Matías también se confiesa

El famoso personaje de Sendra ahora llega a las librerías en el formato de un nuevo libro, "El diario íntimo de Matías" (Ediciones B). Una extensa entrevista con su re

Buenos Aires (Télam).- Matías, el célebre personaje infantil creado en 1991 por el humorista gráfico Fernando Sendra, se asoma por estos días en las librerías porteñas a través un colorido volumen que, formulado a la manera de un diario íntimo, recrea sus miedos, sus juegos y su relación con los personajes habituales de la historieta.

Padre de cuatro hijos, Sendra comenzó a dibujar a Matías en 1991 bajo inspiración de las situaciones que vivía diariamente en su propia casa: el personaje comenzó a aparecer en una tira donde la figura central era Prudencio, pero de a poco fue eclipsando la atención de los lectores de la contratapa del diario Clarín hasta desplazar a su antecesor.

«El diario íntimo de Matías», volumen que acaba de publicar Ediciones B, reúne el material aparecido en la revista dominical Viva y le suministra al dibujante una gama novedosa de recursos, como la utilización de la primera persona, la imitación de la caligrafía infantil, el collage y otros recursos gráficos.

Aunque no fue precisamente amor a primera vista, Sendra lleva 32 años dedicado al humor gráfico: antes de eso probó con la ingeniería -pero claudicó cuando descubrió que le interesaban menos las matemáticas que jugar a los dados con un compañero de facultad-, intentó llevar adelante una fábrica de cinturones y por último recaló en la carrera de Bellas Artes, vocación que, según confesó e entrevista con Télam, descubrió casi por azar.

– Estudié Bellas Artes durante varios años y siempre decía que no quería ser artista. Tenía problemas con los profesores porque me preguntaban para qué estudiaba entonces Bellas Artes… y yo no sabía qué responderles. Con el tiempo, me di cuenta de que en realidad lo que no quería era ser artista de caballete. Paralelamente a mi estudio escribía cuentos, de una manera tan natural y cotidiana para mí que ni siquiera sentía la necesidad de estudiar para mejorar el nivel de escritura. Quería escribir en serio, pero siempre se filtraba el humor. Un día se vincularon los dos conflictos: acepté que si quería escribir en serio pero se me aparecía el humor y que si había estudiado dibujo pero no quería ser artista, lo mío era inevitablemente el humor gráfico.

– ¿Cómo irrumpe el personaje de Matías en formato de diario íntimo?

– El desencadenante del diario fue mi zurdera: soy zurdo y en la primaria me obligaban a escribir con la mano derecha. Un día compré uno de esos cuadernos rayados como los que usaba en el colegio y sentí una especie de ternura al ver esa superficie virgen, que me tentó a escribir con la mano izquierda. Al principio me salió una especie de caligrafía infantil, dura, que me remitió, a mis primeros días de palotes. Me sentí como un nene y ahí nomás se me ocurrió escribir la historia de Matías: lo estructuré como un diario íntimo y todos los días escribía un episodio dis

tinto con la mano izquierda. Al sexto día, el entusiasmo por el contenido comenzó a ser mayor que el desafío por el uso de la mano 'vedada', así que me pasé a la computadora y el diario tomó mayor fuerza. Me dio mucho placer meterme en la cabeza de ese nene y más que eso recuperar una forma de pensar ligada a mi infancia.

– Lo interesante de Matías es que trabaja sobre anécdotas mínimas que muchas veces camuflan una reflexión mayor sobre la vida cotidiana ¿Trabaja mucho para lograr ese efecto?

– Todo lo que hago con Matías está basado en historias mínimas: qué pasa si a alguien se le pierde una moneda o cuántas veces puede solicitar permiso para salir de clase, por ejemplo. Al observar a los chicos se descubre que ellos suelen hacer tragedias por cosas que al grande le parecen mínimas: que se pierda una figurita repetida o que el saco se haya ensuciado con una mancha. En realidad, el mecanismo es el mismo que el de los grandes pero aplicado a otro mundo de valores. Hay circunstancias que cambian: yo ya no voy a la escuela, no juego a las figuritas y no hago cosas que antes hacía, pero sí sigo sintiendo envidia, deseo y amor como cuando era chico. Los sentimientos primarios se mantienen, lo que cambia es el objeto. Igualmente, no me identifico sólo con Matías: me pasa eso de tratar de ponerme en cada uno de los personajes. En ese sentido, uno cree que es autor y en el fondo es actor, porque como dibujante tengo que sentir todo lo que el personaje está viviendo virtualmente: uno se enamora, se enoja y se emociona junto a ese personaje y de golpe entra el otro personaje y uno se desdobla y empieza a pensar como el otro.

– A priori podría pensarse que la tumba del humor es la risa. Sin embargo, en los episodios de una tira como Matías lo que surge como importante no es el chiste en sí sino la reflexión que éste vehiculiza…

– Exactamente. Creo que hay una gran diferencia entre la comicidad y el humor. La comicidad busca hacer reir: un cómico que no consigue hacer reir fracasa. Por el contrario, el principal objetivo del humorista es expresar un sentimiento. Ese sentimiento puede generar, además, una risa o un dejo de satisfacción que tiene que ver con la sorpresa o la complicidad. Todo esto hace que el humor sea una categoría expresiva muy fuerte, mientras que la comicidad no ofrece tantas posibilidades. El humor apunta a decir las cosas de una forma que contenga una idea y que además genere una sonrisa. Por eso creo que para un humorista el trabajo no es estresante, mientras que para un cómico sí, porque tiene la obligación de hacer reir por encima de todo. En cambio, yo como humorista, no me siento en la obligación de hacer reir pero sí decir algo que sea verdad. Si además hago reir me siento contento, pero no es primordial.

JULIETA GROSSO


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