Reseña: «La torre del amor», de Rachilde, el faro de todos los demonios
La novela de Rachilde, escrita en 1899, llega al país con una gran traducción del escritor argentino Diego Muzzio y de la mano de la editorial La Parte maldita. Una novela breve, perturbadora y muy oscura.
“Comíamos, bebíamos, dándonos cuerda cada mañana como relojes, excelentes mecanismos desde el alba al crepúsculo, y trastornados todas las noches, después de los primeros chorros de fuego del faro. Cumplíamos con nuestro deber de iluminar el mundo… como ciegos. El deber es una manía, la más terrible de las manías, porque confiamos en ella. Imaginas que te salvará”.
Así describe Rachilde esa rutina asfixiante y cada vez más trastornada de dos hombres en el faro más terrible, el de Ar Men, una estructura erigida en una roca aislada de todo, a merced de la furia constante del mar.
Esa mole que cruje es la verdadera protagonista de esta novela escrita en 1889 y que ahora La Parte maldita publica en el país con la traducción del escritor argentino Diego Muzzio. Esa mole, tótem masculino, y también el mar -la mer, en francés-, una fuerza femenina, omnipresente y voraz. “El faro se alzaba, enorme, tendido como una amenaza hacia los cielos, erigiéndose, colosal, en dirección a estas fauces de sombras, a esta negra fisura de claridad celeste, porque lo atraía el deber supremo de ser tan grande como Dios”, escribe Rachilde, en esta novela que no sólo inspiró la muy inquietante y opresiva película “El faro”, de Eggers, sino que también acompañó a Muzzio cuando escribió esa maravilla que es “El ojo de Goliat”.
Los faros y su potencia estremecedora.

El escenario no puede ser más perturbador. El faro está completamente aislado, internado en un mar que está siempre embravecido, alejado de la costa bretona.
En esa torre que tiene fama de haberse devorado a los hombres que la construyeron, viven el huraño Mathurin Barnabas, un anciano embrutecido y enajenado tras décadas de aislamiento en el faro, y Jean Maleux, un joven que se incorpora para ayudarlo, primero con entusiasmo e inocencia.
Maleux , que es el narrador de esta historia, cree que unos años en el faro le permitirán encaminar su vida, ascender en su posición social, ahorrar, comprarse una casa en tierra firme, casarse. No sabe, no puede saber, lo que le espera cuando lo dejan en ese lugar maldito. Imagina, como escribe Rachilde, que lo salvará. Es sólo ilusión.
El anciano Mathurin no sólo se ha embrutecido; está enajenado, consumido por el rencor y la soledad. Y además, esconde un secreto macabro (que es mejor no desvelar). Barnabas es tan devorador de cuerpos como la estructura. Y el faro, a su vez, es incapaz de permitir que haya una historia distinta. No hay salida de esa torre tubular, no hay chances de no repetir el ascenso en esa escalera de locura.
“Hay que darse cuenta de mi estado. Nadie puede vivir normalmente en una prisión vertical (como un cirio maldito) -dice Maleux, escribe Rachilde-, obligado a pensar sobre la marcha, sin saber qué será de uno, a veces demasiado cerca de las estrellas, a veces demasiado cerca de los abismos del mar”.
“La torre del amor” es una historia oscura, muy oscura, feroz, perturbadora. “El silencio se apoderó de ellos como un sudario. Y la mar, siempre deseosa, lamía las paredes como una amante nunca satisfecha.”
El amor de la torre no es el amor humano. El mar trae muertas a las puertas de la estructura, mientras en el faro se despliega un juego de sumisión y resistencia, de poder y deseo, de erotismo melancólico y perverso: la naturaleza no consuela, devora. El faro y la mar, trastocan y diluyen lo que divide lo humano de lo bestial. Para ese entonces, Maleux ya ha perdido la inocencia inicial. Sólo le queda la locura, el faro, y la mar.
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