Derecha e izquierda intercambian lugares


En Occidente industrializado hoy es “de derecha” simpatizar con obreros perjudicados por la globalización y “de izquierda” solidarizar con elites ilustradas.


Lo mismo que en otras partes del mundo, en la Argentina “derecha” es una mala palabra. Para quienes dominan las industrias culturales, entre ellas la de los medios de difusión masiva, es sinónimo de mezquindad, crueldad e indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Es por tal motivo que los candidatos electorales del kirchnerismo nos advierten que, a menos que triunfen en las urnas, se vendrá la derecha, lo que sería una catástrofe terrible para virtualmente todos.

Pues bien; ¿Qué es la derecha política?

Las definiciones varían. En Europa, donde el avance rápido de movimientos que se suponen de derecha asusta al progresismo que últimamente está perdiendo terreno, se caracteriza por el fervor nacionalista de sus adherentes que, para indignación de los biempensantes, hablan mucho de patriotismo y no vacilan en enarbolar la bandera de su país particular.

Desde el punto de vista de tales europeos, casi todos los argentinos son ultraderechistas, ya que les gustan las insignias nacionales, pero sucede que aquí los politizados prefieren concentrarse en temas socioeconómicos.

Para militar en la derecha dura uno tiene que querer reducir el gasto público, es decir, ajustar, por entender que no hay otro modo de combatir la inflación y estimular la productividad.

Es lo que hacen muchos gobiernos centristas e incluso izquierdistas en Europa, mientras que los partidos tildados de derechistas, como los de la francesa Marine Le Pen y la italiana Giorgia Meloni, apoyan estrategias económicas que un par de generaciones antes hubieran sido calificadas de laboristas pero que en la actualidad suelen ser repudiadas como “populistas”.

Tanto el kirchnerismo como otras manifestaciones del peronismo se han ubicado en el lado izquierdo del espectro ideológico porque, como afirmó una vez Néstor Kirchner, hacerlo “te da fueros”.

De haber permanecido los gobiernos encabezados por la pareja santacruceña en una zona derechista, hubieran sido blancos fáciles de la artillería propagandística de los medios más influyentes del mundo y de sus equivalentes locales.

En los países occidentales más prósperos, las pautas que durante más de un siglo sirvieron para determinar el lugar ideológico de las distintas facciones políticas se han visto reemplazadas por otras que son muy distintas.

Antes de producir beneficios económicos para los consumidores la globalización y ponerse en marcha el proyecto europeo que, para consolidarse, requeriría un gran esfuerzo por reducir las diferencias que se dan entre las naciones que conforman la Unión Europea, el patriotismo era tomado por algo natural, pero hoy en día abundan progresistas que lo creen una emoción primitiva, reaccionaria y racista que es propia de plebeyos ignorantes y xenófobos.

En otros tiempos, era habitual ver la política como una lucha entre el proletariado mayoritario y una elite socioeconómica convencida de que su superioridad intrínseca la obligaba a encargarse del destino del conjunto.

Según dicho esquema, los decididos a dar prioridad a los intereses de la mayoría eran de la izquierda y quienes defendían los privilegios de la elite eran derechistas.

En Europa y América del Norte, los roles se han invertido. Es “de derecha” simpatizar con obreros que han sido perjudicados por la globalización y se sienten incómodos frente a la inmigración de millones de personas de cultura y convicciones religiosas que les son radicalmente ajenas, mientras que ser de izquierda, o sea, progresista, significa solidarizarse con las elites académicas y mediáticas que desprecian a los reacios a entender que la historia de su propio país – con tal que sea de tradiciones que originaron en Europa -, es una larga crónica de crímenes de lesa humanidad.

Por fortuna, hasta ahora la Argentina se ha mantenido alejada de “las guerras culturales” que están provocando revuelos en los países anglohablantes y la parte occidental de Europa.

Si bien los kirchneristas han intentado importar novedades como el “lenguaje inclusivo” en que abunda el uso de la “x” y la “e”, y han gastado mucha plata en un “ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad”, tales iniciativas no han provocado los trastornos que ya son rutinarios en otras latitudes.

Tampoco ha prosperado aquí la “cultura de la cancelación” impulsada por partidarios de la nueva izquierda que están resueltos a silenciar a todos aquellos que no comparten sus opiniones y se esfuerzan por proteger a los jóvenes de la influencia nefasta de pensadores que en su momento eran considerados progresistas pero que, para quienes dicen estar luchando contra el racismo, el sexismo y otros males, en realidad se equivocaron tanto que merecen verse incluidos entre los reaccionarios de la derecha.


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