Reseña: «El pequeño Gatsby», los apuntes imprescindibles de Rodrigo Fresán sobre el gran clásico de la literatura
En abril de este año, el ahora clásico de Francis Scott Fitzgerald cumplió cien años. Y Rodrigo Fresán, escritor, lector detallista y fanático del autor y de su obra cumbre -la lee una vez año- escribió este "pequeño" manual de instrucciones que además de guiar la lectura, funciona como un detonante contagioso de su entusiasmo: dan ganas de leer al Gran Gatsby otra vez.
Primero, la efeméride: este año, en abril, “El Gran Gatsby”, la obra más famosa de Francis Scott Fitzgerald, cumplió cien años. Segundo, los motivos para celebrar: Rodrigo Fresán, además de escritor es un fanático de la historia de Jay Gatsby, y además de ambas cosas, un enorme lector y el guía más entusiasta de la lectura en general, un faro para los que buscan -buscamos- qué más leer, cómo seguir, por dónde.
Todo eso, la escritura, el lector detallista, la mirada atenta, y el entusiasmo que se contagia están ahí, en “El pequeño Gatsby. Apuntes para la teoría de una gran novela”, publicado en marzo de este año, en la colección EnDebate.
Las 118 páginas de su libro podrían ser una guía de lectura del “clásico de la era de la jazz” -o como dice Fresán “un muy humilde libro parado sobre el hombro de un soberbio gigante”-, pero es tanto más que eso, porque trepa alto y consigue la cima: echar luz sobre muchos aspectos de la obra de Fitzgerald y a la vez dejar con ganas de leer más, de volver al original, de buscar las huellas entre quienes se inspiraron en el autor, y de subrayar hasta los pies de páginas (que en este libro en particular son un lujo, todos ineludibles).

El de Fresán es un libro pequeño, sí, pero es el manual fundamental para descubrir o redescubrir esa obra maestra (también corta) que llegó a estar descatalogada y arrumbada mucho antes de que se advirtiera del todo su engranaje “perfecto”, antes de convertirse en “la gran novela americana”, en el libro más maduro y sofisticado y sin costuras que jamás han leído sus muchísimos admiradores, en el faro que ilumina otras obras, desde “El largo adiós” de Raymond Chandler y la muy fitzgeraldiana película “Casablanca”, a “La mancha humana” de Philip Roth y la más actual “Los destrozos”, de Bret Easton Ellis.
Rodrigo Fresán, lo dice en las primeras páginas, es un adicto que lee “El Gran Gatsby” una vez al año, todos los años. Pero eso no lo convierte exclusivamente en el nerd que anota, por ejemplo, que en la novela “la palabra time aparece 87 veces y hay 450 alusiones a lo temporal”, sino en un maestro generoso que ilumina la lectura o relectura del libro que fue publicado en 1925.
“El pequeño Gatsby” es un ensayo literario y funciona como los muchos apuntes sobre los personajes y la trama que promete el título, pero lo erudito llega acompañado por anécdotas, por opiniones de otros muchos fanáticos de Fitzgerald (Joan Didion, Richard Ford, J. D. Salinger, Bob Dylan, Anne Beatie, Tobias Wolf, Norman Mailer, Richard Yates, y un larguísimo etcétera), y por los detalles de la compleja, tortuosa y malograda vida del autor, que murió antes de que “El Gran Gatsby” se convierta en el clásico que sigue siendo hoy, y que tuvo que escuchar que Gatsby era “un payaso que se precipitaba hacia la muerte” y que el libro era “un literario merengue de limón”.

“El Gran Gatsby es el regalo que no deja de regalar: siempre se descubre y se admira algo nuevo en él. Y -por encima de su por momentos intimidante perfección- es uno de los textos más didácticos (y mucho más provechoso y económico que taller literario) a la hora de enseñar y aprender cómo puede y debe ser construida una novela. Un casi manual de instrucciones para, sino aprender, al menos apreciar cómo se puede contar el universo entero desde un micro- mundo que contiene a El Tema más público a la vez que privado de todos: esa divina y dantesca aria insuperable que es la pérdida desvelada y recuperación soñada del Primer Amor”, resume Fresán su admiración.
“Cuando yo era joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces: -Antes de criticar a nadie -me dijo-, recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú”. Así empieza la novela narrada por el poco fiable Nick Carraway, testigo privilegiado de la vida de Jay Gatsby, el protagonista del libro, el hombre que se inventó a sí mismo, que se hizo de una fortuna que nadie puede explicar, el que arma fiestas inmensas y desenfrenadas para reconquistar a Daisy Buchanan, su primer amor, el héroe trágico que empeña su vida, convencido como está de que se puede repetir el pasado.
Y entre aquella primera frase, y el final (que también forma parte de los finales memorables, con sus “botes contra la corriente devueltos sin cesar al pasado”), la trama que quizás no sea nueva por lo que cuenta -conquistar a la amada a cualquier precio-, pero sí por la forma, y sí por la eternidad que alcanzan la época, la luz verde que titila del otro lado de la bahía, y el sueño americano que se hace añicos.
“El pequeño Gatsby” nos recuerda todo lo que hay en ese soberbio gigante, pero por si fuera poco, nos hace levantarnos a buscar a “El gran Gatsby”, y volver a leerlo. Y volver a leerlo, otra vez.
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