OPINIÓN: Un club a la deriva

El escritor y periodista Sergio Sinay respondía esta semana a una entrevista en el diario Crítica de la Argentina. Estudioso de los vínculos humanos y la condición masculina, Sinay respondía seriamente sobre su especialidad. Le preguntaron «qué hay que erradicar del mundo». Y respondió, en ese mismo tono, que erradicaría «a los autoritarios, a los egoístas y a los intolerantes». Y acotó, también serio, «y a la dirección de River Plate».

El caos al que ha llegado River se reflejó en las últimas horas con el desesperado manotazo que dio el DT Néstor Gorosito por el «Burrito» Ortega, otra vez puesto como «salvador», cuando todos los informes procedentes de Mendoza indican que está cada vez más lejos de su mejor nivel y que, además, está lejos también de recuperarse de la adicción al alcohol que arruinó sus últimos años.

José María Aguilar, un hombre culto, abogado, sensible no sólo a los éxitos deportivos, sino también a la función social del fútbol, asumió años atrás como si fuera «la gran esperanza blanca», un modo de referirse a un dirigente de club grande que tenía un discurso atractivo y hablaba de decencia en medio de la jungla.

Pero se despedirá este año, por ahora, del peor de los modos, no sólo con River hundido deportivamente, sino también azotado por las pujas internas de una barra brava que el club supo alimentar y con la mayor parte de sus jugadores en manos de intermediarios, fondos de inversión y otras manos ajenas, a las que fueron cedidos, en algunos casos, aún antes de que debutaran en la Primera División.

La nueva y última derrota de Mendoza, humillante ante los pibes suplentes de Boca, suscitó un sentimiento generalizado: casi nunca se vio tan mal a River. Oscar Ahumada, señalado acaso como uno de los pocos líderes del plantel, confesó en las últimas horas algo que, tal vez, irritará a algunos de sus compañeros, pero que desnuda el estado actual de las cosas: «hay chicos a los que les pesa mucho y lloran en el vestuario».

Nunca fue bueno recurrir a los más pibes en situaciones difíciles. A River, ahogado económicamente, con deudas por 107 millones de pesos, parece no quedarle otro recurso. Las penurias del Sub 20 del Checho Batista en Venezuela parecen indicar que el fútbol argentino sufre una crisis en sus divisiones inferiores. Pero también allí está cerca el ejemplo de Boca, que exhibe un pibe tras otro con el aplomo de una Primera.

Ya había llamado la atención el anuncio del arribo de Marcelo Gallardo, requerido por el colombiano Radamel Falcao, cuando el Muñeco, se sabe, se fue del club como suplente y tampoco rindió en la mediocre Liga de Estados Unidos, aún con lesiones que afectaron su continuidad. Ahora Gorosito, acaso desesperado por la situación, revela que habló con el Burrito Ortega y reflotó la posibilidad de su retorno.

A esta altura resulta casi conmovedor el «Ogro» Fabiani. Ayer hizo caer su trasferencia ya concretada a Vélez Sársfield reiterando que él sólo quiere jugar en River. Su actitud, poco profesional, pues se burló de su contrato con Newell´s, adquiere en este contexto un matiz distinto. Él, al menos, cree que River todavía tiene remedio.

 

POR EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES


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