Como un sueño

A 40 km de San Martín de los Andes, un viejo casco de estancia loteado se convirtió en un destino en crecimiento que no pierde su encanto rural. ¡Bienvenidos a Meliquina!

Sólo en los mapas de catastro podían reconocerse los 3.000 lotes en que quedó convertido aquel viejo casco de estancia en 1977. No había una sola calle abierta, y desde las barandas del puente de madera sobre el río Meliquina se alcanzaba a divisar el final de esa pampa destinada a ser pueblo, ya que tampoco había árboles. Faltaban todavía unos años para que aparecieran las primeras cuatro casas de la Villa. Alberto Selem fue uno de esos emprendedores. De vacaciones de invierno en cerro Chapelco, había paseado por allí una tarde junto a su familia y quedó maravillado con el lago. La Patagonia está llena de rincones encantadores, habrá pensado el hombre, quien relató una y otra vez a sus hijos que nunca supo muy bien la razón que lo había llevado hasta ese lugar. Hasta que un día, en Buenos Aires, abrió el diario y vio el aviso: “Vendo lotes en Meliquina”, rezaba el anuncio en “La Nación”. Sus hijos cuentan que gritó de emoción y que compró por teléfono, así nomás, un lote con costa de río. En 1979 sólo estaban las pequeñas cabañas de verano de Julio Botino, residente en Mar del Plata, la de los sanmartinenses Ricardo Bourdiñón y Gabriel Remedi, y la de la familia Selem. La fauna de chanchos, ciervos y pumas andaba por “el patio” de esas casas, que tenía algo así como 2 mil hectáreas. “Yo tenía 8 años cuando empezamos a venir cada verano”, cuenta Christian Selem. “Se veía un auto que pasaba por semana cuanto más. Nos divertíamos plantando pinos por unas trazas que nos habían marcado y pescando truchas”. De a poco las huellas empezaron a tomar forma de calles y en los ‘90 empezaron a aparecer nuevas construcciones, dando impulso a un proceso de crecimiento continuo que dura al día de hoy. “En 1997 abrimos el primer espacio de atención al público, un restaurante y casa de té que llamamos Salón Patagonia. Venía gente en avioneta del Club de Aviadores de Bariloche a comer algo, usaban la Ruta 63 como pista de aterrizaje. Era muy loco escucharlos bajar y verlos con sus gafas puestas preguntando qué había para almorzar. Cocinábamos por la pura satisfacción de recibir gente, eran bastante pocos clientes los que atendíamos por temporada en aquel entonces”. En ese lugar, que funcionaba también como proveeduría para los acampantes, los Selem montaron la primera oficina de venta de lotes en Villa Meliquina. “Había quienes aparecían a comprar puchos y se iban con dos terrenos”, se ríe Christian. “No había ni luz ni agua de red ni gas, tal como ahora, pero tampoco alambrados. Entonces hacíamos las ventas con servicio de alambrado y forestación”, rememora. Hoy, con toda la primera etapa del loteo vendida y sólo algunos remanentes en la segunda, la onda rural