Los Mantero vivos y Lara fugado para siempre

Cuando el 1 de marzo de 1901 asesinaron a la madre y abuelos en Caleufú, Felipe -de 2 años- fue golpeado, pero sobrevivió. El final feliz lo transmitió por e-mail, la semana pasada, uno de sus nietos. El crimen, durante años, resultó "un doloroso secreto familiar".

Por Francisco N. Juárez

El otoño de 1901 se echó a andar cuando sobre el río Neuquén concluían los trabajos del puente ferroviario más portentoso de aquella Argentina recién asomada al siglo XX. La obra ponía a menos de un día de viaje a la frontera sur mientras pendía el conflicto limítrofe. Corrían rumores sobre patrullas chilenas merodeando el Nahuel Huapi. Pero lo desmentía el 3 de caballería asentado en la Vega Maipú. Los saqueos del bandidaje chileno del 1° de marzo en Caleufú y el del 5 de abril en Traful, habían conmovido la región.

Varias patrullas policiales y militares galoparon para apresar a los criminales. Los baquianos no tuvieron tregua y al trajín de la frontera se agregó el arribo de reclutas flanqueados por críticas a sus carencias denunciadas por la prensa no adicta. El ajetreo cuartelero de San Martín de los Andes y, el movimiento policial de Junín de los Andes obligado por los crímenes aludidos, se agitó en abril y mayo. El comisario Carlos Alvarez Gómez batió la región y remitió dos andanadas de bandoleros engrillados desde Junín al juzgado letrado de Chos Malal. Tampoco mezquinó tinta y papel en sumarios.

Precisamente por Junín -y a principios de junio- pasaron el comandante Sarmiento y el mayor Petit de Murat con rumbo sur. Se aquietó a los pioneros por los diarios: consideraban que «era un hecho que se arreglaría el plano de este pueblo» asentado en la concesión de Carlos Cernadas para proceder «a la escrituración de los solares y quintas».

 

El reloj delator

 

Caían las primeras nevadas cuando 8 de junio José Mantero volvió a Junín de los Andes después de una larga y paciente -pero exitosa- saga tras los cómplices del múltiple asesinato. Mantero trajo noticias a Junín asegurando que, «en compañía del cabo Nuñez, encargado de una comisión militar del regimiento 3 de caballería desprendida en persecución de los bandoleros, se trasladó a Ñorquín y Curmayo…» (por Ñorquincó y Comallo), ya que todos los indicios señalaban ese rumbo como el de la fuga de los forajidos. Por eso buscaron el apoyo de las «autoridades del departamento Bariloche…».

La patrulla con caballada y bastimentos aportados por el viudo Mantero, encontró cerca de Comallo «los ranchos del caciqu Aneuchi» donde apresaron a los indígenas cómplices Manuel Marinao (hermano del todavía prófugo Francisco Mariano) y Mauricio Cáceres. Sorprendido por el cabo Nuñez, Cáceres se entregó desenterrando bajo un baúl los valores que, con sus compinches, «recibieron de Bautista Lara, principal autor del hecho…». Entregó «735 pesos, un reloj de plata con cadena, una bota de charol y varios objetos procedentes del robo efectuado la noche del asesinato» (LP, 8 de junio de 1901). Más al sur cayeron otros bandoleros. Se los suponía autores del saqueo en Traful. Ya más aliviado, el comisario Alvarez Gómez salió hacia el primer distrito territorial.

Dos semanas después -el 23 de junio- entró en el campamento de San Martín de los Andes una fatigada patrulla del 3 de caballería que había rastrillado hasta El Bolsón al mando de comisario militar del R3, alférez Eduardo Dauret. Traía un silenciado grupo de presos, a Pablo Chaparro y su familia, o sea los «cómplices del robo y asalto…al establecimiento de don Santiago Córdoba en Traful», quienes habrían hecho la inteligencia para el asalto. El propio Chaparro escribió a los Córdoba una carta donde confesó su culpabilidad.

Aquellas víctimas permanecían en San Martín: reponiéndose Jacoba García de sus heridas, y su marido litigando contra los culpables.

Por los diarios se puede conocer que el asesino Lara llegó dos años después a la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras, pero se ignora qué le sucedió a Mantero. Y la otra incógnita sobre sus hijos ¿fueron asesinados? «No. Y nosotros somos la prueba de que sobrevivieron», dijo la semana pasada Claudio Mantero. El «nosotros» incluía a su hermano mellizo Alejandro, y a Viviana (fallecida trágicamente en 1993), nietos del único chico -de los tres que salvaron la vida- que tuvo descendencia. Frente a un mazo de fotos sepias, en su departamento de la porteña calle Austria con vista a la Biblioteca Nacional (en cuya hemeroteca se rastreó parte de esta historia) este bisnieto de José Mantero lo muestra en una foto. En otra sus hijos posaron en el Zoo porteño junto a una insufrible tía política llegada de Génova para cuidar los infantes. Sólo la casualidad y las navegaciones en Internet mediaron para que -días atrás- el mellizo Alejandro Mantero, sicólogo, 3 hijos, diera con las notas de «Río Negro» que narró la tragedia de sus antepasados. Su hermano Claudio, que es el compilador de la historia familiar, asegura que «la familia se revolucionó con las notas de «Río Negro», porque somos nietos del uno de los chicos salvados de la tragedia, el único que tuvo descendencia». La charla sirvió como complemento de lo ya publicado. José Mantero no era francés sino italiano de una familia numerosa de Génova que por tradición le tocaba entre sus hermanos, tomar lo hábitos. La memoria familiar sostiene que José hizo el servicio militar y salió de Italia para eludir todo compromiso clerical.

