Tragedia del Zapalero: sobrevivientes y familiares recordaron qué pasó ese día

La reconstrucción que RÍO NEGRO publicó el pasado domingo 6 motivó que protagonistas y sus descendientes se animaran a contar lo vivido en 1957, cuando el tren descarriló cerca de Choele Choel ocasionando 40 muertos. ¡No te pierdas las fotos históricas!

“¿Por qué va tan ligero? A esta velocidad vamos a llegar antes del horario establecido”, dijo esa tarde Juana. Alicia, su hija, había viajado a Bahía Blanca para hacer un curso de peluquería y ahora volvían juntas a bordo del Zapalero. La adolescente era nacida en la ciudad bonaerense, por eso ya la conocía, pero en ese tiempo vivía en Allen, Río Negro, donde sus padres eran colchoneros. No tuvo más alternativa que irse lejos a estudiar, porque en el valle rionegrino no había donde seguir el nivel secundario.

Hija única, Alicia completó la primaria en la Escuela N°23 y ese mes, después de un año, su mamá había ido a buscarla, para que no regresara sola, mientras Ceferino, el padre, las esperaba en la vivienda de calle 14 de Abril. Las acompañaba Miguel, un pequeño niño que doña Benedicti de Irungaray estaba ayudando a criar.

La Estación Sud de Bahía Blanca, hoy imponente en su blancura, su reloj en el frente y sus rejas negras, había visto partir ese tren unas horas antes. Era el más común entre los medios de transporte, porque la mayoría de las familias no tenían cómo cruzar tan grandes distancias, así que las mujeres de este primer recuerdo estaban acostumbradas a utilizarlo, como quien hoy viaja en colectivo larga distancia, cada tanto.

Según lo que pudieron reconstruir desde el Museo Ferroviario de Darwin, fue allí, en Bahía Blanca, donde los cambistas engancharon al vagón tanque, cargado con petróleo crudo, que poco después causaría la tragedia, entre las estaciones Zorrilla y Fortín Uno.

Estación Sud Bahía Blanca – Facebook Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos.

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Pero mientras tanto, entre los pasajeros no sabían nada de esto. Hacía bastante calor, por lo que Alicia recuerda que viajaba arreglada, con vestido y zapatos abiertos. Sentada Juana adelante y los muchachitos en el asiento siguiente, iban en uno de los típicos vagones de madera, “el segundo o tercero, en un asiento mixto”, intentó recordar nuestra entrevistada, que aún vive en Neuquén con casi 80 años. No era el espacio que originalmente habían ocupado al subir en la estación, porque quizás la intuición de madre hizo que doña Benedicti les propusiera cambiarse.

“Eso nos salvó la vida, porque en el vagón anterior la mayoría terminó muerto”,

dijo Alicia esta semana junto a su hijo Héctor Mauro, en el comedor de su casa, en diálogo con diario RÍO NEGRO.

Conocedora de la dinámica del servicio, Juana fue la que notó que la velocidad con la que ingresaban a la Patagonia era excesiva. Según medios del centro del país, ese año, 1957, el ambiente ferroviario ya había sufrido otro accidente fatal, en el mes de febrero, cuando “El Capillense” que unía Córdoba con Buenos Aires, descarriló en una curva a alta velocidad, con 650 pasajeros, de los cuales 100 resultaron damnificados, entre muertos y heridos.

El comentario preocupado que Alicia escuchó de su madre surgió de la charla compartida, al pasar, con varios vecinos de Allen que habían coincidido en ese regreso. Pero fue la antesala del desastre. De pronto, el traqueteo típico de la línea se convirtió en un brusco movimiento, que terminó volcando el habitáculo hacia uno de los lados. Nadie entendía nada.

Cuando recién lograron salir, entre la tierra que rodeaba a las ventanillas, vieron que el escenario era tremendo. Delante de sus ojos, el vagón que habían evitado, como varios más, parecían acordeones, recordó la mujer. Astillados, uno dentro de otro. La madera escondía detrás a los pasajeros que habían quedado atrapados entre los asientos, apiñados en fila. Cuesta imaginar los gritos de dolor que deben haberse escuchado en esas horas de desesperación, hasta que fueron asistidos. Alicia frunce los ojos al recordar, pero evita ponerlo en palabras.

