Los amigos persas

Cuando de sembrar confusión en el resto del mundo se trata, el régimen islamista de Irán es un experto consumado. Es una teocracia que se guía por principios presuntamente religiosos que le son propios, ya que no los comparte ningún otro país, lo que le permite burlarse de los demás gobiernos, participando de “diálogos” con Estados Unidos y los integrantes principales de la Unión Europea que no conducen a ninguna parte pero que lo ayudan a ganar tiempo en que seguir desarrollando un programa nuclear que motiva alarma no sólo en Israel sino también en Arabia Saudita y otros vecinos. Así las cosas, no existe razón alguna para suponer que una eventual “comisión de la verdad” iraní-argentina sirva para echar luz sobre el atentado terrorista contra la sede de la AMIA en 1994, una atrocidad en que murieron más de ochenta personas y fueron heridas centenares más. Puesto que entre los acusados de estar detrás de aquel ataque devastador están varios dirigentes iraníes aún poderosos, incluyendo a dos candidatos presidenciales, la posibilidad de que el régimen de Teherán termine entregándolos a la Justicia argentina, a menos que lo hiciera con el propósito de perjudicar a un molesto adversario interno, es nula. Será por querer incomodar a quienes le están ocasionando problemas que el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, cuyo mandato se acerca a su fin, optó por ahorrarse un trámite parlamentario engorroso, ratificando por decreto personal el acuerdo que fue firmado en enero por el canciller Héctor Timerman y el representante persa y que fue aprobado aquí el mes siguiente por el Congreso nacional luego de celebrarse un debate muy breve. Si bien los teócratas iraníes tienen buenos motivos para sentirse complacidos por la voluntad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de romper con el Occidente, pasando por alto la eventual participación de personajes como el actual ministro de Defensa Ahmad Vahidi en el peor atentado terrorista de la historia de nuestro país, parecería que la relación bilateral no les importa mucho. De otro modo, se las hubieran arreglado para que el Parlamento avalara el memorándum, subrayando así que lo tomarían en serio, pero parecería que Ahmadinejad era reacio a arriesgarse por temor a que sus muchos rivales aprovecharan una oportunidad para acusarlo de intentar desprestigiar a sus adversarios obligándolos a rendir cuentas ante jueces, aunque sólo fuera cuestión de magistrados iraníes más interesados en hacer gala de su compromiso con la “revolución islámica” que en colaborar con sus homólogos argentinos. Sea como fuere, aunque Ahmadinejad –un personaje que se ha hecho mundialmente famoso por negar el Holocausto perpetrado por los nazis y por sus diatribas furibundas contra “el ente sionista”, Israel, al que espera borrar de la faz de la Tierra con la ayuda del “mahdí oculto” que se escondió en el siglo XIII pero que, nos asegura, está preparando su regreso– tiene muchos simpatizantes en las filas del kirchnerismo y el chavismo, en su propio país su poder es limitado; hace poco, el Consejo de Guardianes, el organismo dominado por fanáticos que lleva la voz cantante en la República Islámica, lo amenazó con 74 latigazos por violar la ley electoral. Puede entenderse que Cristina haya querido anotarse algunos puntos políticos superando por fin las diferencias con Irán, pero el canciller Timerman debería haberle advertido que sería inútil confiar en la buena fe de un régimen que subordina absolutamente todo a la revolución que se inició con el derrocamiento del sha en 1979 y que cuenta con aliados como Hezbollah y, por razones tácticas, el grupo terrorista sunnita Hamas. En la actualidad, los iraníes chiitas están respaldando con hombres, armas y dinero al dictador sirio Bashar al Assad en la guerra civil sanguinaria que está librando contra una oposición heterogénea en que guerreros santos vinculados con Al Qaeda, una agrupación sunnita, desempeñan un papel destacado. Huelga decir que no es del interés del país que el gobierno se involucre, aunque fuera de forma indirecta, en este avispero extraordinariamente violento. Tampoco le convendría alejarse demasiado de los países más poderosos del mundo, pactando con un régimen rabiosamente antijudío que en cualquier momento podría desatar una guerra nuclear.


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