Democracia y presidencialismo


De regir un sistema parlamentario, el país hubiera estado en manos de un gobierno de características muy diferentes del actual desde noviembre de 2021.


Los teóricos coinciden en que el gran mérito del sistema democrático es que permite a la ciudadanía reemplazar a un gobierno que la decepciona por otro sin sentirse constreñida a recurrir a la violencia. Si tenemos suerte, es lo que ocurrirá aquí antes de terminar el año, pero sucede que ya ha transcurrido demasiado tiempo desde que se hizo evidente que la mayoría quería despedir a quienes estaban en el poder por entender que seguirían mostrándose incapaces de manejar bien la economía o de garantizar un mínimo de seguridad ciudadana, temas que, por cierto, no figuraban entre sus prioridades porque “la jefa”, Cristina, estaba plenamente ocupada luchando contra el Poder Judicial por motivos exclusivamente personales.

Aunque a pocos les gusta señalarlo, la crisis política, social y económica que está devastando el país se ha visto agravada por la extrema rigidez del calendario electoral que prevé la Constitución nacional. Como la estadounidense que le sirvió de modelo, es decididamente presidencialista y por lo tanto significa que un gobierno que en opinión del grueso de la ciudadanía ha fracasado tiene derecho a aferrarse al poder hasta completar los cuatro años que le corresponden a menos que una mayoría abrumadora de los legisladores opte por desalojarlo mediante un juicio político, lo que, demás está decirlo, sería traumático para todos.

De regir un sistema parlamentario, el país hubiera estado en manos de un gobierno de características muy diferentes del actual desde noviembre de 2021. Si hubiera resultado ser igualmente inoperante, los políticos ya estarían reagrupándose a fin de enfrentar con mayor éxito el desafío planteado por la brecha cada vez mayor que se da entre lo que quisiera buena parte del electorado y lo que es posible en un país poco productivo que carece de recursos financieros.

El presidencialismo de origen norteamericano tiene resabios monárquicos que ayudan a brindar una sensación de estabilidad y que, en América latina, lo hicieron atractivo a quienes gobernaban sociedades de tradiciones caudillescas. Era natural, pues, que lo adoptaran con entusiasmo, pero puesto que no es el único sistema que se basa en el respeto por la voluntad popular combinado con el reconocimiento de que hay que tomar en cuenta las necesidades prácticas de sociedades modernas, criticarlo no es antidemocrático.

Cuando es necesario que un país se adapte a nuevas circunstancias, las deficiencias del presidencialismo se hacen evidentes. Escasean los mandatarios dispuestos a confesar que, cuando iniciaban su gestión, se equivocaron al elegir un rumbo determinado. Antes bien, por una cuestión de orgullo, casi todos persistirán en el error, lo que no podrían hacer si tuvieran que conservar el apoyo de diputados y senadores reacios a pagar los costos políticos que les supondría ser considerados en parte responsables de un desastre.

También se ve perjudicada la oposición. Aun cuando llegue a contar con el respaldo de amplios sectores y triunfe en las elecciones legislativas de medio término, tendrá que esperar un par de años más antes de asumir el poder. Si bien es natural que los dirigentes de las diversas facciones de Juntos por el Cambio creyeran poder darse el lujo de privilegiar sus propias internas porque disponían de mucho tiempo, no tardaron en exagerar sus divisiones, con el resultado de que muchos han perdido confianza en su capacidad para gobernar con solvencia.

De todos modos, hay señales de que en el seno del kirchnerismo está difundiéndose la conciencia de que, si bien el gobierno que ha formado no está clínicamente muerto, su estado es vegetativo y le costará mucho mantenerse intacto hasta celebrarse las elecciones programadas para el 22 de octubre. Según el ex ministro de Desarrollo Territorial Jorge Ferraresi, “Sergio Massa asumió “un día antes de que nos vayamos en helicóptero”. Por su parte, Andrés “Cuervo” Larroque, asustado por el ímpetu adquirido por la inflación que amenaza con transformarse en hiperinflación y por las esporádicas corridas cambiarias, acaba de confesar que “Creíamos que no llegaríamos al viernes”.

Parecería, pues, que en el gobierno mismo hay quienes están pensando en cortar el nudo gordiano constitucional huyendo del poder que, en tal caso, se vería depositado en una Asamblea Legislativa, lo que quiere decir que incluso ciertos dirigentes oficialistas reconocen que, en una emergencia, el sistema parlamentario es superior al presidencialista. Lo es porque es mucho más flexible y por lo tanto más apropiado para épocas de cambios rápidos como la actual en que puede fracasar por completo una estrategia que, apenas un año antes, había contado con la aprobación de una parte sustancial de la sociedad.


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