Telefonistas del siglo XX: el vibrante oficio de conectar gente en Río Negro cuando no había internet

La tecnología de la época ayudó al desarrollo, pero también les sirvió para consolidar su independencia como mujeres. Su recuerdo perdura en las distintas ciudades del Valle. ¡Mirá las fotos históricas!

Podríamos decir que estar “en línea”, como lo llamamos hoy, era por aquellos años ese instante que acontecía desde que el “abonado” levantaba el auricular para solicitar la llamada. “¿Con qué número desea hablar?”, respondían ellas cuando la luz se encendía en el panel, delante suyo. Y así comenzaba la magia.

Las teleoperadoras eran las responsables de conectar gente, cuando todo quedaba lejos y sólo había ferrocarril, telegrama, cartas, rutas precarias y pocos vehículos. Eran las que mantenían andando el servicio los 365 días del año, memorizando el mapa para saber en tiempo real, a qué central recurrir para derivar al usuario en espera. Y en los casos más dramáticos, eran las que buscaban datos de gente que había viajado, por ejemplo, y que no había vuelto a comunicarse.

Emma Nutt fue la primera mujer reconocida en ese puesto en el mundo, cuando comenzó a trabajar en la Edwin Holmes Telephone Dispatch Company de Boston, Estados Unidos, allá por septiembre de 1878. Gracias a puestos como ese, muchas pudieron soñar nuevos horizontes, más allá de ser ama de casa, empleada doméstica o maestra. La limitada oferta educativa y de recursos, como para terminar el Nivel Secundario y seguir una carrera universitaria, complicaba aún más la posibilidad de alcanzar la independencia y prosperar.

Las regionales


Apolonia Zúñiga de Fernández y Milka Sferco de Rotter, como se acostumbraba a nombrar antes, incluyendo el apellido de casada, fueron pioneras del rubro en Cinco Saltos y Villa Regina, respectivamente. De hecho la chacra de los Sferco fue sede de la primera “telefónica” reginense. Ramona Gancedo y las hermanas Zabaleta ejercieron en Allen, mientras Rosa Atencio hizo lo propio hasta 1915 en Cipolletti. Su esposo Vicente Cervera Atencio, que había trabajado en la construcción del dique Ballester, reparaba el tendido de cables telefónicos bajo el cargo de “guardahilos”. Antes no había comunicación a distancia sin los cables, que necesitaban de un arriesgado mantenimiento, haya buen o mal clima, en la meseta, el valle o la cordillera.

Apolonia (Cinco Saltos) y Milka (Regina), pioneras delante del conmutador.
Foto: Gentileza Museo Cinco Saltos y Magalí Catriquir.

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Buenos Aires había hecho sus primeras experiencias ya desde 1878, sólo dos años después de que se patentara el invento en Estados Unidos. Aquí en la Patagonia, RIO NEGRO se refirió al servicio telefónico en su primer año de publicación: 1912. La edición del 15 de Octubre, por ejemplo, informó el inicio de los trabajos preliminares para la instalación de la red desde Roca hacia Neuquén. Para fines de ese año, estimaban, quedaría habilitado para el uso público “este nuevo elemento que se incorporaba al progreso de la colonia”.

Mismo entusiasmo generaba en la Cooperativa de Irrigación (Riego), que puso a disposición un teléfono destinado a “prestar grandes e importantes servicios a los chacareros», mientras que, en Choele Choel, varios pobladores solicitaron a Nación permiso para construir una línea de teléfono de uso particular. Los roquenses, por su parte, accionaron para instalar una línea telefónica en la estación de trenes local. Conesa empezó a usarlo en 1904 y Luis Beltrán en 1911.

De la Unión Telefónica a Entel


El tiempo pasó y lo que llegó a la capital porteña de la mano de las Compañía “GowerBell” y “Continental de Teléfonos Bell Perfeccionado” se fue consolidando: ésta última fusionó con la Sociedad Nacional de Panteléfono, para fundar, la Unión Telefónica del Río de la Plata.

“El desarrollo del nuevo sistema, de manera atomizada en las ciudades intestinas del territorio nacional, fue determinando la actividad cooperativa, o bien, la instalación de empresas de capital extranjero”, señaló el Archivo “Memoria de las Privatizaciones” del Ministerio de Economía, para explicar quiénes brindaban el servicio telefónico en las primeras décadas del siglo XX. Frente a esa dispersión, en 1946 se creó la Empresa Mixta de Telefonía Argentina (E.M.T.A.), nacionalizando activos y pasivos de los privados.

Dos años más tarde, el Gobierno nacional pasó a ser titular del 100% de las acciones, logrando así cambiar la denominación por la de Compañía de Teléfonos del Estado. Con ese proceso previo, el 13 de Enero de 1956 crearon la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel) y aquí es donde tenemos una testigo de primera mano para recordar lo vivido.

Mirta Elda Segurado de Peche, fue una de las tantas que se desempeñó en la sede Entel de Roca, sobre calle España, a metros de la transitada 9 de Julio. Nacida en 1947 y criada en tierra local, pasó 29 años dentro de la firma, entre 1969 y 1998. De hecho la foto que ilustra esta nota la muestra a ella en primer plano, en medio de la vorágine de cada jornada.

Accesible y con buen humor, asistió a la charla con RÍO NEGRO acompañada por Adriana Luccioni, familiar suya e hija de otra teleoperadora que hizo carrera hasta jubilarse: Uberlinda Alanis de Luccioni, oriunda de barrio Bagliani. Juntas se rieron al contar las anécdotas, como cuando la típica crecida en el centro de la ciudad, a causa de la lluvia, se llevó a “Ube” con bicicleta y todo, mientras avanzaba por la calle. O la mini descarga eléctrica que recibían las trabajadoras al usar el auricular los días que se mojaban los cables por las mismas inclemencias, dato que surgió durante la consulta a hijos y descendientes para esta nota.

