La superpotencia paralizada

Al presidente estadounidense Barack Obama le gustaría mucho contar con poderes especiales parecidos a los conseguidos casi automáticamente por su homóloga Cristina Fernández de Kirchner, la que, merced a nuestra sempiterna “emergencia económica”, no tiene que perder el tiempo negociando con legisladores opositores obstinados. De tenerlos, le hubiera resultado fácil impedir, un par de decretazos mediante, el cierre parcial de una multitud de reparticiones públicas no esenciales que, para desconcierto de los norteamericanos y de los visitantes extranjeros, ha provocado la incapacidad patente del Congreso para alcanzar un acuerdo sobre el presupuesto nacional. Según Obama, el episodio se debe exclusivamente a la terquedad de los republicanos que, en sus palabras, están librando una “cruzada ideológica”, tomando de rehén a la ciudadanía con el propósito de presionarlo, contra la ambiciosa reforma sanitaria que a su entender es el logro más notable de su gestión. Parecería que la mayoría coincide con el presidente en que los republicanos son los responsables de provocar el cierre y que lo han hecho por motivos que son netamente políticos, pero sucede que distan de ser los únicos que prevén que el esquema creado por la reforma, bautizada como “Obamacare”, resultará ser sumamente costosa y muy ineficaz, puesto que, si bien podría beneficiar a los sectores más pobres de la población, ya ha comenzado a perjudicar a muchos integrantes de la clase media que se han visto obligados a pagar más por la cobertura médica. Sea como fuere, detrás de las polémicas furibundas motivadas por la introducción de un esquema sanitario que, en opinión de los críticos, tiene características que son más europeas que estadounidenses, se encuentra el temor a que el gobierno de Obama esté procurando cambiar radicalmente el sistema socioeconómico imperante para que se asemeje más a los de las naciones atribuladas que conforman la Unión Europea, lo que según ellos sólo serviría para acelerar la decadencia de su país. Tal vez exageren quienes piensan así, pero en los años últimos ha aumentado tanto la deuda pública de Estados Unidos, además de las deudas supuestas por los derechos adquiridos conseguidos por empleados estatales cuando se creía que la economía continuaría creciendo con rapidez, que la inquietud que casi todos sienten puede entenderse. Aunque el cierre parcial que se inició el martes pasado, similar a los que se dieron en 1995 y 1996 cuando Bill Clinton estaba en la Casa Blanca, no ha preocupado mucho a los inversores, dentro de poco sí podrían tener buenos motivos para asustarse ya que existe el riesgo de que, el 17 de este mes, Estados Unidos se declare en default técnico, lo que sucedería de negarse el Congreso a subir el llamado “techo de la deuda”. Huelga decir que una cesación de pagos, por “técnica” que fuera, tendría un impacto fuerte, acaso devastador, en los mercados tanto norteamericanos como internacionales. De todos modos, aun cuando Obama haya logrado anotarse algunos puntos políticos al culpar a sus adversarios por el cierre de parques nacionales, oficinas públicas y otras molestias ocasionadas por la resistencia de los republicanos a aprobar el presupuesto, pasando por alto la intransigencia de sus propios partidarios cuando de la reforma sanitaria se trata, este episodio no lo ayudará a recuperar el prestigio que ha perdido en el transcurso de los meses últimos. Si bien hay señales de que por fin la economía norteamericana está saliendo del pantano en que se precipitó al estallar la crisis financiera del 2008, lo está haciendo con lentitud exasperante y ya antes de producirse el cierre muchos advertían que en cualquier momento podría sufrir una recaída. Asimismo, se ha difundido la sensación de que Obama ha cometido tantos errores en política exterior que “el país más poderoso del mundo” ya no está en condiciones de incidir positivamente en zonas de importancia estratégica como el Oriente Medio, lo que ha agravado mucho las divisiones internas. Puede que la mayoría de los estadounidenses se oponga a que su país intervenga en los conflictos ajenos, pero no quiere que se atribuya el repliegue que está en marcha a la debilidad de un presidente vacilante que brinda la impresión de sentirse desbordado por los acontecimientos.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Viernes 4 de octubre de 2013


