Merkel triunfante

Conforme a las pautas de otros países, el triunfo de la canciller alemana Angela Merkel y su partido, la Unión Demócrata Cristiana, en las elecciones legislativas del domingo no fue tan aplastante como muchos dicen, ya que obtuvieron menos de la mitad de los votos, pero así y todo, con casi el 42%, fue el mejor resultado conseguido por los conservadores desde 1990, el año de la reunificación del país más poblado de Europa occidental y, en la actualidad, económicamente el más fuerte. Con todo, la derrota sufrida por sus aliados habituales del Partido Demócrata Liberal, que no alcanzaron el 5% de los votos necesarios para ingresar en el Parlamento, la obligará a intentar formar una “gran coalición” con los socialdemócratas que, por su parte, recibieron el 25% del total y que, se prevé, presionarán para que suavice un tanto su actitud hacia los países en graves apuros del sur de la Unión Europea. No es que los socialdemócratas estén a favor de pasar por alto las deficiencias patentes de las economías de sus socios sureños, sino que entienden muy bien que no sería del interés de nadie que siguieran acusando a Alemania de querer sacar provecho de dificultades ajenas por motivos nacionalistas, como si en el fondo poco hubiera cambiado desde los terribles años de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en Alemania la imagen maternal de “Angie” le asegura el apoyo de una proporción sustancial de sus compatriotas, incluyendo a muchos que no votaron por su partido, en Grecia, España, Italia y Portugal abundan los que ven en ella una vengadora cruel resuelta a forzarlos a tomar dosis crecientes de “austeridad” que acaso sean aptas para los teutones pero que otros encuentran repugnantes. Tales juicios son injustos, ya que sería absurdo pedirles a los contribuyentes del norte de Europa que subsidien hasta nuevo aviso a los empleados públicos superfluos de las burocracias politizadas y a menudo corruptas de países de tradiciones políticas clientelistas, pero sucede que en todas partes los dirigentes locales son proclives a achacar a otros los problemas que ellos mismos crearon. Sea como fuere, aunque bajo Merkel Alemania ha adquirido la reputación de ser un dechado de eficiencia económica, un país plenamente capaz de prosperar en un mundo cada vez más competitivo sobre la base de la alta calidad de sus exportaciones de bienes manufacturados, el “modelo” dista de ser tan exitoso como muchos suponen ya que, lo mismo que en otros países desarrollados, ha aumentando la cantidad de personas que se sienten atrapadas en empleos pésimamente remunerados. De no ser por el hecho innegable de que en los países vecinos la situación en dicho ámbito es llamativamente peor, los resultados electorales podrían haber sido muy distintos, pero parecería que la mayoría de los alemanes entiende que, dadas las circunstancias, no les convendría exigir demasiado a sus gobernantes. Para los socialdemócratas alemanes la resignación así supuesta es motivo de frustración pero parecería que, con la excepción pasajera de los franceses, cuando de manejar economías en dificultades se trata virtualmente todos los europeos confían más en conservadores moderados que en izquierdistas cuyas recetas han fracasado. Merkel y el ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble están claramente convencidos de que, por desagradable que parezca la disciplina fiscal que predican a ojos de los europeos del sur, es la única estrategia factible y de que ya está comenzando a producir los beneficios esperados. Si sólo fuera cuestión del realismo macroeconómico, no cabría duda alguna de que están en lo cierto, pero sería poco razonable suponer que años de desempleo masivo, sobre todo entre los jóvenes –ya que en España y Grecia la tasa de ocupación de los menores de 25 años supera el 50%–, resulten positivos para los países mediterráneos o que la emigración de los mejor preparados al norte de Europa sirva para solucionar el problema. Asimismo, aunque muchos alemanes se resisten a creerlo por depender su propio bienestar de la consolidación del euro, les convendría que sus gobernantes pensaran menos en términos nacionales y más en europeos, asumiendo plenamente las responsabilidades que les corresponden como líderes de facto de la Eurozona, cuando no de la Unión Europa en su conjunto.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Jueves 26 de septiembre de 2013


