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Arrojados al azar

Ser el hombre justo en el momento justo es algo excepcional. La casi totalidad de nosotros es la persona común en situaciones comunes y eso nos condena a que, aun si tenemos alguna capacidad que nos podría rescatar de la medianía, ni siquiera seamos capaces de saber cuál era.

Por Daniel Molina


Nuestra vida es fruto del azar. Somos los que somos porque en tal momento fortuito se unió el semen de nuestro padre con el óvulo de nuestra madre y dio inicio a esa aventura que se concretó en nuestra persona. Pudo ser unos minutos antes o después, y esa pequeña diferencia temporal -que habría determinado que otro espermatozoide distinto hubiera sido el que llegó primero al óvulo– nos habría hecho completamente diferente: podríamos ser de otro sexo, de otra contextura física e, incluso, podríamos no haber nacido.

Para cada uno de nosotros el tiempo que importa no es el momento en el que Colón zarpó del Puerto de Palos o el momento en que Julio César venció a Vercingetorix sino aquel en el que nos sucedió algo memorable. Todo la historia del universo nos importa menos que un chisme insignificante que sucedió en el ámbito en el que nos movemos. Vivimos encerrados en lo mínimo.

No somos conscientes de que cada cosa que ha marcado nuestra vida es fruto del azar, desde el nacimiento hasta el momento en que nos vayamos. Somos tales porque una circunstancia fortuita determinó que este espermatozoide y no aquel otro (entre millones) llegara primero al óvulo materno.

No somos conscientes de que fuimos a tal escuela y tuvimos tales amigos porque nuestros padres pudieron darnos tal formación. En ese contexto -que ni elegimos ni pudimos prever- hicimos lo que pudimos con lo que teníamos.

Creemos todo el tiempo que tomamos decisiones. Pero lo cierto es que elegimos, en el mejor de los casos, entre muy pocas variables. Vivimos soñando que un golpe de suerte nos podrá rescatar del destino trillado, poco glamoroso, nada aventajado que nos ha tocado a la mayoría, pero lo cierto es que casi nadie logra escapar del lugar preciso que el cúmulo de azares le ha configurado como vida.

Todo libro de autoayuda comienza por la fórmula “Tú puedes”. Sin embargo, el 99% de la humanidad muere en el destino que le fijó su nacimiento. Y el otro 1% se logra apartar por accidentes que no pudo prever, pero no porque trabajó denodadamente para alcanzar una gloria que no pudo conocer.

Por un Messi hay 8.000.000.000 de otros humanos que no son estrellas del fútbol. Y Messi logró ser lo que es por un azar benéfico: nació siendo un genio del fútbol en una época que valora el deporte profesional. Si Messi hubiera nacido en el siglo XVIII su pequeña estatura, su poca capacidad para sobrevivir en una ambiente miserable y hostil lo hubiera condenado a morir de hambre quizás antes cumplir 20 años, como la mayoría de los jóvenes no privilegiados de aquella época. Y nadie, ni él mismo, hubiera sabido que en otro momento de la historia podría haber sido un héroe deportivo

Ser el hombre justo en el momento justo es algo excepcional. La casi totalidad de nosotros es la persona común en situaciones comunes y eso nos condena a que, aun si tenemos alguna capacidad que nos podría rescatar de la medianía, ni siquiera seamos capaces de saber cuál era.

La casi totalidad de las chicas no será Marilyn Monroe ni Madame Curie y la casi totalidad de los chicos no será ni Messi ni John Lennon ni Albert Einstein. No solo porque la mayoría de nosotros no tiene el talento extremo que se requiere para ser uno de los excepcionales, sino porque ni sabemos si tenemos algún talento que pueda valer algo para los demás. Como vimos, fuera de este momento histórico Messi no hubiera sido Messi (ni Lennon hubiera sido uno de los Beatles si hubiera nacido en Indonesia en una familia pobre, aunque tuviera talento para la música).

Una novela famosa en los 40 (cuya popularidad llegó a sostenerse hasta bien entrados los 60 en todo el mundo) se titulaba “Una hoja en la tormenta” y era obra del novelista chino Lin Yutang. En ella narraba, a través de las vicisitudes de tres personajes centrales, escenas de la guerra chino-japonesa de fines de los años 30 y comienzo de los 40.

En medio de crueldades inimaginables y penurias de todo tipo, la vida de cada persona se veía justamente como se ven las “hojas en la tormenta”. Cada personaje era arrastrado a acciones y situaciones que no deseaba, pero de las que no podía escapar.

Esa novela narra un caso bélico, pero deja la sensación de que cada vida, aun la más “normal”, vive en el azar que no elige: somos hojas en la tormenta, que el viento dispersa en la nada. Sin embargo, todos creemos que tomamos decisiones y afrontamos desafíos y que, a veces, resultamos victoriosos. Es duro aceptar que es el azar el que gobierna nuestras vidas.


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