sigue siendo la misma. El paso de tantos años y las 450 casas ya levantadas afianzaron las características de Villa Meliquina. De hecho, las casi cien personas que viven allí durante todo el año debaten en las reuniones de la Comisión Vecinal su modelo de pueblo sustentable, y lo defienden a capa y espada. Hay un destacamento policial, un cuartel de bomberos, una brigada del Plan Provincial de Manejo del Fuego, una escuela de ciclo rural, y se está finalizando la construcción de una sala de primeros auxilios. También hay un proyecto para la construcción de un tanque cisterna de 200.000 litros de agua. Esos son todos los servicios públicos. Para algunos alcanza y sobra, otros preferirían también que una vez a la semana pase el camión de recolección de residuos. Así, están los que reciclan y los que llevan las bolsas de basura hasta San Martín de los Andes cada vez que tienen que viajar hasta esa ciudad. La comercialización de la segunda y última etapa del loteo se abrió en 2007: queda un remanente de alrededor del 20%. La misma oficina de la familia Selem que vio nacer al pueblo, ubicada en Ruta 63 a 300 metros del puente sobre el río Meliquina, sigue ofreciendo los lotes en pesos y con financiación a tres años en condiciones casi iguales a las de 10 años atrás, a un promedio de $ 200 pesos el m2. Todo lo restante corresponde a situaciones de reventa. Hoy se ven importantes inversiones en hotelería y servicios turísticos, lo que la convirtió en uno de los lugares rurales predilectos de hospedaje en verano e invierno, con su onda tranquila, los 7 km de costa sobre el lago Meliquina casi desolados, el río y sus truchas, el bosque andino de coihues, radales y lengas en las laderas que la rodean y varios miles de hectáreas de pinos plantados hace ya 40 años. También la cueva de pinturas rupestres Casa de Piedra, en el camino hacia Paso Córdoba. Es un sitio elegido por residentes en la ciudad de Neuquén y alrededores, ya que es casi equidistante de cerro Chapelco como de San Martín de los Andes. Además de las cabañas particulares, está Amancio Hotel de Montaña frente al lago, el lodge de pesca Mel, el complejo de cabañas Noscohué, un albergue y cuatro campings agrestes. Las calles no tienen nombre y a todos lados se llega por referencia. Para comer, se destacan los restaurantes Avataras y Todo Cambia, la proveeduría de María, quien cocina a la vista, el comedor El Corralón, y el Refugio Lago Meliquina. No hay estación de servicio. Los precios en este rincón de la Patagonia son elevados, en gran medida debido a las dificultades que los negocios deben sortear para proveerse. En el rubro alojamiento, el precio de las cabañas oscila entre los 550 y 850 pesos la noche, mientras que la habitación en hotel base doble cuesta 300 dólares a cambio oficial. En los restaurantes se debe calcular por encima de los 170 pesos por persona. (ASM)

