Los enigmas a 30 años del golpe en España

Jorge Vogelsanger DPA

Lunes 23 de febrero de 1981; el día había amanecido frío en España. En el Congreso de los Diputados tenía lugar el pleno en el que debía ser investido como nuevo presidente del gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo en sustitución de Adolfo Suárez, que había dimitido por sorpresa el 29 de enero. La sesión parecía mera rutina. A las 18:23, sin embargo, un alarido estremece el hemiciclo. “¡Todo el mundo al suelo… al suelo! ¡Se sienten, coño!”, grita un uniformado de la Guardia Civil desde la tribuna de oradores mientras dispara al aire con su pistola, secundado por las ráfagas de ametralladora de algunos de los 200 hombres que con él irrumpieron en la sala de plenos. Quien grita es el teniente coronel Antonio Tejero, un militar ultraderechista con fama de conspirador que acaba de tomar como rehenes a los 350 diputados y al gobierno en funciones en pleno. Sólo tres diputados, de ideologías distintas, se resisten a someterse a sus órdenes y permanecen en pie: el centrista Suárez, su vicepresidente primero para Seguridad y Defensa Nacional, Manuel Gutiérrez Mellado (un teniente general que durante la Guerra Civil luchó en el bando franquista), y el líder comunista Santiago Carrillo. Pero al igual que los demás parlamentarios, ellos entienden que los rumores que corrían en los meses pasados se habían hecho realidad: cinco años y tres meses después del final de la dictadura del general Francisco Franco (1939-1975) España vivía un intento de golpe de Estado. La “noche más larga” en la historia del país había comenzado. Treinta años después de esa asonada todavía quedan misterios sin resolver. Uno de ellos es la razón por la que Suárez dimitió. La situación económica era mala, el terrorismo de ETA –con casi 120 víctimas mortales en atentados sólo en 1980– había adquirido dimensiones inimaginables y la crisis de la gobernante Unión de Centro Democrático (UCD) se agudizaba día a día. Pero aun así Suárez, uno de los “padres” de la transición a la democracia, nunca explicó cuál fue exactamente el detonante de su inesperada decisión. Él mismo añadió misterio a su dimisión al señalar, en su mensaje a la nación: “No quiero que por mi culpa el sistema democrático sea un paréntesis en la historia de España”. ¿Sabía Suárez algo que los demás desconocían? Él lo ha negado. Hoy en día, ya poco puede aportar. A sus 78 años, el respetado político sufre una especie de demencia senil similar al Alzheimer y ha perdido la memoria. Hoy se sabe que además del 23-F hubo otras conspiraciones, como la “Operación Galaxia”, en noviembre de 1978, también protagonizada por Tejero y que pudo ser impedida a tiempo. Para los militares de talante ultraderechista y nostálgicos del régimen franquista, y de éstos quedaban muchos, el clima político y social era insufrible. Uno de los reveses más duros para ellos fue la legalización del Partido Comunista (PCE) de Carrillo, en abril de 1977. Al rey Juan Carlos lo veían como un traidor. Nombrado por Franco como su sucesor, el monarca, lejos de dar continuidad a la dictadura, había impulsado la democratización. Por ello, en el estamento castrense se consideraba necesario un “golpe de timón” para “reconducir la situación”, preferiblemente con un gobierno encabezado por un militar. Llama la atención en este contexto que Tejero siempre afirmó que la intentona fue un levantamiento militar ordenado por el rey. Y por el teniente general Jaime Milans del Bosch (1915-1997), jefe de la Región Militar III y otro de los cabecillas. La noche de la asonada tomó Valencia, la tercera ciudad del país, con 1.800 hombres y 60 tanques. De hecho, en medios golpistas se hizo circular la versión de que la intentona se desarrollaba con el consentimiento de Juan Carlos I. Y de que el objetivo real era impedir un “verdadero golpe” que el sector más involucionista entre los militares preparaba para mayo del mismo año. El general Alfonso Armada, que después de haber sido profesor del monarca y jefe de la Casa Real se convirtió en el artífice de la intentona y “hombre en la sombra” de los golpistas, sostiene todavía hoy que todo lo que hizo fue “al servicio de la Corona”. El papel de Juan Carlos, en todo caso, sigue siendo tema de controversia. “El rey no organizó el golpe, está claro. Lo paró. Nadie podía pararlo si no era él, que tenía el poder de hacerlo”, sostiene el escritor Javier Cercas, quien indaga en lo ocurrido el 23-F en su libro “Anatomía de un instante”. El autor opina, sin embargo, que no por ello hay que “santificar” al monarca: “El rey también se equivoca, e hizo cosas que no debería haber hecho. La verdad es que lo facilitó y en eso se equivocó, como se equivocó gran parte de la clase política”. Con una argumentación similar, el recientemente fallecido historiador Gabriel Cardona, uno de los pocos militares declaradamente demócratas de aquella época, señala en su libro póstumo “Las torres del honor”: “Estoy en condiciones de asegurar que si Juan Carlos hubiera apoyado el pronunciamiento, éste habría triunfado rápidamente”. En sus palabras, los militares del franquismo, acostumbrados a obedecer órdenes ciegamente, esperaron toda la noche una orden de apoyo del monarca que, empero, nunca llegó. Y cuando, en cambio, el rey los mandó a deponer su actitud, simplemente obedecieron. “Que, a pesar de su ideología, el Ejército pasara la noche del 23-F en sus cuarteles fue la mejor prueba de que el rey no apoyaba el golpe”, escribió Cardona. Hay además otras versiones que apuntan a que la asonada fue en realidad orquestada por los servicios secretos, es decir, por el entonces llamado Centro Superior de Inteligencia de la Defensa (Cesid). Pero el verdadero papel de “La Casa” en toda la trama es otra de las incógnitas. Lo cierto es que la intervención del rey en favor de la democracia fue decisiva para acabar con la operación de Tejero, Milans del Bosch, Armada y sus secuaces. En un mensaje a la nación a las 1:23 de la madrugada del 24 de febrero el monarca advirtió que no toleraría ningún intento de subvertir el orden constitucional. “La Corona, símbolo de permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar acciones o actitudes de personas que pretenden interrumpir por la fuerza el proceso democrático”, dijo. Juan Carlos pronunció su discurso en uniforme militar, como jefe de las Fuerzas Armadas. Parece sólo un detalle, pero si hubiese hablado al país vestido de civil los golpistas posiblemente no le habrían hecho caso. Así, con el respaldo de la mayoría de la cúpula castrense asegurada de antemano, la intentona estaba abocada al fracaso. Y así fue. Tras 18 horas, los golpistas se rindieron. 30 de ellos fueron condenados en 1982 a penas de prisión de entre uno y treinta años. Tejero, que junto con Milans del Bosch y Armada recibió la pena máxima, seguía sin comprender. “Mi general, lo que yo quisiera es que alguien me explicara lo del 23-F, porque yo no lo entiendo”, decía ante el tribunal militar. Hoy ninguno de ellos sigue en la cárcel. Algunos fueron indultados, otros se beneficiaron de redenciones o murieron. Incluso hubo quienes fueron ascendidos. Pero, y en eso coinciden todos, la intentona del 23-F consiguió el efecto contrario al que buscaban los golpistas: la democracia en España quedó fortalecida. Y la figura del rey también. Éste, afirma el periodista José Oneto en su libro “23-F. La historia no contada”, envió de madrugada un télex a los golpistas con el siguiente texto: “Ni abdico ni me voy, tendréis que fusilarme”.


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