La última tumba del cow-boy Martín Sheffield

El texano que provocó la polémica búsqueda de un plesiosaurio vivo en el Chubut, amigo de las fábulas, gran jinete, buscador de oro y presuntuoso de su puntería a balazos, tuvo dos tumbas. La saga para reconstruir sus últimos suspiros -que se completará en una segunda nota- terminaría en un arroyo cerca al río Chubut y fue una enriquecedora peripecia.

Cándido Blanco tenía 66 años y era el cuidador del cementerio de El Bolsón cuando en el verano de 1971 posó para la foto que le disparó este cronista frente a la tumba de Martín Sheffield. A pasos de la rugosa y enripiada ruta 258 y muy cerca de donde corría –y corre- el río Quemquemtreu lucía un bosque enfrentado a un horizonte felizmente recortado por montañas. Las fotos precedentes habían sido disparadas frente al rubicundo rostro -nada yanqui- de Dodo Sheffield, en casa y negocio de la calle designada poco antes con el nombre de su padre (Dodo era obeso y de piel oscura y lustrosa como su mirada).

María, morocha de ojos claros

Un viaje anterior fue desandado hasta el cercano valle del Azul para conocer y grabar -en su chacra, entre chivos y gallinas- a María Sheffield. La hija mayor del texano se dejó fotografiar con la famosa estrella policial norteamericana prendida in pectoris (Deputy Sheriff, se lee entre sus brillos), una insignia retenía como un tesoro que su padre solía exhibir como propia –nunca, que se sepa, fue policía-, pero, en cambio, ofreció en venta el último rifle de caza del fabulador texano. María también era morocha pero lucía muy claros ojos celestes. La razón podía encontrarse en el mismo cementerio: en otra tumba se leía: «Aquí descansan los restos de María Pichún viuda de Sheffield. Falleció el 27 de octubre de 1967 a la edad de 99 años». La leyenda estaba manuscrita sobre una cruz de madera y lucía algunas flores muy azules que María había dejado dos días antes. En realidad la esposa de Sheffield, de origen mapuche, se llamaba María Santos Pichún, según el acta del casamiento efectuado en 1915, 14 años después de la unión y cuando María ya era una muchacha con muchas hermanas y hermanos.

El peregrinaje para conocer a la mayor parte de esa prole de don Martín que sobrevivían en apartados parajes, llevó a este indagador hasta el valle de Los Repollos, donde alguna vez entrevistó a Juana (era la que aseguraba haber «avistado ese gran bicho»). En otro viaje conoció a Eduardo Sheffield en Rawson y dio con Martín Segundo Sheffield en el barrio Benjamín Matienzo de la capital cordobesa.

Balazo al divino botón

Después que el sepulturero Cándido Blanco entendió que la sesión de fotos junto a la tumba había cesado, escarbó la pipa y enseguida se rascó la frente (un tic fraguado para desplazar la boina que le encasquetaba su acentuada calvicie). «Llegué a conocer a Otto Typp que aquí fabricaba cerveza y en su cervecería vi muchas veces a Sheffield, siempre armado y dedicado a las apuestas por el costo de lo bebido copiosamente. Esa vez prometió bajarle de un balazo el botón a la boina de un chileno recién llegado que pasaba por el lugar. Para pánico del trasandino saldó su cuenta con acierto y estampida, pero fue preso», relató don Cándido situando el episodio a mediados de la década del 20..

En realidad Sheffield siempre conflictos parecidos. Y aunque no era un personaje fuera de la ley y hasta resultaba simpático, se lo solía calificar con una peligrosidad de la que carecía. Ya el jueves 10 de setiembre de 1903 La Nación publicó el inquietante telegrama de su corresponsal sureño. La noticia estaba datada en Ñorquinco el día anterior y denunciaba que «anteayer fue detenido por el comisario Brito, Martín Sheffield, norteamericano, de triste celebridad por los continuos atropellos de que ha hecho víctima a los vecinos de los territorios de Río Negro y Chubut. Los dos últimos hechos que motivaron su prisión –continuaba el matutino- son un tiro disparado al vecino Martín Rojas, cuyo proyectil le perforó la copa del sombrero, y la intimación, revólver en mano, hecha a don José Garza, encargado de la casa de negocio de los señores Nicanor Fernández y Cía en ésta, para que le entregara varias mercaderías. El detenido fue conducido hoy a Rawson. Los vecinos de Río Negro y Chubut -finalizaba la nota- se muestran satisfechos por haberlos librado esta autoridad de un individuo tan peligroso».

Cándido Blanco era español y llegó a El Bolsón con su padres en 1910. «Hijos tengo…a ver…para no mentir… entre varones y mujeres, unos 15» calculó dubitativo. No dudó es precisar la sede de la cervecería («en donde está ahora –por 1971- lo de Merino») y que fueron 16 los años que trabajó en el molino Azcona, y 6 los que llevaba entre las tumbas.

Largo viaje de osamenta

Era muy chico cuando lo vio a Sheffield tirar una moneda al aire, desenfundar e impactarla de un tiro. «Pero cuando fue preso por darle al sombrero del chileno, le prohibieron el revólver y comenzó a mostrar su destreza –siempre por apuestas que ganaba- con un cuchillito pequeño y de cabo negro». Terminaba clavándolo a distancia en el lugar elegido, «todo por unos tragos de vino o de caña». Reconoció que «con mi padre eran amigos que lucían como paisanos. Sheffield también tenía habilidad con el cuero y las artesanía de los recados. Trenzaba bien y era muy bueno como buscador de oro».

La tumba de Sheffield era de hormigón y nada antigua. No le habían colocado aún ninguna inscripción «porque no hace tanto que los familiares trajeron sus huesos desde otra sepultura que estaba en el lugar donde murió mientras buscaba oro», aclaró don Cándido.

Hasta ese momento, las versiones sobre aquella muerte del año 1932 eran diversas. En Bahía Blanca, dos años antes de este encuentro con el sepulturero, el ingeniero agrimensor Domingo Pronsato –que fue compañero de colegio de Carlos Gardel y de Ceferino Namuncurá- ya ciego y próximo a morir, contó que de sus agrimensuras por el norte de la Patagonia había recogido la versión que don Martín había llenado dos botellas de aperitivo con pepas de oro, pero unos bandidos chilenos que visitaron su campamento le tomaron ese tesoro y lo mataron. «No es cierto –aseguró Blanco- porque murió de frío». Otra versión sostiene que ya alcoholizado bebió el kerosene de la lámpara con que se alumbraba. Lo único seguro esta que su adiós fue junto al arroyo aurífero Los Mineros.

La búsqueda documental de la muerte es que dio con varias fechas y demasiados testigos además de dos precarias cartas de certificación de la muerte. También la certeza de que otros dos norteamericanos estaban junto a moribundo.

(Continuará)

fnjuarez@interlink.com.ar


Cándido Blanco tenía 66 años y era el cuidador del cementerio de El Bolsón cuando en el verano de 1971 posó para la foto que le disparó este cronista frente a la tumba de Martín Sheffield. A pasos de la rugosa y enripiada ruta 258 y muy cerca de donde corría –y corre- el río Quemquemtreu lucía un bosque enfrentado a un horizonte felizmente recortado por montañas. Las fotos precedentes habían sido disparadas frente al rubicundo rostro -nada yanqui- de Dodo Sheffield, en casa y negocio de la calle designada poco antes con el nombre de su padre (Dodo era obeso y de piel oscura y lustrosa como su mirada).

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