Fotos: Gentileza Mirta Segurado.

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Fotos: Gentileza Mirta Segurado.

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En este proceso de cambios para la vida de la mujer, a mediados del siglo XX, la experiencia de Mirta fue como la de otras, que debieron dejar a sus hijos con sus madres, en guarderías o con vecinas, para poder salir a trabajar y vivir mejor. Cuando entró a Entel, ella tenía apenas 22 años y su primer hijo, Marcelo, había nacido poco antes. Cinco años después llegaría Gustavo.

Con el desafío de la crianza al hombro, se las ingenió para no faltar ni llegar tarde, seguida de cerca por el régimen interno que tenía la Central, donde la eficiencia y la exactitud eran sagradas. Afabilidad, cortesía y rapidez completaban el perfil de valores que se esperaba de ella y sus compañeras. El seguimiento era tal que, sin que supieran a veces, se las observaba para calificarlas y definir un puntaje que luego era premiado. 120 era la cifra de mayor orgullo, por eso Mirta afirma convencida que “trabajar ahí la formó para la vida”.

Al referirse a la rutina cotidiana, esta roquense contó que cumplían turnos de seis horas y media, de mañana o de tarde, en tandas de siete días seguidos, más dos o cuatro jornadas de franco. Hubo un tiempo en el que, por convenio colectivo, no se permitía que mujeres atendieran en turno noche, pero eso después cambió. FOETRA, el Sindicato de las Telecomunicaciones, era el que las representaba.

“Aguarde un momento, por favor”


12 compañeras por turno eran las que se sentaban, una junto a la otra, para distribuirse y derivar llamados locales, regionales y de larga distancia. Con ellas, el silencio de pronto comenzaba a poblarse con el tono de cada una, que con las palabras justas buscaba ser amable pero concisa, para dar solución a cada pedido. Era un oficio que demandaba mucha concentración, porque cada parte del panel delante de ellas tenía una función. Una luz encendida marcaba al abonado que “pedía la comunicación”, al que atendían insertando la clavija posterior en el orificio que le correspondía.

¿Con qué número desea hablar?”, consultaban luego de abrir el micrófono y en función de los datos, insertaban la clavija anterior en el hueco del destinatario. Ahí el traspaso no era automático, sino que el solicitante quedaba en espera, sin oír nada, hasta que del otro lado el receptor contestaba al “ring” en su teléfono y la operadora le anunciaba que alguien quería hablarle. Recién cuando ella corroboraba que se había logrado el diálogo, cerraba el circuito para darles privacidad.

Mirta en la sede de Entel, en calle España de Roca, hoy – Foto: Juan Thomes.

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La posición del interruptor que habilitaba cada llamada les permitía “supervisar” la calidad de la conexión sin ser escuchadas (ubicado hacia adelante) ó “intervenir” por cualquier eventualidad (ubicado hacia abajo). Mirta recuerda haberse ofrecido como intérprete entre dos usuarios que no lograban entenderse por las interferencias, para retransmitir lo que decía cada uno.

“Para mí no sólo eran datos, sino alguien que estaba del otro lado necesitando que una sea responsable y se ocupe. Yo amaba al conmutador”,

reconoció entre lágrimas.

¿Suena complicado, no? Estas mujeres lo hacían a diario, miles de veces y así por décadas. Eso sumado a las horas de demora que implicaban las llamadas de larga distancia, porque semejante operativo dependía a su vez de la disponibilidad de centrales más grandes. El costo de cada operación se calculaba mensualmente, siguiendo las boletas que las empleadas llenaban en cada llamado, con el número de usuario y el tiempo que usaron el servicio.

Desconocido es el destino que tomaron todos los aparatos usados en ese período de trabajo manual y luego cada vez más automatizado. Pero a pesar del retiro y la jubilación, el plantel de compañeros formó una familia, en la que hubo vínculos de sangre, pero también los que nacieron de la convivencia cotidiana. Héctor “Zape” Zapettini y Raquel “Tita” Manso se conocieron allí dentro y fue amor a primera vista, recordó su hija Roxana. Los hijos de todos trataban de “tíos» a los demás compañeros de trabajo de sus padres, además de visitar el edificio cada tanto.

En el recuerdo quedaron Luisa Garay de Bartorelli y Blanca Garay de Genovessi (hermanas), Olga Echeveste, Ester «Chiquita» Barnes de Melchiori, la señora Vile, Nilda Barbero de Yezzy, Isabel Álvarez, Verónica Cuello, Lucía Chirinos de Linares, Emilce Vicente de Massolini, Nélida Monquievich de Sogo, el señor Vorel, Roberto «Negro» Garay (instructor), «Pocha» García de Salgado, Dora Sardini, Marina Ferrari, Lucrecia de Esteves, María Rosa Manso (hermana de Tita) y Rodolfo Santiago Viale, el jefe de red de larga distancia de toda la Patagonia.

Raquel “Tita” Manso – Foto: Roxana Zapettini.

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Héctor “Zape” Zapettini.

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El compartir entre compañeras telefonistas – Foto: Roxana Zapettini.

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Foto: Roxana Zapettini.

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El asado mensual entre compañeros – Foto: Roxana Zapettini.

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Emma Bustos.

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La vereda de Entel en Roca, sobre calle España. De fondo, la Estación de tren – Foto: Eduardo Martínez.

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El reconocimiento de Entel a sus empleados con 20 años de servicio – Foto: Roxana Zapettini.

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Foto: Roxana Zapettini.

Grupo «COMARCA PATAGONES – VIEDMA: UN VIAJE AL PASADO», en Facebook.

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