Luis Cornelio: toda una vida dedicada al boxeo en Bariloche

El expúgil barilochense que hizo vibrar al público en los setenta, hoy con 67 años sigue atado a su pasión desde su rol de entrenador. La pandemia lo privó de desarrollar la actividad, pero hace un mes volvió. Afirma que hay 300 personas en lista de espera.

Los recuerdos de aquellas veladas boxísticas en el gimnasio de Bomberos Voluntarios de la calle Beschtedt de Bariloche afloran en la memoria de Luis Cornelio con una nostalgia que sorprende. Cuando habla de esas noches es como que viaja al pasado. Vuelve a sentir el griterío de la tribuna repleta de aficionados, el aliento y cariño del público. Fueron años gloriosos para un deporte rudo, que despertaba pasiones en la ciudad.

La relación de Luis con el boxeo es de toda la vida. Sus primos Yeye y Pajarito Hernández fueron boxeadores reconocidos. También peleó su hermano, su primo Fabio y hasta un tío.

Rememora que empezó a los 19 años a practicar el deporte por influencia de uno de sus primos. “Por esos años nos entrenábamos en el subsuelo de Bomberos Voluntarios”, afirma.

Era la década del setenta. Esa de los inviernos crudos en un Bariloche que no llegaba a las 60 mil almas.

“A los tres meses yo le pedía una pelea. Quería saber qué se sentía estar arriba de un ring”, cuenta Luis. Y sus primos le dieron el gusto. Sin embargo, antes de subir al cuadrilátero se prometió que si perdía esa primera pelea no seguiría adelante.

“Nos dimos una batalla campal”, relata, riendo, Luis, al recordar los golpes que cruzó con su adversario del debut. El jurado vio un empate y Luis comenzó a forjar el sueño de boxeador.

La década del setenta fue la mejor época del boxeo en Bariloche. Todos los viernes había boxeo. Era algo espectacular”, añora. “En esos años era el deporte más popular”, asegura.

El boxeo me dio todo, el amor de los chicos, el cariño de la gente. Es impresionante cómo a uno lo quieren. Es algo espectacular”.

Luis Cornelio, exboxeador, entrenador de box en Bariloche.

Cuenta su primer pelea la hizo con 81 kilos. Pero desarrolló su carrera en la categoría ligero, donde había que mantenerse en 60 kilos. Toda una proeza.

Luis asegura que alcanzó el registro de más de 130 peleas. Hasta que se bajó del ring después de un enfrentamiento que todavía recuerda con un campeón chileno, que lo tiró cinco veces a la lona. “Yo también le pegué, pero él golpeaba de una manera tremenda”, afirma. Dice que colgó los guantes a principios de los años 80.

La fiebre por el boxeo continuó durante unos años, con Pajarito Hernández como símbolo de una generación dorada. Y después, comenzó la caída.
Luis comenta que estuvo alejado del boxeo durante varios años, pero nunca perdió esa pasión que lo une a ese deporte. “Es algo que me corre por la sangre”, sostiene.

Cuenta que una tarde caminaba por el barrio Alborada, donde había una escuela de boxeo y le pidieron “una mano para ayudar”.

Le propusieron comenzar a entrenar a los muchachos que se acercaban a esa escuelita y Luis dudó al principio. Pero apenas volvió a insertarse, sintió que había llegado el momento de iniciar otra etapa.

Eran los años 2001 o 2002. No puede precisarlo. Esa tarea de entrenar lo revivió. Entendió que con el boxeo podía ayudar a los chicos de los barrios pobres de la ciudad.

Los años como entrenador le dieron muchas satisfacciones. Vio coronarse como campeones latinos a dos jóvenes barilochenses: Jaime Vilpán y el César “el Perca” Inalef.

Me gusta trabajar la parte social, porque los chicos que abrazan el boxeo sabemos de donde vienen: de los barrios más humildes, donde a veces se pasa hambre”, sostiene.

Hoy, Luis tiene 67 años y la pasión por el boxeo sigue intacta. Valora la camada de chicos que tiene por la garra que le ponen.

“El boxeo es un deporte donde tenés que tener mucha disciplina y el que se porta mal lo suspendo”, aclara. “Es un deporte muy lindo, pero hay que tomárselo muy en serio y eso demanda llevar una vida privada ordenada”, destaca.

Enfatiza que hasta que un chico no está bien formado y preparado no sube a pelear. “A mí no me gusta que me los golpeen. Para mí son como si fueran mis hijos”, explica.

Dice que sufre cuando alguno de los chicos abandona y se pierde. “Yo los llamo todo el tiempo porque quiero saber qué están haciendo”, asevera.

La pandemia cambió los planes que se había trazado al inicio del año, pero hace un mes volvió a abrir su gimnasio, ubicado en Villegas al 467, con todos los protocolos. Dice que el interés es tal que tiene 300 personas en lista de espera. La pasión sigue.


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