Conforme a las pautas de otros países, el triunfo de la canciller alemana Angela Merkel y su partido, la Unión Demócrata Cristiana, en las elecciones legislativas del domingo no fue tan aplastante como muchos dicen, ya que obtuvieron menos de la mitad de los votos, pero así y todo, con casi el 42%, fue el mejor resultado conseguido por los conservadores desde 1990, el año de la reunificación del país más poblado de Europa occidental y, en la actualidad, económicamente el más fuerte. Con todo, la derrota sufrida por sus aliados habituales del Partido Demócrata Liberal, que no alcanzaron el 5% de los votos necesarios para ingresar en el Parlamento, la obligará a intentar formar una “gran coalición” con los socialdemócratas que, por su parte, recibieron el 25% del total y que, se prevé, presionarán para que suavice un tanto su actitud hacia los países en graves apuros del sur de la Unión Europea. No es que los socialdemócratas estén a favor de pasar por alto las deficiencias patentes de las economías de sus socios sureños, sino que entienden muy bien que no sería del interés de nadie que siguieran acusando a Alemania de querer sacar provecho de dificultades ajenas por motivos nacionalistas, como si en el fondo poco hubiera cambiado desde los terribles años de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en Alemania la imagen maternal de “Angie” le asegura el apoyo de una proporción sustancial de sus compatriotas, incluyendo a muchos que no votaron por su partido, en Grecia, España, Italia y Portugal abundan los que ven en ella una vengadora cruel resuelta a forzarlos a tomar dosis crecientes de “austeridad” que acaso sean aptas para los teutones pero que otros encuentran repugnantes. Tales juicios son injustos, ya que sería absurdo pedirles a los contribuyentes del norte de Europa que subsidien hasta nuevo aviso a los empleados públicos superfluos de las burocracias politizadas y a menudo corruptas de países de tradiciones políticas clientelistas, pero sucede que en todas partes los dirigentes locales son proclives a achacar a otros los problemas que ellos mismos crearon. Sea como fuere, aunque bajo Merkel Alemania ha adquirido la reputación de ser un dechado de eficiencia económica, un país plenamente capaz de prosperar en un mundo cada vez más competitivo sobre la base de la alta calidad de sus exportaciones de bienes manufacturados, el “modelo” dista de ser tan exitoso como muchos suponen ya que, lo mismo que en otros países desarrollados, ha aumentando la cantidad de personas que se sienten atrapadas en empleos pésimamente remunerados. De no ser por el hecho innegable de que en los países vecinos la situación en dicho ámbito es llamativamente peor, los resultados electorales podrían haber sido muy distintos, pero parecería que la mayoría de los alemanes entiende que, dadas las circunstancias, no les convendría exigir demasiado a sus gobernantes. Para los socialdemócratas alemanes la resignación así supuesta es motivo de frustración pero parecería que, con la excepción pasajera de los franceses, cuando de manejar economías en dificultades se trata virtualmente todos los europeos confían más en conservadores moderados que en izquierdistas cuyas recetas han fracasado. Merkel y el ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble están claramente convencidos de que, por desagradable que parezca la disciplina fiscal que predican a ojos de los europeos del sur, es la única estrategia factible y de que ya está comenzando a producir los beneficios esperados. Si sólo fuera cuestión del realismo macroeconómico, no cabría duda alguna de que están en lo cierto, pero sería poco razonable suponer que años de desempleo masivo, sobre todo entre los jóvenes –ya que en España y Grecia la tasa de ocupación de los menores de 25 años supera el 50%–, resulten positivos para los países mediterráneos o que la emigración de los mejor preparados al norte de Europa sirva para solucionar el problema. Asimismo, aunque muchos alemanes se resisten a creerlo por depender su propio bienestar de la consolidación del euro, les convendría que sus gobernantes pensaran menos en términos nacionales y más en europeos, asumiendo plenamente las responsabilidades que les corresponden como líderes de facto de la Eurozona, cuando no de la Unión Europa en su conjunto.

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