DESTINOS

Camino a Paso Córdoba se encuentra la cueva de pinturas rupestres Casa de Piedra.


Sólo en los mapas de catastro podían reconocerse los 3.000 lotes en que quedó convertido aquel viejo casco de estancia en 1977. No había una sola calle abierta, y desde las barandas del puente de madera sobre el río Meliquina se alcanzaba a divisar el final de esa pampa destinada a ser pueblo, ya que tampoco había árboles. Faltaban todavía unos años para que aparecieran las primeras cuatro casas de la Villa. Alberto Selem fue uno de esos emprendedores. De vacaciones de invierno en cerro Chapelco, había paseado por allí una tarde junto a su familia y quedó maravillado con el lago. La Patagonia está llena de rincones encantadores, habrá pensado el hombre, quien relató una y otra vez a sus hijos que nunca supo muy bien la razón que lo había llevado hasta ese lugar. Hasta que un día, en Buenos Aires, abrió el diario y vio el aviso: “Vendo lotes en Meliquina”, rezaba el anuncio en “La Nación”. Sus hijos cuentan que gritó de emoción y que compró por teléfono, así nomás, un lote con costa de río. En 1979 sólo estaban las pequeñas cabañas de verano de Julio Botino, residente en Mar del Plata, la de los sanmartinenses Ricardo Bourdiñón y Gabriel Remedi, y la de la familia Selem. La fauna de chanchos, ciervos y pumas andaba por “el patio” de esas casas, que tenía algo así como 2 mil hectáreas. “Yo tenía 8 años cuando empezamos a venir cada verano”, cuenta Christian Selem. “Se veía un auto que pasaba por semana cuanto más. Nos divertíamos plantando pinos por unas trazas que nos habían marcado y pescando truchas”. De a poco las huellas empezaron a tomar forma de calles y en los ‘90 empezaron a aparecer nuevas construcciones, dando impulso a un proceso de crecimiento continuo que dura al día de hoy. “En 1997 abrimos el primer espacio de atención al público, un restaurante y casa de té que llamamos Salón Patagonia. Venía gente en avioneta del Club de Aviadores de Bariloche a comer algo, usaban la Ruta 63 como pista de aterrizaje. Era muy loco escucharlos bajar y verlos con sus gafas puestas preguntando qué había para almorzar. Cocinábamos por la pura satisfacción de recibir gente, eran bastante pocos clientes los que atendíamos por temporada en aquel entonces”. En ese lugar, que funcionaba también como proveeduría para los acampantes, los Selem montaron la primera oficina de venta de lotes en Villa Meliquina. “Había quienes aparecían a comprar puchos y se iban con dos terrenos”, se ríe Christian. “No había ni luz ni agua de red ni gas, tal como ahora, pero tampoco alambrados. Entonces hacíamos las ventas con servicio de alambrado y forestación”, rememora. Hoy, con toda la primera etapa del loteo vendida y sólo algunos remanentes en la segunda, la onda rural sigue siendo la misma. El paso de tantos años y las 450 casas ya levantadas afianzaron las características de Villa Meliquina. De hecho, las casi cien personas que viven allí durante todo el año debaten en las reuniones de la Comisión Vecinal su modelo de pueblo sustentable, y lo defienden a capa y espada. Hay un destacamento policial, un cuartel de bomberos, una brigada del Plan Provincial de Manejo del Fuego, una escuela de ciclo rural, y se está finalizando la construcción de una sala de primeros auxilios. También hay un proyecto para la construcción de un tanque cisterna de 200.000 litros de agua. Esos son todos los servicios públicos. Para algunos alcanza y sobra, otros preferirían también que una vez a la semana pase el camión de recolección de residuos. Así, están los que reciclan y los que llevan las bolsas de basura hasta San Martín de los Andes cada vez que tienen que viajar hasta esa ciudad. La comercialización de la segunda y última etapa del loteo se abrió en 2007: queda un remanente de alrededor del 20%. La misma oficina de la familia Selem que vio nacer al pueblo, ubicada en Ruta 63 a 300 metros del puente sobre el río Meliquina, sigue ofreciendo los lotes en pesos y con financiación a tres años en condiciones casi iguales a las de 10 años atrás, a un promedio de $ 200 pesos el m2. Todo lo restante corresponde a situaciones de reventa. Hoy se ven importantes inversiones en hotelería y servicios turísticos, lo que la convirtió en uno de los lugares rurales predilectos de hospedaje en verano e invierno, con su onda tranquila, los 7 km de costa sobre el lago Meliquina casi desolados, el río y sus truchas, el bosque andino de coihues, radales y lengas en las laderas que la rodean y varios miles de hectáreas de pinos plantados hace ya 40 años. También la cueva de pinturas rupestres Casa de Piedra, en el camino hacia Paso Córdoba. Es un sitio elegido por residentes en la ciudad de Neuquén y alrededores, ya que es casi equidistante de cerro Chapelco como de San Martín de los Andes. Además de las cabañas particulares, está Amancio Hotel de Montaña frente al lago, el lodge de pesca Mel, el complejo de cabañas Noscohué, un albergue y cuatro campings agrestes. Las calles no tienen nombre y a todos lados se llega por referencia. Para comer, se destacan los restaurantes Avataras y Todo Cambia, la proveeduría de María, quien cocina a la vista, el comedor El Corralón, y el Refugio Lago Meliquina. No hay estación de servicio. Los precios en este rincón de la Patagonia son elevados, en gran medida debido a las dificultades que los negocios deben sortear para proveerse. En el rubro alojamiento, el precio de las cabañas oscila entre los 550 y 850 pesos la noche, mientras que la habitación en hotel base doble cuesta 300 dólares a cambio oficial. En los restaurantes se debe calcular por encima de los 170 pesos por persona. (ASM)

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