Mala vida, mala muerte

Río Negro» publicó el jueves pasado un informe del Instituto Nacional de Estadística y Censos, el INDEC, sobre los pobres de este país, con datos levantados en 28 centros urbanos llamados «aglomerados urbanos». La provincia del Neuquén es la que se alza con el mayor porcentaje de pobres en la región patagónica: el 30,2%, superior en un 18% al promedio de la región (¿no dicen que es confianza?).

Pasado a cantidad de personas, el porcentual de todo el país, que es del 31,4%, equivale a 7.400.000. El número debería impresionar, pero no, porque ya estamos acostumbrados a manejar esas cifras de gentes sin identidad, sin rostro, sin voz, se trate de muertos en las guerras, de hambrientos, de desempleados o de migrantes desesperados. En el planeta globalizado esos números son lo mismo que el volumen del comercio de la soja.

A veces, sin embargo, aparece un rostro. Es como una estratagema de la historia, que saca el caso de las estadísticas y le pone carne y hueso. Es el rostro de un pobre que hay que bajar de la lista, no porque se haya convertido en rico, sino porque murió. No de muerte natural, que es la que se produce cuando la impía naturaleza lo mata a uno, sino «artificial», porque a este pobre hombre lo mataron a golpes. Se llamaba Florencio Ñanco.

Era indio y peón de campo, en la misma estancia de Junín de los Andes, Mamuil Malal, donde lo había sido su padre. Y tuvo una mujer, Berta Nahuelcura, que allá por 1989 le dio un hijo (eso se dice, que las mujeres les dan los hijos a los hombres). Lo llamaron Rafael.

En diciembre Rafael cumplirá 17 años, pero con otro nombre. Ya no se llama Rafael, porque fue entregado en adopción a un matrimonio que vive lejos de Junín. Berta, quien le había dado el hijo a Florencio, dio después su consentimiento al entonces defensor oficial del juzgado de Junín, Germán Pollitzer, para que se llevaran a Rafael. Alcohólica, analfabeta, Berta consintió la entrega en 1989, con una impresión digital. Estaba detenida, probablemente por borracha. De la comisaría la llevaron al juzgado para que pusiera el dedo. Después, a pesar de que debía cumplir una semana más de arresto, la dejaron ir a su casa, puede que para premiar su buena voluntad. Es que había consentido también la entrega de otro hijo por nacer que llevaba en el vientre.

A Florencio se le fue más de un año buscando a su hijo, y cuando le dijeron que él había firmado no una sino dos veces la autorización para entregarlo en adopción lo negó y dijo que la firma era falsificada. Una primera pericia caligráfica dijo que la firma era falsa; una segunda lo confirmó, pero una tercera, confiada a peritos de la Federal, dictaminó que la firma era de Ñanco.

Este diario siguió el caso durante un par de años. En ese lapso y por otras razones, el juez penal Ignacio Torrealday, quien investigaba a Pollitzer, fue destituido por un jurado de enjuiciamiento. Pollitzer, enfrentado a otro jurado, prefirió no esperar el juicio y renunció. Hace dos años, designado defensor en Chos Malal, volvió a la Justicia neuquina.

En 1992, el ex juez y el ex defensor protagonizaron una discusión pública. Como la denuncia de Ñanco había tomado estado público en 1991, antes de las elecciones generales de ese año que dieron el triunfo a Jorge Sobisch, Pollitzer dijo que «la prensa creó el caso Ñanco para perjudicar a Sobisch» y acusó a Torrealday de armar «un gran lío» para protegerse del enjuiciamiento al que igualmente fue sometido.

Torrealday contestó expresando que Pollitzer deliraba y dio como ejemplo otra declaración de su rival, quien habría dicho que la denuncia en su contra iba dirigida contra la Cruzada Patagónica y la Iglesia Católica. La así llamada «Cruzada Patagónica», integrada por un grupo de jóvenes liderados por Pollitzer vinculados con la parroquia San Isidro Labrador, en el norte del gran Buenos Aires, se instaló en Junín de los Andes en 1976 después de, en las vísperas de la partida, recibir el aliento del dictador Jorge Rafael Videla.

El cuerpo de Florencio Ñanco fue hallado el domingo pasado en un baldío de Junín, muerto a golpes. Hay que suponer que, por lo menos y siquiera sea por razones higiénicas, el Estado se hizo cargo de enterrarlo. De Berta no se sabe nada.

 

JORGE GADANO


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