Al presidente estadounidense Barack Obama le gustaría mucho contar con poderes especiales parecidos a los conseguidos casi automáticamente por su homóloga Cristina Fernández de Kirchner, la que, merced a nuestra sempiterna “emergencia económica”, no tiene que perder el tiempo negociando con legisladores opositores obstinados. De tenerlos, le hubiera resultado fácil impedir, un par de decretazos mediante, el cierre parcial de una multitud de reparticiones públicas no esenciales que, para desconcierto de los norteamericanos y de los visitantes extranjeros, ha provocado la incapacidad patente del Congreso para alcanzar un acuerdo sobre el presupuesto nacional. Según Obama, el episodio se debe exclusivamente a la terquedad de los republicanos que, en sus palabras, están librando una “cruzada ideológica”, tomando de rehén a la ciudadanía con el propósito de presionarlo, contra la ambiciosa reforma sanitaria que a su entender es el logro más notable de su gestión. Parecería que la mayoría coincide con el presidente en que los republicanos son los responsables de provocar el cierre y que lo han hecho por motivos que son netamente políticos, pero sucede que distan de ser los únicos que prevén que el esquema creado por la reforma, bautizada como “Obamacare”, resultará ser sumamente costosa y muy ineficaz, puesto que, si bien podría beneficiar a los sectores más pobres de la población, ya ha comenzado a perjudicar a muchos integrantes de la clase media que se han visto obligados a pagar más por la cobertura médica. Sea como fuere, detrás de las polémicas furibundas motivadas por la introducción de un esquema sanitario que, en opinión de los críticos, tiene características que son más europeas que estadounidenses, se encuentra el temor a que el gobierno de Obama esté procurando cambiar radicalmente el sistema socioeconómico imperante para que se asemeje más a los de las naciones atribuladas que conforman la Unión Europea, lo que según ellos sólo serviría para acelerar la decadencia de su país. Tal vez exageren quienes piensan así, pero en los años últimos ha aumentado tanto la deuda pública de Estados Unidos, además de las deudas supuestas por los derechos adquiridos conseguidos por empleados estatales cuando se creía que la economía continuaría creciendo con rapidez, que la inquietud que casi todos sienten puede entenderse. Aunque el cierre parcial que se inició el martes pasado, similar a los que se dieron en 1995 y 1996 cuando Bill Clinton estaba en la Casa Blanca, no ha preocupado mucho a los inversores, dentro de poco sí podrían tener buenos motivos para asustarse ya que existe el riesgo de que, el 17 de este mes, Estados Unidos se declare en default técnico, lo que sucedería de negarse el Congreso a subir el llamado “techo de la deuda”. Huelga decir que una cesación de pagos, por “técnica” que fuera, tendría un impacto fuerte, acaso devastador, en los mercados tanto norteamericanos como internacionales. De todos modos, aun cuando Obama haya logrado anotarse algunos puntos políticos al culpar a sus adversarios por el cierre de parques nacionales, oficinas públicas y otras molestias ocasionadas por la resistencia de los republicanos a aprobar el presupuesto, pasando por alto la intransigencia de sus propios partidarios cuando de la reforma sanitaria se trata, este episodio no lo ayudará a recuperar el prestigio que ha perdido en el transcurso de los meses últimos. Si bien hay señales de que por fin la economía norteamericana está saliendo del pantano en que se precipitó al estallar la crisis financiera del 2008, lo está haciendo con lentitud exasperante y ya antes de producirse el cierre muchos advertían que en cualquier momento podría sufrir una recaída. Asimismo, se ha difundido la sensación de que Obama ha cometido tantos errores en política exterior que “el país más poderoso del mundo” ya no está en condiciones de incidir positivamente en zonas de importancia estratégica como el Oriente Medio, lo que ha agravado mucho las divisiones internas. Puede que la mayoría de los estadounidenses se oponga a que su país intervenga en los conflictos ajenos, pero no quiere que se atribuya el repliegue que está en marcha a la debilidad de un presidente vacilante que brinda la impresión de sentirse desbordado por los acontecimientos.

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