MEDIOMUNDO: Aquella soledad
Como si se estuviera al calor de un eterno fogón, rodeado de unos amigos medio borrachos, guitarra en mano, listos ellos también para dar rienda suelta a sus mentiras.
A David Bowie le adjudicamos la afirmación de que la Patagonia está llena de beodos que no hacen más que alardear de un particular machismo aventurero. El Duque Blanco no se equivoca del todo. Yo mismo soy un miembro de la cofradía, bastante bebedor, que me las doy de mero macho y al que no le faltan aventuras. Todas sospechosas, por cierto.
Pero la historia era otra. No quiero pasarme de listo y hacerles perder su valioso tiempo aquí, en la barra de este pequeño bar-café de la ruta. Es que ahora que los veo aquí, justo al ladito de la nada, me dio por pensar en todas esas ocasiones en que anduve con mi camioneta o arriba de mi viejo caballo «Truco», de aquí para allá, de allá para acá. Un alma acompañada por el demonio. Empujada por el viento.
En ocasiones similares a la que ustedes viven hoy, me daba por ponerme en perspectiva ¿vio? ¡Qué palabra para un «zapato» que jamás fue al colegio! Perspectiva. Una manera de observar los pliegues y repliegues de mi caballo o mi chata, una hermosa camioneta de la década del 70 que, antes de mí, la había mantenido el gringo que una vez fue mi patrón y que luego se fue, no sé si a Escocia de vuelta.
Puesto el gaucho a cinco, quizás siete metros de distancia de su transporte, podía ver desde un ángulo nuevo la soledad que le rodeaba. El desconsuelo pintado a grandes trazos.
Mis ojos de búho oteaban el horizonte, se atrevían al infinito y desafiaban a los santos. Mire, yo sé, y usted lo comprobará en sus vacaciones, que la Patagonia es tiempo muerto, páramo en eterna discusión, lagos y desiertos. Es el ladrido apagado de un perro ovejero, es un caballo sin jinete y una tranquera rota.
Pensaba yo, entonces, amigo veraneante, o casi porque ustedes son de la avanzada de la estación, que estando a miles de kilómetros de «no where» (expresión que me enseño mi amigo «el» John), me hallaba exactamente solo. Nada más preciso que mi despojada individualidad. Ni Dulcinea ni Rocinante.
En tal situación cruzaba, igual que un latigazo frente a mis ojos, la siguiente hipótesis: ¿qué pasaría si al pingo se le da por tirarse a descansar uno o dos días? ¿Qué pasaría si a la chata le agarra un ataque y me quedo varado entre la posibilidad del infierno y la certeza del invierno? La pavura, por lo general, se me pasaba masticando pasto. O tirando piedras. O pegando un grito desgarrador a los cuatro cielos. Después volvía a lo mío para transcurrir más allá de los límites. Enfilando hacia el final del mapa. Hacia aquella soledad.
Bueno, eso era antes. A mis años ya no me muevo de este rincón. Mato el tiempo con un diccionario bilingüe que dejó olvidado un inglés y leyendo fragmentos de Shakespeare y Cervantes.
Que tenga buen viaje, brother. En serio. Y no se apure, que igual no se llega nunca. Really, there is no a place where to go.
CLAUDIO ANDRADE
candrade@rionegro.com.ar
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