«Las gratitudes» de Delphine de Vigan o dar las gracias, antes de que sea tarde: la lectura recomendada de hoy

El último libro de la escritora francesa es una profunda reflexión no sólo sobre la gratitud (¿damos las gracias a quien queremos, en el momento en que lo sentimos), sino y sobre todo, sobre la vejez, las palabras y el irremediable paso del tiempo

Es realmente una pena que las primeras líneas del libro sean un chirrido para los oídos. Pero ¿qué pasa si logramos sortear ese ingreso, con tanto “os habeis” y “vuestro” y un lenguaje que nos resulta ajeno? Pasa lo mejor. De verdad, pasa lo mejor.
El nuevo libro de la francesa Delphine De Vigan, “Las Gratitudes”, es uno de esos libros que pueden empezarse y terminarse en la misma tarde, y que nos dejará como podría dejarnos un huracán: desolados, sin nada alrededor, reflexionando sobre lo que hemos hecho, lo que no hicimos, pero sobre todo, lo que aún tenemos tiempo de hacer.


Porque efectivamente y como su nombre lo indica, “Las gratitudes” pone uno de sus pies sobre el acto de agradecer: agradecer a quienes lo merecen, como y cuando lo merecen, antes de que sea tarde. Pero su otro pie, y quizás el pie que pisa más fuerte, lo pone sobre el paso del tiempo y lo que significa envejecer.


“Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería. A menudo pensaba: ‘Le debo tanto’. O: ‘Sin ella, probablemente ya no estaría aquí’. Pensaba: ‘Es tan importante para mí’. Importar, deber. ¿Es así como se mide la gratitud? En realidad, ¿fui suficientemente agradecida?”, dice a poco de empezar el libro Marie, una de las dos voces de esta magnífica y breve novela editada por Anagrama.


La protagonista de “Las gratitudes” es una mujer mayor llamada Michèle Seld, a la que todos le dicen Michka. Una mujer independiente y profesional, que viajó por el mundo, hizo reportajes fotográficos para revistas y fue correctora de un diario. Pero ahora, ya casi nada queda de ese pasado. Cuando empieza el libro, Michka está perdida en el sillón de su casa, tiene miedo de levantarse y ni siquiera encuentra las palabras correctas para contar lo que le pasa al servicio de emergencia que atiende el teléfono.


Marie, que pronto advertiremos es una vecina que cuando fue niña pasó muchísimo tiempo con ella, es una de las voces agradecidas. Marie le debe mucho a Michka .
La otra voz es la de Jérôme, el fonoaudiólogo del geriátrico donde Michka debe ir porque ya no puede vivir sola. “Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice (…). Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy, con las confidencias. Y con el miedo a morir”, se define a si mismo Jérôme, que visita un par de días a la semana a Michka y establece con ella una relación que supera los primeros temores y prejuicios de ella, y lo excesivamente pedagógico de él.


Y en este punto es justo señalar que así como en las primeras líneas, la traducción resulta molesta, aquí es un acierto detrás de otro. Es que Michka tiene afasia y como consecuencia de ese cuadro neurológico cambia las palabras que no aparece en su memoria. Entonces, allí donde ella quiere decir que no le gusta que metan las narices en sus cosas; dice “las raíces” en sus cosas; donde quiere decir la mujer de la limpieza, dice de la simpleza. “Los lapsus de Mishka tienen efectos cómicos o poéticos, pero siempre son significativos. Ya no se trata solo de traducir, sino de recrear una lengua. Creo que este trabajo de traducción creativa ha sido notablemente realizado por Pablo Martín Sánchez”, explicó de Vigan en una entrevista. Y tiene razón.


Las dos voces narrativas, Marie y Jérôme, se involucrarán para cumplir el último deseo de Michka: encontrar al matrimonio que durante los años de la ocupación alemana, la escondieron y salvaron de morir en un campo de exterminio nazi. Sus padres, judíos perseguidos, se vieron obligados a dejarla con un matrimonio desconocido, y Michka pasó allí 3 años hasta que una prima de la madre la pudo buscar. Michka, que ni siquiera sabe el apellido de ese hombre y esa mujer que cuidaron desinteresadamente de ella. Jamás pudo agradecerles; jamás pudo mostrarle su enorme gratitud. Y ahora, antes de perderse por completo en el laberinto oscuro de las palabras que desaparecen, quiere encontrarlos, y darles las gracias.


Narrada de modo austero, esta novela de Delphine de Vigan logra la profundidad sin hacer un cráter alrededor. Lo hace con movimientos sutiles, delicados; incluso con algunas -pocas- pinceladas de humor. Y aunque como dice el título, se mueve sobre la necesidad de dar las gracias a quienes importan, el camino más profundo lo hace sobre el paso del tiempo, y sobre todo lo que se pierde, o más bien sobre aquello que lenta pero inexorablemente se va perdiendo mientras pasa el tiempo.


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