Se ignora dónde se casó, pero lo hizo con Francisca Manterme, una bella francesa que con su padre Claudio Manterme (dueño del reloj secuestrado al bandido Cáceres) y la esposa -todos asesinados-, vivieron en Caleufú.

Durante años, aquellas muertes sellaron los labios de los familiares sobrevivientes.

 

Lara, asesino y capataz

 

De la nada fácil reconstrucción familiar se desprende que el cabecilla de los bandoleros y principal asesino, Juan Bautista Lara, fue capataz de los Mantero, echado por sus patrones. Habría juramentado su venganza.

La trágica noche del saqueo, Francisca Manterme dobló un colchón donde ocultó a su hijita María Adelaida Mantero, en plena lactancia (no tenía tres meses). Luego, Francisca corrió a tomar el rifle que no alcanzó a disparar: fue masacrada a golpes. Ernesto Claudio Mantero de 4 años corrió mientras el asesino Lara le ofrecía caramelos para que volviera. Cobijado por la noche logró alcanzar su escondite preferido: un tronco ahuecado. A Felipe Mantero, el hermanito del medio, le faltaban dos días para que le festejaran su segundo cumpleaños. Su libreta de enrolamiento dice que nació en Junín de los Andes el 3 de marzo de 1899. Hasta allí fueron llevados lo cuerpos de sus familiares muertos y enterrados en el viejo cementerio.

No hay precisiones si los pequeños varones quedaron en el escenario de la tragedia (junto al río Caleufú, probablemente en un sector de la actual estancia Alicurá, hoy propiedad del norteamericano Ward Lay).

La lactante María Adelaida pasó inmediatamente al cuidado de la familia del francés Pedro Muerza, vecino de los Mantero-Manterme. El hecho de que Pedro Muerza haya tenido amistad con los asesinados y su mujer fuera la madrina de la huérfana María Adelaida, recuerda que Pedro Muerza era socio de Santiago Córdoba, el otro ausente en Traful al que le asaltan a la familia con diferencia de semanas y único puente vincular de estas tragedias.

Los 3 chicos fueron traídos a estudiar en Buenos Aires. Los varones internados en el colegio La Salle y María Adelaida en el San José. El tutor resultó Vicente Carmelo Gallo, que fue ministro del interior del presidente Alvear y rector de la Universidad de Buenos Aires. La casa de los Mantero en Buenos Aires fue Malabia 1151.

Se sabe que José Mantero vivió y mantuvo campos en el sur neuquino hasta su muerte (antes de 1925). En ese año, su hijo Ernesto, en ejercicio del mayorazgo vendió aquellas propiedades. Se casó por una imposición familiar con Adela Calabró, de padre y hermanos policías. Fue amante del fútbol y como presidente de Chacarita Junior erigió su cancha como la primera iluminada de Buenos Aires. No tuvo descendencia y en 1940 lo operó de urgencia el gran Finochietto, pero falló el anestesista.

Muchos años antes María Adelaida se había casado con el farmacéutico uruguayo Rafael Cánepa. El bienestar rural de la familia pudo financiar la farmacia Rivera de la calle homónima (hoy Malabia) y Córdoba. Tampoco tuvo hijos.

 

La simiente de Felipe

 

Felipe Mantero, quien cumplió 2 años dos días después de la tragedia, fue tomado por los asaltantes de Caleufú y golpeado contra unos escalones. Quedó -además de huérfano- con la mandíbula torcida por el resto de sus días. Se casó con Amalia Petronila Vidal y tuvieron un solo hijo: Felipe Alberto, que estudió derecho, fue profesor de literatura inglesa y vicerector del colegio Nacional Buenos Aires. Sus hijos Claudio y Alejandro, son quienes aportaron la última parte de esta historia.

Se cree que José Mantero fue enterrado en Junín de los Andes y posteriormente, junto a su esposa, víctima del asesino Juan Bautista Lara, traídos a Buenos Aires. Los hijos varones de ambos, descansan en el panteón del Colegio La Salle. El 1° de octubre de 1901, Santiago Córdoba (ver el diario LP del día siguiente) y Jarred A. Jones, con un peón, llegaron -en sólo 3 días de navegación en bote por el Limay desde Nahuel Huapi- a la Confluencia para viajar a Buenos Aires donde arreglar sus problemas de tierras (Jones contra Newbery). La Prensa dijo entonces que Córdoba «es un argentino que residió muchos años en Traful e hizo construcciones, plantíos y adelantos y (ahora) tiene que desalojar el campo porque el Gobierno Nacional se lo dio a una tribu del cacique Antemil». Finalmente, el asesino Lara volvió a fugarse. Esta vez de la Penitenciaría Nacional junto a otros presidiarios por un boquete abierto hacia la calle Juncal, el caluroso 6 de enero de 1911.

fnjuarez@interlink.com.ar


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