Una captura del día trágico – Foto: Museo Ferroviario Darwin.

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Su nombre entre los heridos


Cuando el semanario RÍO NEGRO publicó la información el viernes 25 de Octubre de 1957, dos días después del accidente, los periodistas habían logrado recabar los datos de varios fallecidos y lesionados, identificados hasta ese momento. Si hoy cuestan las tareas de rescate, en ese tiempo, más todavía. 48 horas después eran 19 los cadáveres recuperados, cuando el total de muertos fue de 40.

“Falta todavía revisar un coche de primera y otro de segunda [clase]”, escribió el cronista en la nota de tapa. “Aproximadamente a las 4 de la mañana del jueves, arribó a nuestra ciudad el tren procedente del lugar de la catástrofe, que trajo a quienes no sufrieron daños. A Roca viajaron Ramón Muñiz, Bolilla y señora, Vicente Lunari, Luis Ojeda y Adolfo Castillo. Paralelamente partió otro con destino a Bahía Blanca, llevando también numeroso pasaje. A continuación transcribimos la nómica de los muertos de acuerdo a los últimos datos que hemos podido obtener: Santiago Artola y señora, de Neuquén; escribano Alejandro Abaca y señora, de Choele Choel, Amalia D. Ferrari, Ebert Charles, de Huergo; un niño de tres años De la Torre, de Río Colorado; Rogelio Anzorena, de Neuquén; un hijito de tres años y Pedro Flores, de Centenario”, agregó.

Archivo Diario Río Negro.

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Y entre los heridos el periodista incluyó a “Guillermo Martin, señora Ada P. de Martin y su hijito Guillermo; Eduardo Sánchez de Bahía Blanca; Francisco Manchini, de Wilde; Eduardo Zaneoni, de Neuquén; Rafael de La Torre y señora, de Río Colorado; Ester y Angelino Anzorena, de Neuquén; Quinto Antolfi de Bahía Blanca; Irene Sogo, de General Roca; Juan Carlos Andreotti, de Cipolletti; César Monti, de Bahía Blanca; Elías Dargan, de Bahía Blanca; Evaristo René Clavería, de Neuquén; señora de Charles, de Huergo; Acelino Medicci, de Bahía Blanca; Roberto Acuña y Josefina María Pérez, de Huergo”, indicó el relato.

La distancia en el tiempo hace que parezcan sólo nombres en una página amarillenta, hasta que un día, un lector como Oliver se comunicó con este medio para decir que Guillermo Antonio Martin y su esposa Ada Antonia Pagliaccio de Martin, los primeros en la lista de heridos, eran sus abuelos. El pequeño que los acompañaba, Guillermo Julio, fue su papá. Venían de ver en Bahía Blanca al segundo hijo de la familia, que también se encontraba en esa ciudad para estudiar el nivel secundario. La que confirma los datos es Josefina Medina, “Cari” para sus seres queridos, nuera de ese matrimonio que logró sobrevivir a la tragedia del Zapalero.

En la mesa familiar Guillermo padre y Ada, dos sobrevivientes de Huergo – Gentileza Familia Martin.

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Guillermo y su madre Ada, que perdió ambas piernas a causa del accidente. Gentileza Familia Martin.

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Gracias a estos vecinos de Huergo se pudo saber que Ada fue una de las víctimas que quedó con lesiones y secuelas por el repliegue de las butacas.

“Ella iba sentada y sufrió el machucón de los asientos que se soltaron y le apretaron las piernas, que posteriormente debieron amputarle”,

contó Oliver.

Como si esto fuera poco, quienes la encontraron desmayada, creyeron que había fallecido, por lo que la trasladaron a la morgue de Choele Choel con las demás víctimas fatales, donde pudieron encontrarla viva por la insistencia de sus familiares.

