La victimización como forma de vida

Hay una epidemia: ahora todo el mundo es víctima. Todo el mundo, literalmente, ya que no es una cuestión meramente argentina. La padecen los norteamericanos (que son los que la inventaron), casi todos los europeos y gran parte de los latinoamericanos. Se ha llegado al punto de que quien no se declara víctima es sospechoso de ser victimario.

Gudrun Dahl, en uno de los primeros ensayos sobre la victimización como práctica masiva, dice: “Rebecca Stringer percibe en sus estudios con personas que han sufrido acoso que ya los primeros activistas en contra del abuso, que fueron los que usaron el término víctima para referirse a los que lo padecían, temieron que la victimización llegara a convertirse en una identidad performativa para los individuos, presentándose desde el inicio a sí mismos como víctimas para los otros. Denominarse víctima no sólo connota a una persona que es herida sino a una persona que considera que eso es parte esencial de su personalidad, de sus relaciones sociales y de su identidad. Una persona que termina definiéndose (conformando su identidad) como víctima”.

El escritor y filósofo español Manuel Cruz, que ha tratado en algunos de sus libros el tema de la victimización, dice: “La creciente complejidad del mundo hace más complicado el recurso a las explicaciones racionales, ya no digamos científicas, que no siempre están al alcance de todos. Si a eso se le añade el convencimiento, generalizado entre algunos, de que su emoción funda derechos (si sienten X, tienen derecho a que X les sea concedido), el cocktail está servido. Una sociedad victimizada no tiene futuro. El cobro de todas las deudas acumuladas en el pasado no es un proyecto político posible: es, si acaso, la utopía del resentimiento en estado puro”.

Frank Furedi es sociólogo emérito de la Universidad de Kent y estudia la política de victimización como una forma esencial de la vida contemporánea. Para Furedi, la tendencia mundial (surgida en EE. UU.) es que todos los problemas sociales tienen causas médicas, en especial psiquiátricas. Es una vuelta a la invención del degenerado y del delincuente en el siglo XIX (que estudió Michel Foucault en sus seminarios en el College de France).

“La primera vez que percibí el uso indiscriminado del término ‘lastimado’ para describir la condición humana –dice Furedi– fue en abril de 2005, mientras veía la serie ‘West Wing’. En un episodio de la sexta temporada el candidato presidencial Matt Santos dirigía a la Convención del Partido Demócrata un discurso conmovedor. Pero la Convención se enardeció de verdad cuando Santos proclamó ante su audiencia: “Todos somos personas lastimadas“. En ese momento, los asistentes estallaron en una gran ovación. Escuchar que todos estaban “lastimados” ejerció un efecto terapéutico en una audiencia convencida de que la imperfección, la impotencia y el sentimiento de ser víctima son los elementos que realmente nos unen”.

Desde comienzos de este siglo, las sociedades occidentales han adoptado una concepción pesimista de la condición humana. Una de las principales ideas del Renacimiento fue que las personas no estaban dominadas por el Destino. Este optimismo, esta confianza en el poder de la imaginación humana, que floreció en los siglos siguientes, se transformó hoy en un enfoque pesimista que resalta nuestra vulnerabilidad e impotencia.

Este cambio en la forma en que la cultura occidental retrata la condición humana se expresa claramente en su tendencia a percibir a las personas como víctimas, o como meros objetos en lugar de sujetos, autores y protagonistas de su propio destino.

En los campus universitarios norteamericanos se ha instalado lo que Bradley Campbell y Jason Manning llaman “La cultura de la victimización” (que es, además, el título del libro en el que analizan la nueva estructura sociocultural). Campbell y Manning dicen que la nueva cultura arrasó con las ideas anteriores, de dignidad y honor.

“Antes, dicen, era digno ignorar las ofensas menores. Ahora eso es imposible. Ahora los estudiantes estallan ofendidos ante el mínimo discurso que les parezca ofensivo. Además, ser víctima de una ofensa (no digamos ya de un abuso o una violencia mayor) es algo positivo: da status de superioridad moral”.

Hoy una frase sacada de contexto, que en cualquier otro momento pudiera pasar desapercibida o ser evaluada como inocente, puede ser motivo para que una persona sea sancionada gravemente. Comenzando por el exilio de los pares y la difamación en las redes sociales. Todo por no ser “políticamente correcto”.

Hace 25 años, cuando esto comenzaba, yo estaba en un bar con la escritora María Moreno, y debatíamos hasta dónde llegaría la persecución de los réprobos cuando todo el mundo fuera perseguido por no pensar correctamente. María, habitualmente pesimista, sin embargo creía que no se llegaría a tanto. Yo (siempre optimista) era pesimista en este tema. La realidad terminó demostrando que me había quedado corto.

Hoy una frase sacada de contexto puede ser motivo para que alguien sea sancionado con el exilio de sus pares y la difamación en las redes, por no ser “políticamente correcto”.

Daniel Molina

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Hoy una frase sacada de contexto puede ser motivo para que alguien sea sancionado con el exilio de sus pares y la difamación en las redes, por no ser “políticamente correcto”.

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