Los usos políticos del odio

Alejo Pasetto*

El ejercicio de analizar lo que sucede a nivel político y social en países de nuestra región, así como en latitudes más lejanas, requiere entre otras cosas de tomar nota y prestar atención a cómo y de qué manera va a repercutir en nuestro país y en qué momento eso va a llegar, si es que no llegó. Esto es una necesidad, especialmente con el poder de viralización que tienen las plataformas digitales. El contexto  de alguna manera, directa o indirectamente, tiene que ver.


Las crisis que la globalización neoliberal y la representación política vienen sufriendo ya datan al menos de poco más de una década. Los desencantos sociales abonaron a clivajes cada vez más polarizantes y, ante esta atomización y dispersión, algunos sectores fueron progresivamente capitalizados por discursos, movimientos y expresiones de derecha conservadora, pero adaptada a las nuevas estrategias y lenguajes para ganar adhesiones, al calor de la explosión de redes sociales y con un gran porcentaje de usuarios jóvenes.


El descontento con los efectos de la globalización se tradujo también en manifestaciones y expresiones mayormente de tintes violentas.
Paralelo a esto, nuestra región surfeaba la ola de los gobiernos progresistas y de centro izquierda, que también se vieron agotados con el correr de los años, dando inicio al período de gobiernos regionales de derecha.


Lo que se logró construir durante muchos años en latinoamérica y nuestro país se vió interrumpido en este último período. La política del odio como estrategia experimentó entonces un progresivo y no menos exitoso proceso de crecimiento.


De ser narrativa en la resistencia y oposición ante el avance de los sectores populares y el reconocimiento de sus derechos como partícipes en lo político, y las políticas redistributivas con el Estado como actor central; pasó a lograr generar los consensos necesarios para traducir estos sentimientos en votos.
De esta manera, y ya en un estadio ejecutivo, se llevó adelante un complejo aparato discursivo -principalmente desde arriba hacia abajo- y con la no menor colaboración de medios de comunicación, líderes de opinión y estrategias paralelas en redes sociales que tuvieron como objetivo principal erosionar el imaginario colectivo sobre algunas instituciones o grupos sociales determinados: desde el Estado en sí y su supuesta ineficacia ante el mercado, pasando por los docentes y la educación pública, el sistema científico-tecnológico nacional, las reivindicaciones de género e identitarias, la protesta social, para nombrar tan sólo algunos ejemplos.  


Fueron éstas en nuestro país algunas de las estrategias que permitieron y abrieron las condiciones de posibilidad para que crezca cada vez más el odio como forma de nuclear una serie de demandas y descontentos.
No es entonces de extrañar que la crisis de pandemia termine siendo el terreno fértil para que estos discursos, sumados a una serie de nuevos discursos -también con enorme repercusión a nivel global- que buscan rebelarse infantilmente frente a la evidencia y negarla de manera irracional, terminen nuevamente ganando terreno y sean amplificados por la irresponsabilidad (especialmente durante una crisis sanitaria) por algunos medios de comunicación, o traten de ser otra vez capitalizados políticamente por sectores que volvieron a ocupar el rol de opositores.


Frente a este panorama poco alentador y preocupante, es necesario reflexionar y prestar mayor atención, así como dejar de subestimar no sólo a quienes con tal de llevar el individualismo anti comunitario al extremo y sin interferencias,  son capaces de no respetar medidas sanitarias a riesgo de perjudicar a quienes les rodean, como sobre los discursos que buscan erosionar los consensos democráticos.


Es necesario entender que la bolsonarización de la política en nuestro país no es algo que pueda llegarnos en cualquier momento sino que ya la estamos experimentando.

* Especialista en comunicación política. Presidente de la Asociación Neuquina de Ciencia Política (ANECIP). Miembro de la Asociación Argentina de Consultores Políticos (ASACOP)


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