“Nuevo paradigma cultural sobre la paternidad”
En la novela “El jardín de los venenos”, ambientada en nuestra Córdoba del siglo XVIII, la escritora Cristina Bajo narra la situación de las encumbradas damas “en estado” y de las puérperas a las que no se les permitía asistir a misa, a procesiones religiosas, a reuniones sociales y mucho menos recibir invitados en su casa, únicos ámbitos admitidos por la sociedad como convenientes a la hora de pretender cierto grado de esparcimiento. La razón de ello es que quedaba expuesto el “pecado original” que motivaba su condición y, por ende, su “impureza”. En esa sentencia social no se tenía en cuenta que el mentado pecado era una obligación marital de la mujer, que de no cumplirse era a la vez condenable. En cuanto al marido, se esperaba de él que asegurara la descendencia y administrara los bienes de la familia, la mayoría de las veces muy bien nutridos por la dote de su esposa, sobre la que ejercía propiedad absoluta. Incluso, con la venia de la Iglesia, única institución que tutelaba el orden moral y social, era aceptable que mantuviera “manceba” y engendrara “bastardos”. Desde aquellos tiempos a hoy muchos derechos se han reivindicado, gracias a la lucha de mujeres que, ya sea desde la vida pública o desde el más absoluto anonimato, no cejaron hasta lograr las conquistas sociales y legales tendientes a garantizar la igualdad de oportunidades. Es indudable que desde el ingreso masivo de la mujer al mercado laboral, y tras años de demostrar que no sólo es un “agente reproductor de la especie humana”, la participación del hombre en la construcción de los afectos con los hijos se ha profundizado. Tareas que antes eran exclusivamente inherentes a la madre comenzaron a ser compartidas por el padre, primero como objeto de curiosidad o a modo de colaboración esporádica, más tarde por el placer que genera el compartirlas. Lo cierto es que se hace necesario redefinir la paternidad en términos más cotidianos. Hay, afortunadamente, un paradigma cultural que ha cambiado en lo referente a la paternidad: “Los hombres fuimos negados para la crianza, para la nutrición, para el contacto emocional con nuestros hijos y para entender sus señales. Y hoy, cuando se propone ser más participativo en su paternidad, se encuentra con que hay cosas que no sabe porque no le son familiares (y no porque sean ajenas a su condición de varón). ¿Cómo puede aprenderlas? De la misma manera en que las aprende la madre, la única posible: a través de un contacto frecuente y estrecho con el hijo”, reflexiona Sergio Sinay, autor de “Ser padres es cosa de hombres”. No obstante encontramos muchas veces en nuestra legislación resabios de aquellos conceptos cuasi medievales, lo que hace imperiosa su revisión, particularmente en lo atinente a la legislación laboral sobre maternidad y paternidad. Si bien la madre necesita de un tiempo más extenso que le permita reacomodar su biología, también su pareja necesita de un tiempo para construir el lazo afectivo y el biológico con los que no fue privilegiado durante nueve meses. Es necesario que en todo cambio de la legislación sobre esta materia se contemple ese derecho para las parejas integradas por personas del mismo sexo. Lo cierto es que la relación parental debe ser abordada en la legislación desde una concepción más contemporánea, entendiendo que los roles materno y paterno se deben complementar no sólo en la atención sino también en la fundación del vínculo afectivo, y esta complementariedad debe iniciarse a partir de los primeros momentos de la vida del niño, pues la construcción de la personalidad se inicia allí. Alicia Mónica Mier DNI 12.226.300 Viedma
En la novela “El jardín de los venenos”, ambientada en nuestra Córdoba del siglo XVIII, la escritora Cristina Bajo narra la situación de las encumbradas damas “en estado” y de las puérperas a las que no se les permitía asistir a misa, a procesiones religiosas, a reuniones sociales y mucho menos recibir invitados en su casa, únicos ámbitos admitidos por la sociedad como convenientes a la hora de pretender cierto grado de esparcimiento. La razón de ello es que quedaba expuesto el “pecado original” que motivaba su condición y, por ende, su “impureza”. En esa sentencia social no se tenía en cuenta que el mentado pecado era una obligación marital de la mujer, que de no cumplirse era a la vez condenable. En cuanto al marido, se esperaba de él que asegurara la descendencia y administrara los bienes de la familia, la mayoría de las veces muy bien nutridos por la dote de su esposa, sobre la que ejercía propiedad absoluta. Incluso, con la venia de la Iglesia, única institución que tutelaba el orden moral y social, era aceptable que mantuviera “manceba” y engendrara “bastardos”. Desde aquellos tiempos a hoy muchos derechos se han reivindicado, gracias a la lucha de mujeres que, ya sea desde la vida pública o desde el más absoluto anonimato, no cejaron hasta lograr las conquistas sociales y legales tendientes a garantizar la igualdad de oportunidades. Es indudable que desde el ingreso masivo de la mujer al mercado laboral, y tras años de demostrar que no sólo es un “agente reproductor de la especie humana”, la participación del hombre en la construcción de los afectos con los hijos se ha profundizado. Tareas que antes eran exclusivamente inherentes a la madre comenzaron a ser compartidas por el padre, primero como objeto de curiosidad o a modo de colaboración esporádica, más tarde por el placer que genera el compartirlas. Lo cierto es que se hace necesario redefinir la paternidad en términos más cotidianos. Hay, afortunadamente, un paradigma cultural que ha cambiado en lo referente a la paternidad: “Los hombres fuimos negados para la crianza, para la nutrición, para el contacto emocional con nuestros hijos y para entender sus señales. Y hoy, cuando se propone ser más participativo en su paternidad, se encuentra con que hay cosas que no sabe porque no le son familiares (y no porque sean ajenas a su condición de varón). ¿Cómo puede aprenderlas? De la misma manera en que las aprende la madre, la única posible: a través de un contacto frecuente y estrecho con el hijo”, reflexiona Sergio Sinay, autor de “Ser padres es cosa de hombres”. No obstante encontramos muchas veces en nuestra legislación resabios de aquellos conceptos cuasi medievales, lo que hace imperiosa su revisión, particularmente en lo atinente a la legislación laboral sobre maternidad y paternidad. Si bien la madre necesita de un tiempo más extenso que le permita reacomodar su biología, también su pareja necesita de un tiempo para construir el lazo afectivo y el biológico con los que no fue privilegiado durante nueve meses. Es necesario que en todo cambio de la legislación sobre esta materia se contemple ese derecho para las parejas integradas por personas del mismo sexo. Lo cierto es que la relación parental debe ser abordada en la legislación desde una concepción más contemporánea, entendiendo que los roles materno y paterno se deben complementar no sólo en la atención sino también en la fundación del vínculo afectivo, y esta complementariedad debe iniciarse a partir de los primeros momentos de la vida del niño, pues la construcción de la personalidad se inicia allí. Alicia Mónica Mier DNI 12.226.300 Viedma
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