Cuando son ellos los que adoptan

Marcos vive en Roca y nos contó cómo conoció a su amigo perruno Garbo. Una historia que, de alguna manera, nos demuestra que las mascotas también eligen a su futura familia.

Cuando son ellos los que adoptan

“Año 2012… mudanza a un nuevo barrio, al pie del edificio nos recibe la mañana siguiente uno de los tantos guardianes anónimos del barrio, un perro descendiente en algún grado lejano del famoso pastor belga, negro 100% a excepción de sus incipientes canas en el hocico y unas rastas marrones en un pelo algo mugroso y descuidado”, así comenzó su relato Marcos.

“Los primeros días luego de plantarse delante de nuestro terreno, con varios ladridos fue presentándose (perro que ladra no muerde, dijimos), así dimos inicio a esta relación de vecinos. Durante más de un año fuimos tejiendo una relación amigable, nos íbamos a trabajar y él ya estaba en la vereda… regresábamos al final del día y estaba para recibirnos…”, continúa.

“Por las noches dormía junto con una labradora en la casa vecina. Los mediodías, si veíamos que estaba abajo, le compartíamos algo de nuestro almuerzo y si no era muy tarde repetíamos por las noches. De esa manera ganamos su confianza plena y nosotros empezamos a disfrutar de su fidelidad y compañía”, dice el hombre.

Hora de una siesta, no molestar, perro descansando.

Marcos viajaba en bicicleta a su trabajo y con el tiempo el perro empezó a acompañarlo. Al principio fueron un par de cuadras, pero “al cabo de un tiempo fue tomando confianza y se animó a ir hasta la avenida que marcaba el comienzo del barrio y como si hubiera una puerta que no podía traspasar ahí quedaba estoico ladrando”, recuerda.

“Un día decidió ir más allá y la avenida ya no fue un límite ni tampoco mis gritos para que volviera al barrio, sin saber su nombre respondía en el mejor de los casos al grito de ‘negro’. Nombre / apodo poco original, pero efectivo a la hora de comunicarse, además él parecía entenderlo”, cuenta.

“Así fue estirando su acompañamiento hasta un día que decidió ver a donde era que iba todos los días, y una tarde me encontré con el perro en la puerta del trabajo tratando en vano de que se fuera, que volviera al barrio con el interrogante y la preocupación de que pudiera hacerlo solo”, relata Marcos.

Garbo no tiene problemas en aprovechar los muebles del patio.

“Se mostraba temeroso, alerta a los movimientos de autos, ruidos y otros perros de la calle… parecía no haber salido nunca al centro, primero se instaló junto a mi bicicleta, luego se acostó en la puerta de entrada al trabajo por lo cual fui avisado de que quitara ‘mi perro’ porque no dejaba entrar la gente. Bajé, lo saqué y dejé en claro que el perro me había seguido, que era del barrio donde vivía pero que no sabía su nombre ni él respondía a mí”, dijo.

“Contrariamente a mis temores el perro volvió sin problemas y a mi regreso por la noche, lo tenía moviendo su cola para darme la bienvenida. Esta situación comenzó a darse con mayor frecuencia a tal punto que con el comienzo de la construcción de nuestra casa, él se convirtió en mi compañía durante las visitas a la obra, las compras de materiales, etc. Pasaba tanto tiempo fuera del barrio que nos empezó a preocupar que a sus dueños (los vecinos de la casa donde él dormía) les molestara”, sonríe.

Marcos y Garbo.

La construcción de la vivienda avanzó y luego de un año los propietarios estaban listos para mudarse. “Junto a un amigo mudamos los últimos muebles, heladera y ahí estuvo también el negro; por la noche no lo vimos y a la mañana siguiente estuvo para recibirnos en la vereda y retomar nuestra rutina. Así fueron los días posteriores, hasta que una madrugada nos despertaron ladridos que resultaban familiares… Bajamos y ahí estaba en medio de la oscuridad, el negro, alertando la presencia de un auto ingresando al loteo. Fue la primera de varias noches, hasta que decidimos dar aviso a los antiguos vecinos que su perro estaba quedándose en nuestra casa por las noches”, dice.

“Sorpresivamente quienes nosotros dimos siempre por dueños nos contaron de que no lo eran, que dejaban que “el negro” hiciera compañía a su perra, pero que nunca supieron bien con quien había llegado al barrio. Dicho esto y a pesar de que habíamos adoptado ya una perrita, Greta, estaba clarísimo que quien, sin habernos dado cuenta, nos había adoptado era él a nosotros.

Greta, disfrutando de un paseo.

Garbo y Greta disfrutando del jardín.


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