Morocha
Alta y elegante caminaba con un elástico para el pelo entre los dientes.
De repente, como si una guitarra hubiera arrancado una copla gitana, sus manos comenzaron a aletear.
Sus dedos enhebraban el pelo en el elástico que subía y bajaba, se estiraba y se torcía mientras que la punta de sus cabellos entraban y salían y, como un látigo, dibujaban ochos en el aire.
Su pelo negro había sido dominado y una cola caía en cascada bien sujeta.
El resto del pelo, tirante, brillaba sobre el contorno alunado de su cabeza. Siguió caminando tan alta y tan elegante.
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