacio verde asignado (no en la calle)”, además de cumplir con el pago de impuestos locales. Según su repaso, en el siglo XIX, pasaron del “ferrotipo”, uno de los tres sistemas sin negativo de la fotografía, junto al daguerrotipo y el ambrotipo, al sistema negativo-positivo en papel, en el siglo XX.

Foto: Archivo Diario Río Negro 1955.

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Compraban una cámara alemana, la desguazaban y la re-armaban en una cámara de cajón que era, a su vez, un laboratorio. En lugar de película, utilizaban papel negativo en el chasis –de ahí venía el otro apodo de «chasiretes»–, lo revelaban, lavaban y fijaban allí mismo, y luego repetían el proceso a la inversa, positivándolo. Algunos también las coloreaban, lo que suponía un costo extra”, contó la periodista. En función de la técnica, de esas capturas podían hacerse más de una copia, pero siempre en el mismo tamaño y sin posibilidad de ampliaciones, como en los estudios. Tampoco se conservaba el negativo, por eso la noción de retrato instantáneo.

La cámara de José era una Ernemann Bob 1, con ópticas Carl Zeiss Jena, de origen alemán. Foto: Andrés Maripe.

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Esa belleza plegable descansa intacta en manos del propio “Mingo”, hijo de Ramos. Foto: Andrés Maripe.

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En su mejor época, Don José llegó a vender de 30 a 40 placas por día, a 9 pesos cada una. Venía de atravesar los primeros tiempos, en los que sólo conseguía una o dos, a lo sumo cuatro o cinco los sábados y domingos. Allí la placa costaba tres centavos y la foto se vendía a un peso. En esa búsqueda de la rentabilidad antes había trabajado como carnicero, verdulero, encargado de chacra y hasta mozo. Corrido por la guerra, desde su Almería natal, había pasado por Zapala primero y por Allen después, hasta llegar a Roca. Su rutina se extendía de 9 a 12 del mediodía, cuando volvía a almorzar, luego una siesta, y a seguir de pie en la plaza hasta el anochecer. Tenía a su disposición el baño del colegio Domingo Savio, para lo que pudiera necesitar.

Legado


Al cumplir los 65, llegó el momento de la jubilación para Ramos. En el camino, ya había dejado de retratar eventos sociales a sus queridos vecinos de las chacras y poco a poco se alejó de las tardes de sol cerca del campanario de la Virgen del Carmen. Renegaba de la injusticia que la modernidad traía consigo para los de su generación y una vez retirado eligió descansar en su hogar, junto a su esposa, sin tener que salir a diario a encontrarse con una vía pública de la que se ya se sentía ajeno.

Antes esta plaza era un médano, un potrero. Allí donde ahora está el mástil, había una fuente en la que daban de beber a los caballos. Finalizada mi tarea, tomaba mi máquina y sin apuro y casi cerrando los ojos, llegaba a mi casa. Ahora no me alcanzan los dos ojos para cruzar una calle. Dicen que hay que dar paso al progreso. Estoy de acuerdo, pero el progreso en su loca carrera por las calles, no nos da paso a nosotros, que ya no estamos para brincos. Y eso no me parece justo«, dijo implacable en la charla de 1968.

Foto: Gentileza Marilu Villarruel.

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Sin embargo, alguien tomó semillas de esa experiencia, para darle su toque y encontrar una nueva faceta: el fotoperiodismo. Juan Villarruel fue quien mantuvo activo su legado, después de aprender sus primeras nociones detrás del lente, junto al fotógrafo de plaza.

“Mis primeros pasos en la fotografía los di con José Ramos. Aprendí a usar el diafragma, a calcular la distancia, a hacer todo a mano. Me daba la máquina y me iba al río”, contó en una nota de archivo el reconocido fotógrafo, ex trabajador de Diario RÍO NEGRO. Aprendiendo y practicando hacía 30, 40 fotos, ad honorem, a la par de otros tantos trabajos que tuvo en su juventud: chacarero, trabajador de la fruta, verdulero, camionero y hasta boxeador.

A eso se le sumó que en 1956, su cuñado, el escultor Juan Sánchez, le insistió por el mismo camino que Ramos. “‘Prestáme la cámara’, le dije, y no paré más. Me fui al galpón Flor del Valle y saqué 60, 80 fotos. Seguí con eventos sociales y ‘cabecitas de nenes’, esas que se ponían cinco gestos distintos en una sola copia”.

Villarruel y sus cámaras: la experiencia lo llevó hasta el comienzo de la era digital. Foto: Archivo Diario Río Negro.

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Hasta que un día, una oportunidad llegó de manera indirecta. Otro de sus cuñados, Alonso Sánchez, dio su nombre para cubrir una vacante en el diario. “Al principio trabajaba al mismo tiempo en la fruta”, dijo Juan, pero un mediodía, yendo en moto al galpón, vió que un tren había chocado con un camión que llevaba 15 tanques de 200 litros de gasoil, cerca de la calle San Juan. Se refería al accidente ocurrido el 12 de Noviembre de 1963. “Volví al diario rajando, agarré la máquina y saqué las fotos que salieron al día siguiente”, contó. Fue el comienzo para una trayectoria de 33 años.

César Izza, colega y ex compañero de trabajo, lo considera su “maestro”, como un padre en la profesión. De los años en actividad, lo recuerda como alguien que gustaba de las fotos al aire libre, rodeado de naturaleza. La realidad del Valle sin embargo, lo llevó a tener que registrar conflictos y tensiones, como el Choconazo (1969) y el Rocazo (1972). Arrancó con una cámara Agfa propia, después pasó a una ‘Zeiss Ikon’ con lente y se jubiló con una Nikon F4.

Villarruel “fue uno de los pioneros, empezó a hacer la emulsión para los negativos en vidrio y llegó hasta la primera tanda de la era digital”,

contó Izza.

En el medio, hasta se animó a preparar los reveladores y fijadores para imágenes en blanco y negro, que venían en polvo y se disolvían en una olla con agua caliente. Cuando viajaba por alguna nota, improvisaba el laboratorio de revelado en los baños de los hoteles.

Hoy con 95 años, Juan sigue con ese mismo espíritu curioso dentro suyo. “No hace mucho se había comprado una cámara digital”, contó su hija Marilú, aunque reconoció que ya no sale como antes a hacer fotos por una cuestión de seguridad. Lo que no pierde es la capacidad para encontrar un buen encuadre: “Sigue teniendo ojo. Por ahí salimos o viajamos y dice: ‘mira qué linda foto sería aquello’”, valoró la mujer.

Foto: Gentileza Marilu Villarruel.

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«Ese día Tete Coustarot lo presentó como su primer fotógrafo», recordó la hija de Villarruel.

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El recuerdo de Villarruel repasando las fotografías de los 105° años del diario Río Negro.

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“No hace mucho se había comprado una cámara digital”, contó su hija. Foto: Gentileza Marilu Villarruel.

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