La politiquería
por CARLOS SCHULMAISTER
Especial para «Río Negro»
Términos de uso cotidiano como politiquería y sus derivados –politiquería barata y politiqueros mediocres– se usan para denotar y connotar la descalificación de unas prácticas habituales en ámbitos políticos, tenidas como vulgares, inmorales, delictivas, ilícitas, impropiamente beneficiosas para quienes las realizan, etc., calificativos que se extienden a estos últimos, junto con los de prosaicos, mezquinos, faltos de talentos, etc., que a su vez tiñen la vida político-institucional argentina.
El diccionario SAPIENS (14ta. ed., 1981) define politiquería como la adulteración de los fines de la actuación política o la corrupción de sus modos por procedimientos mezquinos y personalistas. Mientras que el de la RAE, 1992, la define como una política de intrigas y bajezas. Por lo tanto, adulteración, corrupción, mistificación, embaucamiento, engaño, deformación, falsificación, mezquindad, personalismo, intrigas, astucia, bajezas, etc., son notas asociadas a la percepción popular de ambos términos.
Tal campo y accionar son proclives a amparar delitos como los de prevaricato, enriquecimiento ilícito, violación de los deberes de funcionario público, tráfico de influencias, cohecho, etc., gravísimos en sí mismos y más aún por el ámbito en que tienen lugar. Pero sin disminuir su importancia, la politiquería es más que nada un estilo, una modalidad de actuación en los campos políticos públicos y privados, o mejor aún, un espíritu de codicia y sensualismo de baja ralea, por más altas dignidades y/o títulos que se puedan poseer.
Obviamente, nada que sea motivo de orgullo para una sociedad seria, madura y responsable.
No siendo aquellos términos académicos sino vulgares, su uso es habitual entre personas ajenas al estrecho círculo de los que ejercen actividades políticas en posiciones privilegiadas, con la finalidad de describir o caracterizar el estado de situación –a su juicio degradado– de la actividad política y gubernamental. Asombrosamente, existe una natural coincidencia entre millones de personas respecto a qué se entiende cuando uno los pronuncia o los escucha.
No se utilizan con indiferencia o extrañamiento de la intención del hablante, sino actuando un posicionamiento expreso o tácito respecto a valores traicionados o violados, efectuando una denuncia, una protesta, un acto de militancia, en ocasiones, consistente en esclarecer y convencer a quienes se hallan afuera de tan degradado círculo respecto al comportamiento público y privado de quienes son nuestros representantes y a quienes los representados sostenemos con nuestros impuestos.
Por tanto, no sólo caracterizan un ambiente y un tipo social que ya constituye un patrimonio histórico cultural medularmente consustanciado con el esclerótico y mítico ser nacional, sino que se denuncia, se condena y se trazan divisorias entre personas reputadas de inmorales, delincuentes, oportunistas, trepadoras, parásitas, inútiles, incapaces, ñoquis, etc., y las que se autoperciben como decentes. Por lo tanto, el término politiquería siempre es una síntesis descriptiva de conductas ajenas, pues siempre su realización es atribuida a los otros.
Curiosamente, en tan degradados ámbitos, a menudo viejos politiqueros de ayer acusan hoy de lo mismo que ellos practicaron antes a quienes los sucedieron en el ejercicio de las disputadas posiciones de poder político, ante lo cual la gente suele pensar cosas como no tienen vergüenza, no tienen memoria, o bien… qué caraduras…
Una misma acusación puede ser hecha de uno a otro adversario, en circunstancias distintas, poniendo a prueba la capacidad mistificadora de unos y otros para reducir y desviar el peso de la denuncia, sometiendo una misma clase de hechos a un código interpretativo diferente, generando así un verdadero relativismo en punto a su juzgamiento desde la opinión pública: por ejemplo, lo que para un partido político es claramente la cooptación de uno de sus integrantes por parte de sus adversarios, para éstos, beneficiarios de la operación, ella evidencia nuestra política de puertas abiertas y para el seducido es ponerme a disposición de los sagrados intereses de la Patria.
Si mañana las relaciones de fuerza se invierten y al antiguo cooptador venido a menos le roban un peón de su tablero no vacilará en denunciar el acto como una muestra de la politiquería barata de los adversarios, pero si la seducción comienza por él, por ejemplo ofreciéndole una embajada, la aceptará arguyendo la necesidad de dejar de lado antiguas o pequeñas diferencias para tirar juntos del mismo carro.
Por supuesto, idénticas imputaciones de politiquería pueden ser efectuadas mutuamente por los integrantes de las líneas internas de un partido. Dentro y fuera de éste los adversarios se acusarán programadamente de hacer politiquería, sin importarles que cada uno haya hecho las mismas cosas que por turno se reprocharán después.
Puesto que los motivos de las denuncias de politiquería no se acaban sino que se multiplican, éstas reflejan la baja calidad de nuestra vida política, con responsabilidades societales diluidas, más que el imperativo de posiciones principistas ni de cartabones de conducta social debida. Lo que debería ser excepcional se ha vuelto regla, trayendo como consecuencia mayores posibilidades de acuerdos non sanctos, de componendas y negociados espúreos –¡politiqueros en suma!– entre aparentes adversarios o enemigos inclusive.
Así, las denuncias cruzadas de la politiquería ajena suelen ser simétricas en sus dosis de hipocresía, sin que esto signifique argüir que ya no quedan políticos en condiciones de tirar la primera piedra. Por el contrario, después de la emblemática y generalizada inmoralidad de los '90 (reciclada de décadas anteriores y maquillada en la actual) han renacido los actos de compromiso militante y principista con la justicia, la verdad y el bien común, por parte de nuevas camadas de políticos que todavía no han llegado al poder. Habrá que esperar a ver si llegado el caso esas prometedoras conductas se mantienen firmes frente a las previsibles tentaciones del demonio.
Habitualmente los politiqueros denuncian la politiquería «barata» de los adversarios, pero raramente la de sus propios partidarios. Podrán amagar con «aprietes» para presionar a los miembros de una lista contraria en unas elecciones internas. Pero, por lo general, tales denuncias son fogonazos de salva destinados a galvanizar la gestualidad propia de una campaña y nada más que eso, pues en política, o mejor dicho, en la politiquería nunca se dividen totalmente las aguas para no restarse fuerza, ni capacidad de maniobra, ni de negociación. Ultimamente, cuando denuncian delitos de sus adversarios, la gente duda de la veracidad y la legitimidad de sus afirmaciones y tiende a atribuirlas a otras razones, como por ejemplo a que se perdieron una buena oportunidad… mejor dicho, a que los otros se les anticiparon.
En definitiva, en la politiquería ni las denuncias ni los embates llegan «hasta las últimas consecuencias», pues siempre se dejará un margen, por pequeño que sea, para una «negociación» de último momento que sin duda dejará satisfechas a ambas partes.
Y entre partidos opositores sucede lo mismo: en cada campaña política todos salen a denunciar la politiquería de los otros y a ofrecer «una nueva manera de hacer política», por lo que no se entiende cómo –¡con tantos denunciantes!– la politiquería goza de tan buena salud.
Especial para "Río Negro"
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