Morfología de la grieta

Guillermo Ariza*


No es la única ni la más extrema de nuestra historia. Pero es particularmente insidiosa, acontece en un momento histórico de altísima confusión y desasosiego, y en un contexto de crisis social e institucional aguda.


Siamo fuori” fue la frase que inmortalizó la derrota de Italia en la semifinal del mundial de 1990, cuando Goyco atajó el penal que le permitió a la Argentina ser luego subcampeona, ante Alemania. Cierta o no, viene a cuento para describir, en sentido contrario, lo que nos pasa con la ideología, en la que tutti siamo dentro, nessuno sfugge.

Cuando se trata de reconocer la distorsión de ópticas, un cierto reflejo condicionado nos alerta rápidamente sobre la ideología del contrario, la paja en el ojo ajeno… Tan es así que ese refrán forma parte de la sabiduría popular tradicional y resulta desmitificador para denunciar con sencillez la madeja de nociones erradas que determinan en gran medida nuestra conducta en sociedad.

La ideología (cualquiera que sea su “color”: conservadora, progresista, mesiánica o escéptica, entre tantas variedades posibles) está siempre anclada en concretas situaciones sociales. Solo los ángeles carecen de ideología, porque su naturaleza no es humana y ni siquiera sabemos si esos seres deliciosos existen. No hablaremos de ellos.

Cuando nos referimos a la ideología, la sustancia de la grieta, se trata de nosotros los humanos, que caminamos en un valle de lágrimas y las explicaciones que nos damos para entender el mundo nos permiten suponer que lo logramos. Aunque haya tropiezos a cada paso que, reflexionados y asimilados como experiencia, nos permiten convivir civilizada y constructivamente.

¿Estamos condenados a vivir en este desencuentro? En modo alguno. La mayor responsabilidad es de quienes se presumen dirigentes ejemplares, pero cada uno puede poner su granito de arena

Hablando específicamente de los argentinos, últimamente andamos más confundidos que de costumbre, en buena medida debido a que estamos atrapados en una grieta ideológica exacerbada que nos vuelve irreconciliables. Ridículo, pero constatable.

En la mirada grietosa, siempre el error y la culpa de lo que pasa son del otro, con total certeza (y no nos preguntamos por qué). Si soy opositor, es porque somos representados por gente insensible que gobierna para los ricos. Si en cambio soy oficialista, todo lo que sale mal es por culpa de sorpresivos cambios mundiales combinados con la irresponsabilidad populista que echa todo a perder con sus demandas insaciables.

La autoindulgencia es una condición necesaria y funciona más o menos así: como mis convicciones me confieren la razón, y estoy seguro de ello, mis conclusiones son las mejores; y en consecuencia los equivocados son los demás, que solo miran su ombligo y no ven la realidad. Si en lugar de decir “son los otros los equivocados” digo “están”, introduzco un principio de duda temporal, y con ello abro la posibilidad de que algo pueda cambiar, pero ese es un camino peligroso que puede hacer tambalear mis convicciones y generarme una indeseable incertidumbre.

Cuando este jueguito de certezas es practicado por funcionarios, de cualquier signo, aparece una suerte de narcisismo institucional que los lleva a dar por descontado que están haciendo todo bien, como nadie nunca antes. Reemplazan la opinión de sus víctimas/beneficiarios por un tranquilizador autobombo.

Esto tiene que ver con baja calidad institucional, puesto que esa autopropaganda se formula desde posiciones de poder y no se somete a evaluación de ningún tipo. De allí que la libertad de prensa tenga que ser siempre absoluta, y la mirada del periodista completamente independiente y crítica, para equilibrar las imposiciones de quienes pretenden modelar conciencias…

Nuestra comunidad está hoy atravesada por una profunda grieta, tan insustancial como violenta en términos simbólicos. Se argumenta que “grieta eran las de antes”, desde federales y unitarios, régimen y causa, peronismo y antiperonismo, entre las más célebres. Es verdad que la historia argentina es pródiga en enfrentamientos sangrientos.

Pero esta es particularmente insidiosa, puesto que acontece en un momento histórico de altísima confusión y desasosiego, y para colmo en un contexto de crisis social e institucional aguda, con un tercio de nuestros compatriotas en la pobreza, situación que también es objeto de una manipulación obscena.

Nadie ha renunciado explícitamente a desmontar la grieta, aunque todos dicen que no la fogonean. Cierto es que está funcionando un mecanismo de certezas subterráneo, desde el elemental “Macri [o Alberto, el sujeto es intercambiable] miente” al más sofisticado chantaje de que estaría en juego nada menos que la República, por un lado, o, por otro, la brutalidad de los dueños del dinero para empobrecer al pueblo. Ambas presunciones, con sus variantes, carecen de sentido, pero estas presuntas “verdades” tan extendidas son apenas prejuicios precarios.

¿Estamos condenados a vivir en este desencuentro? En modo alguno. La mayor responsabilidad les cabe sin duda a quienes se presumen dirigentes ejemplares, pero cada uno de nosotros puede poner su granito de arena no repitiendo agravios, concediendo el beneficio de la duda, pensando en lo mejor para el conjunto, sin comprar pescado podrido en las redes antisociales.

La grieta antagoniza, crea muros y fosas irreconciliables, esa es su función y para eso se la convoca y utiliza en auxilio fantasmal del “dividir para reinar”. ¿De dónde salen todas las piezas de basura que nos llega por las redes? ¿Quiénes las fabrican, las pagan, las inspiran? Allí tenemos un principio de autodefensa para aplicar: no asumir como cierto sino solo aquello que veo con mis propios ojos, como el incrédulo Tomás con las llagas de Cristo.

* Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, diplomado en Urbanismo y Planificación en Francia; periodista; integra la Fundación Frondizi y el Club Político Argentino .


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