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Istria, Yugoslavia y el origen olvidado de varias familias que surcaron el Valle

Eran considerados inmigrantes “italianos” pero había mucho más detrás de sus pasaportes. El recuerdo de los Paulovich y los Zovich sirvió para volver a hablar de sus costumbres y el dolor escondido.

Juan Carlos Paulovich ya no vive pero dejó a sus familiares una valiosa herencia: la propia historia, raíz que los llevó a ser quiénes son y que hoy los conecta con sus antepasados. En eso, la experiencia se parece a lo vivido por la mayoría de los inmigrantes. Pero, ¿alguien escuchó hablar de los “istrianos”? Ese era el gentilicio de los ancestros de este vecino de Cipolletti, pobladores nacidos en tierra mayormente croata, pero que aquí todos consideraban italianos, por esas vueltas de la historia, las disputas de poder y los sellos del pasaporte. No sólo se instalaron en la ex Colonia Lucinda, sino también en Cinco Saltos, Roca, Villa Regina, entre otras localidades. 

El término “istriano/a” refiere a un lugar específico: Istria es una península en el mar Adriático, al este de Venecia. Actualmente, sin embargo, pertenece a tres países: Croacia, Eslovenia y mínimamente Italia, en cuanto al reparto de territorio. Desde el año 177 A.C. se adaptó a romanos, godos, lombardos, venecianos y finalmente a los Habsburgo. Quedó en manos de Italia después de la I Guerra Mundial, hasta que integró la desaparecida Yugoslavia, que se dividió en los ‘90. 

Iván (Juan) y María fueron la base de la familia Paulovich, a partir del árbol genealógico reconstruido. Él nacido en 1867 y ella en 1873, fueron vecinos de la aldea de Cherie, en el centro de Istria, junto a sus cinco hijos. Lamentablemente en 1910 ella murió, y sus muchachos de mayor edad (adolescentes) debieron combatir en la Primera Guerra Mundial. Los menores (Francisco, José y Adolfo), por su parte, emigraron luego a la Argentina entre 1923 y 1930. En ese contexto, Juan Carlos llegó a este mundo tiempo después, en 1940, como el único hijo de Adolfo y María Hreljak, oriunda de Grimalda, pueblo vecino en Istria. Gracias a su reconstrucción, publicada parcialmente en el libro de los 110 años de Cipolletti que preparó el Rotary Club, se pudo saber de la experiencia que ese pueblo tenía en el cultivo de la vid, hortalizas y frutas, también con el aceite de oliva y la preparación de jamones. Conservaban sus alimentos salándolos, secándolos al sol y con fermentación láctica. De hecho, el famoso chucrut les resultaba de aplicar a los repollos sal, orujo de vino “picado al aire” (avinagrado) y algo de agua, en un plazo de tres meses. Muchos vinieron con sus semillas y hasta sus herramientas, lo que les permitió hacer frente al desempleo de la crisis del ‘30, hasta poder conseguir su propia terreno. 

Aquí, el contacto con Antonio Pamich, en Cuatro Esquinas, les permitió instalarse a Francisco y a José, mientras que Adolfo, ya casado, debió ir a la zona rural de La Falda. Compraban en el Almacén de Ramos General de Luis Toschi y fruto del intercambio  con quienes compartían costumbres y ayudas, José y Francisco se casaron con las hermanas Juricich, Nadalina (Natalia) y Amalia. Un nieto de ésta última, fue quien compartió con RÍO NEGRO el archivo familiar y las valiosas fotos de sus abuelos. Aún se sorprende al ver las supuestas firmas de ellos, porque en realidad “eran campesinos analfabetos”. “Mi abuelo no tuvo estudios, cuando llegaban a Argentina venían miles y acá se los recibía sin mucho protocolo y con precariedad, pero con los brazos abiertos porque faltaba mano de obra. En muchos casos cambiaban sus nombres y ellos ni se enteraban”, sostuvo Daniel Paulovich. Juan Carlos de hecho explicó que al “latinizar” los apellidos se reemplazaron algunas letras también, por la pronunciación. 

Por otra parte, el apellido Zovich es otro de los que habla en nuestra región de aquellos pueblos, cercanos a Istria y que en conjunto vivieron la antigua Yugoslavia. Victorio fue uno de los que arribaron al Valle, aunque no fueran familia entre sí. Él llegó solo y se las ingenió hasta formar su hogar con Caterina Tuchtan, que ya tenía dos hijos de un matrimonio anterior (María y Julio) y que con Victorio tuvo tres más: Rodolfo, Ricardo y Elena, nuestra entrevistada para este ADN Sureño.

El recuerdo de los Zovich en los 15 de Elena: en el extremo derecho, Caterina, y en el izquierdo, Victorio.

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Entre jarillas tan altas como los caballos que usaban en la chacra, trabajó la parcela que le otorgó la Compañía Italo Argentina de Colonización (CIAC) y buscó dejar en el pasado todas las penurias que había vivido en Europa. A su hija menor, que hoy ya celebra 79 años, le cuesta recordar datos de lo vivido por su padre, porque él se los callaba, bajo una coraza que nunca pudo ablandar del todo. Eso sí, “no nos hizo faltar nada”, dijo. Siendo pequeña, igualmente trabajó para ayudar al sustento diario. 

Finalmente, con una última anécdota con Caterina como protagonista, Elena graficó de cuerpo entero las secuelas en aquella generación. “A papá jamás lo vi escribir o recibir una carta, pero mamá sí, se escribía con Yugoslavia, donde aún tenía seres queridos”, relató la mujer. “Yo a pesar de que el idioma era tan complicado aprendí a leerlo. Y un dia que mi mamá estaba afuera dándole de comer a unos pollos, ví que en su mesita de luz había un sobre. Era de allá y al abrirlo noté que el papel tenía algunas gotas, como lágrimas. Supe que le habían avisado que había muerto su mamá. Ella jamás, jamás, nos lo dijo, tan endurecidos estaban por el dolor, que seguro mientras andaba con las gallinas, lloraba allá, pero sola”.


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