Algo parecido le sucedió a Juana, madre de Alicia, a quien confundieron en la morgue con otra mujer de la misma contextura, cubierta con una sábana, ocultando su rostro. Recién cuando observaron que el cuerpo vestía zapatillas, calzado que nunca usaba la señora de Irungaray, pudieron descartar la triste posibilidad, para seguir buscándola con vida. Si bien Alicia no recuerda el momento del reencuentro, sí puede verse a sí misma sentada sobre algunas valijas aguardando el rescate, allá en ese kilómetro perdido en la estepa donde descarriló el tren. Ella no había sufrido golpes, su madre sí, aunque no fueron de gravedad.

Mientras llegaba el rescate


En esa espera se encontraban, mientras dos inmigrantes, uno italiano que decía haber estado en la guerra y otro oriundo de Chile, hacían lo que podían para ayudar a los demás. Y en un rincón, una pareja sobreviviente, hablaba de reconciliación y se proponía recomponer el vínculo, ahora que tenían una nueva oportunidad ante la vida. No venían muchos ferroviarios a bordo, sostuvo Alicia, ya que era tiempo de licencia por vacaciones.

Pero de pronto, en el tumulto vieron pasar un vehículo a lo lejos, comandado por alguien que divisó la escena pero no se detuvo. Le gritaron de todo, comentó la mujer. Sin embargo hoy entiende que ese conductor reaccionó así en la intención de acudir lo más rápido posible a la zona urbana, para pedir auxilio. Allí la voz corrió de prisa y en poco tiempo, la emisora LU5 esparció la noticia por toda la región. Alicia recuerda que de esa manera se enteró su padre y un tío, hermano de Juana, que viajaron para saber de ellas.

Por tener el hospital más cercano, Choele Choel fue el pueblo que recibió a los damnificados. Foto: Museo local.

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Como los pasajeros eran vecinos de todo el ramal del tren Roca, el caso afectaba a la mayoría de las ciudades a su paso. En Huergo, los allegados de los Martin por ejemplo, también supieron lo que pasaba por la radio y por el comentario en la calle, como Dora Muñoz, que era empleada en el Banco de Río Negro y Neuquén y tenía 27 años. Hoy tiene 93. “En ese tiempo no había teléfono en todas las casas, pero a un vecino que tenía uno le hablaron desde la Central Telefónica, donde alguien llamó y enseguida se supo en todos lados. Estuvimos día y noche sin dormir, mucha gente conocida murió”, dijo. La mujer contó que con el tiempo, Ada, la abuela de Oliver, pudo volver a caminar gracias al uso de piernas ortopédicas.

En esta intención de reconstruir lo vivido, desde el Museo de Choele Choel también trabajaron arduamente para recopilar otros testimonios. Por tener el hospital más cercano, fue el pueblo que recibió a los damnificados. Allí “se conoció por la propaladora de don Juan Bautista Heredia, que tenía parlantes en varias esquinas”, aportó Liliana Zacarías, desde el museo, para esta nota. Nancy Dotzel era una niña, pero sabe que su padre y su hermano Churchill acudieron para colaborar. “Y Cristina Inal de Fernández, que era enfermera y se hallaba en su casa porque ese día no tenía guardia, tomó su guardapolvo y salió presurosa hacia el Hospital. Recién volvió 24 horas después, exhausta física y emocionalmente”, agregó.

Hubo quienes donaron sangre y otros que se acercaron a ayudar como voluntarios, como Deli Peralta, Mirtha Piñol y Julia Mullally de Fernández. Hasta trascendió la posibilidad de que hayan contado con un avión sanitario. En la historia del pueblo quedó la muerte del escribano Abaca y su esposa, pero por sobretodo, la noción sobre cómo se movilizaron para hacer frente a la adversidad que les tocaba. “Muchos vecinos ya no están, pero en la memoria colectiva quedó impresa esta tragedia”, concluyó Liliana. Es cierto y por eso valía la pena traerla al presente.

En la historia del pueblo quedó la muerte del escribano Abaca y su esposa. Foto: Museo Choele Choel.

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Familia Dotzel – Foto: Museo Choele Choel.

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