Nos vemos en el Náutico: el río y el disfrute en Roca

En el Área Natural Protegida de Paso Córdoba, los roquenses disfrutan de un espacio ideal para descansar en familia. Una tradición de décadas.

Cargar las reposeras. Chequear que el mate esté caliente para no depender de que alguien nos convide agua allá. Protector solar, por las dudas. Una botellita de agua, algunas galletitas si es posible, o torta fritas en el mejor de los casos. Todo listo, ahora sí.


“Nos encontramos en el Náutico”. Días atrás tuve esa misma propuesta con familiares y, después de un desencuentro, me quedé pensando en el Náutico como punto de referencia a la hora de ir al río en Roca.

El Club Náutico es, en efecto, un espacio ubicado en el Área Natural Protegida Paso Córdoba. Hay lugar para acampar, y muchos ciudadanos aprovechan ese punto diariamente. Para acceder, basta con pasar el puente de la Ruta 6, y unos metros después del control y de La Pulpería, doblar a mano izquierda. El camino mismo lleva hasta el camping. Pero he aquí la primera polémica en cuanto a la acepción de “el Náutico”.

Si bien el nombre corresponde al Club, en el argot roquense, “el Náutico” es el espacio libre del río al que se accede doblando a la izquierda luego del puente. No el Club en cuestión. Es que, en el ingreso al Club, hay un pequeño desvío cuesta abajo por el cual se puede ingresar a uno de los brazos del río más amplios, donde quizás más gente asiste. Y desde allí se puede caminar durante varios minutos, incluso hasta bordear el Valle de la Luna Amarillo. Para quien escribe y para varios más, el auténtico “Náutico” es ese.

El debate, en todo caso, es anecdótico. Lo que quiero retomar en este espacio es esa costumbre local de ir a pasar los fines de semana veraniegos, o las tardecitas soleadas del resto del año, a “nuestro” río. Sería pretencioso decir que es una costumbre roquense, cuando en todas las ciudades con río debe ser igual. Pero no por eso deja de ser una marca identitaria de quienes vivimos en la ciudad y disfrutamos del Náutico como un espacio propio.


Llegar temprano, a veces con unos sanguchitos previamente armados en casa. Ubicar las reposeras en el mejor de los casos, o la lona. Los chicos con la pelota, los padres con el mate, alguno tirando piedritas al río para hacer “sapito”. Caballos dando vuelta, ante la sorpresa de los más pequeños. Es una postal que desprende aroma a infancia, y que a medida que pasan los años se va repitiendo, en todo caso con cambio de protagonistas pero con el mismo escenario ahí, impertérrito, siempre listo para recibir visitas.

En auto. En bicicleta. En colectivo. Entre varios, o solos. Cambian las condiciones, pero nunca el lugar. El Náutico es el punto neurálgico, pero es también la conexión con otros lugares emblemáticos del Área Natural Protegida. Porque muchas veces, después de disfrutar del río y a medida que la tarde iba cayendo, también se podía acceder al Valle de la Luna Rojo (o Amarillo), o internarse entre las bardas en búsqueda de un lugar tranquilo. Recuerdo una actividad que nos divertía mucho: mi viejo sacaba las alfombras del auto y, sentados encima de ellas, nos deslizábamos por las pequeñas montañitas. O aprovechar que el lugar estaba vacío y jugar a ver quién tiraba un pelotazo más lejos, donde casi no se viera la pelota.

El regreso también es parte de la experiencia completa del Náutico. Recuerdo, de niño, volver sentado atrás con la ventana medio abierta, ese aire de la barda dándome en la cara, y ese estado de adormecimiento típico de una agotadora jornada de juegos. Ese cansancio que no se va de grande, pero que en todo caso se reconvierte en una charla más calma, o en un rato de música en la radio.

No somos únicos por tener un río, es cierto. Pero sí puedo decir, con orgullo valletano, que siempre tenemos un lindo lugar para disfrutar. Nos vemos en el Náutico.


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