País de las Manzanas

Plantados los primeros manzanos en la zona del Nahuel Huapi, a fines del siglo XVII, sus frutos son parte de nuestras vidas de un modo particular.

“País de las Manzanas”. La primera vez que supe de un territorio así mencionado fue en un texto escolar. Y supe que ese territorio así mencionado era la Patagonia y que yo era parte de ese país. Crecí rodeado de manzanas, pero no supe hasta ese momento que aquella fruta tan familiar daba nombre al país que habitaba.

Por supuesto que ya para entonces el país que habitaba no era e de las manzanas, si es que alguna vez lo había sido. Porque, ¿quién realmente había nombrado así al territorio patagónico que, supo no hace mucho, es medio país de Argentina?

No era importante, al menos para mí, saber mucho más. Me alcanzaba con saber que mi lugar alguna vez había sido El País de las Manzanas y su gobernador, el cacique Sayhueque.

Se supone que tal país estaba ubicado al sur de loque luego sería la provincia de Neuquén, pero en ese mapa escolar más parecido a los del tablero del TEG que a cualquier otro, El País de las Manzanas era la Patagonia toda. Incluido Cipolletti, ahí estaba yo.

Mi pago chico seguía siendo el de las manzanas. Bastaba con cruzar la ruta 22, caminar unos pocos metros y encontrarnos con las chacras que para nosotros eran enormes. Pero más cerca que las chacras, estaban los galpones de empaque y sus respectivos frigoríficos. El de nuestro barrio estaba (sigue estando) sobre Lisandro de la Torre y era enorme. Enfrente había un enorme terreno en el que habíamos armado una de las tantas canchas que teníamos porque si algo sobraba en ese barrio eran baldíos; y manzanas, claro.

Las mejores eran, por alguna razón que hasta hoy desconozco, las que sacábamos de los camiones cargados de bins de madera llenos de manzana roja. No hubo ni habrá mejores manzanas que esas. ¿Por qué? Supongo que el carácter furtivo de su obtención hacía lo suyo. Manotear manzanas en pleno febrero después de un partido de fútbol era lo más cercano a zambullirse en un oasis.

Siempre supimos que las mejores manzanas era exportar, que esas nunca llegaban a las verdulerías y fruterías. Menos aún a los supermercados. ¿Eran esas manzanas de los caminos las famosas manzanas de exportación? Probablemente, sí. Casi como gesto patriótico, las rescatábamos de su destino allende los mares y nos las quedábamos. En rigor de verdad, nos las comíamos.

Las manzanas del camión, recién llegadas de las chacras siempre tuvieron un sabor especial, un dulzor, textura y firmeza que nunca pude encontrar en otras manzanas. Esas manzanas recién llegadas de las chacras, sépalo quien acaso aún no lo sepa, son únicas. Quizás el lavado, el embalaje, el frío tengan que ver. Aún hoy, que ya no manoteo manzanas de los camiones, las reconozco inmediatamente cada febrero, incluso a simple vista: tienen el polvillo de las chacras encima.

Esas manzanas no se consiguen en otro lado que no sea aquí, en El País de las Manzanas. Pero duran un instante, el tiempo que les tome llegar al galpón porque, luego de allí, ya no serán las mismas. Brillantes, limpias y tentadoras, sí, pero con gusto a otra cosa. Por eso, en temporada, las mejores fueron y serán las que vengan con tierrita chacarera.

Los primeros manzanos fueron plantados por el sacerdote jesuita Nicolás Mascardi en la zona del Nahuel Huapi, alrededor de 1670. Con el tiempo el monte frutal se expandió por buena parte del territorio de la Patagonia Norte. Aquel País de las Manzanas hace años que no existe más. Su bravo gobernador perdió la batalla final el 18 de octubre de 1884 y fue el final para ese territorio fantástico. Mi pago chico, en cambio, sobrevive como puede. Sus manzanas, también.


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