Moteles, donde habitan las pasiones

Son los sitios más elegidos por los amantes furtivos. Preservar la intimidad es la regla de oro.

Están abiertos las 24 horas, los 365 días del año y sólo se toman un descanso fugaz para el brindis de Navidad y Año Nuevo. El personal que allí trabaja está al servicio de la demanda y la atención siempre tiene que ser rápida, inclusive cuando los hechos son simultáneos. Debe primar la asepsia, el respeto y los pasillos sólo toleran el silencio porque en las habitaciones hay gente en cama.

La referencia -aunque parezca- no corresponde a la guardia de un hospital público ni de una clínica privada. Los moteles alojamientos también son lugares a los que llegamos con urgencias; la del desenfreno que produce el placer sexual, la de aprovechar cada instante cuando los amantes tienen los minutos contados para agotar entre cuatro paredes los deseos más íntimos.

Es miércoles en la noche y el frío curte la piel. Pero en la zona norte de Cipolletti, donde se acaba el caserío de un barrio humilde y se terminan las luces de la ciudad, el motel temático calienta la temperatura. Cuatro inmensas murallas, protegidas con alambres helicoidales, rejas y más tejidos, separan al telo del paisaje urbano y lo hacen impenetrable para los intrusos. Es una verdadera fortaleza.

Jorge, el encargado, y “Pety”, una de las mucamas, nos abren la puerta de la conserjería y así llegamos a un espacio que nadie conoce pero que todos se preguntan cómo será. Sobre una mesa larga hay pantallas en las que se monitorean más de una decena de cámaras de un circuito cerrado de video. Están instaladas en el exterior del edificio, en puntos estratégicos, para resguardar la seguridad de los clientes. Una consola con botones y luces indica si las habitaciones están ocupadas, disponibles o en proceso de limpieza. Un programa informático calcula el tiempo de cada turno, le avisa al conserje los valores de las tarifas que debe cobrar y hasta selecciona la música funcional que se escucha en todas las habitaciones. Otras teclas abren y cierran portones automáticos, encienden y apagan luces y activan sistemas de emergencia como por ejemplo un generador eléctrico. En ese mismo sitio hay una caja con algunos objetos que olvidaron los clientes, objetos anónimos pero que tienen rótulos con información del horario y el día en el que se tomó cada turno.

Mientras Jorge asigna habitaciones a los que van llegando, el diálogo se vuelve cada vez más interesante. “Tengo disponible la número 2, que es estilo sadomasoquista”, dice con voz tenue. “¿Qué tiene?”, le preguntan. “Cadenas, esposas, látigos…”, contesta y los amantes aceptan y eligen el cuarto. Al mismo tiempo, desde la cocina marchan dos fernet para la 4 y cinco minutos más tarde llega una pareja en moto que regatea la tarifa antes de entrar.

Para ir a un hotel alojamiento -cuenta Jorge- no hay horarios ni convenciones. La rotación es continua y los clientes pueden trasladarse en autos, camionetas y taxis pero también lo hacen en motos, bicicletas y hasta caminando.

“Abrimos el motel hace un poco más de cuatro años y la verdad es que todos los días vamos aprendiendo un poco más. Cada tanto van apareciendo situaciones, pedidos que te sorprenden y te ponen a prueba. Trabajar en este lugar tiene una gran responsabilidad porque hay que cuidar la intimidad de las personas que nos eligen. Siempre está el mito de que hay cámaras en las habitaciones o que se espía pero acá eso no sucede. Mientras no haya ningún inconveniente, los clientes paguen y no te rompan ni te roben nada, lo que pasa dentro de la habitación no es un problema nuestro”, explica.

El conserje y la mucama de turno deben ser dos fantasmas en el lugar. Nadie puede verlos y esa es una norma inviolable. Se mueven silenciosamente por un largo pasillo que comunica con todas las habitaciones. En ese pasaje el personal tiene estrictamente prohibido el uso de celulares, incluso en las paredes existen carteles que remarcan esa condición. En el pasillo hay música funcional y apenas algo de luz para disimular los pasos y evitar que los ruidos de la limpieza causen molestias.

“Cada vez que se desocupa una habitación, las mucamas se encargan de limpiar todo a fondo. Se aspiran las alfombras con una aspiradora muy silenciosa. Tenemos en el depósito un arsenal de productos de limpieza y desinfectantes. Las sábanas se embolsan y van a parar a un lavadero industrial. La higiene es fundamental. Cuando el cliente se retira hacemos una revisión de los ceniceros y toallones. Si algo falta, les pedimos de la mejor manera que vuelvan a la habitación”, destacan.

El trabajo en el telo -asegura Jorge- lo ha llevado a desarrollar un sexto sentido. Dice que con sólo escuchar la voz a través del teléfono de quien requiere el servicio él percibe si tomará un turno de una o más horas. “Hay clientes que vuelven dos o tres veces por semana en el mismo horario. Y, aunque no les conocés las caras, se va generando un contacto. El año pasado había un hombre que venía todos los días, media hora”.

La mayoría de los clientes que llegan al motel, comenta Jorge, “está de trampa. Son pocos los que vienen con su mujer o a celebrar un aniversario”. El horario de la tarde, afirma, es el momento más elegido por los “piratas”. Los fines de semana la concurrencia aumenta y en algunas oportunidades el motel se ha quedado sin espacio. “Hemos llegado a tener un trencito de cinco autos esperando que se desocupen las habitaciones”, recuerda.

El pulso de los moteles es intenso y aunque los tiempos cambian siguen siendo lugares de encuentro que no pierden vigencia. La ocupación puede crecer o disminuir pero las personas siempre necesitarán de ese rincón porque en casa no hay intimidad o porque no hay otro lugar para las relaciones no blanqueables. Pero también seguirán siendo espacios reservados para los que se excitan con los espejos y las luces de colores, para los que se conocen por chat y buscan un territorio neutral.

Diego Andrés Von Sprecher

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