El auténtico fin de la Guerra Fría y la amenaza nuclear


Se produce una invasión a un país soberano con bombardeos a las ciudades y artillería contra la población civil, causando un desastre humanitario.


Civiles ucranianos dejan refugios después de un intenso bombardeo (AP Photo/Vadim Ghirda)

Hiroshima, Siglo XX, 6 de agosto de 1945, 8:15 AM. Un flash ultra blanco, enceguecedor, impacta y fulmina una mañana tranquila y diáfana en el centro de la ciudad. Una inmensa columna de humo y fuego en expansión se ve, entre retazos de nubes, desde las ventanillas del Enola Gay, el Boeing B-29 que, con sus cuatro motores a hélice anclados en sus largas alas, escala el cielo en huida como una inmensa bala de plata, luego de soltar a Liltte Boy y desatar el infierno. El inmenso hongo nuclear, de pie como un coloso en el centro de la ciudad, libera su energía, la onda expansiva de fuego a trescientos mil grados centígrados fulmina y deshace lo que encuentra a su paso y va creando una atmósfera infernal de fuego y vacío que condensa el aire, provocando de inmediato un huracán que aporrea con trozos de trozos de trozos de todo lo que fragmenta a su paso. Los vidrios que vuelan se transforman en agujas, el calor hace torcer el hierro, arranca las prendas, la epidermis, la dermis, la hipodermis la carne, abraza hasta dejar los huesos pelados a cierta distancia…

En ese pasaje de mi última novela “Llamando a las Olas 2” traté de imaginar un hito histórico que no sólo puso fin a la Segunda Guerra Mundial, sino a una concepción de la guerra. La humanidad ya nunca más toleraría que los conflictos bélicos se dirimieran en escenarios dantescos con matanza masiva de civiles. Terminada la segunda guerra mundial las dos grandes potencias, rápidamente marcaron la cancha: EE.UU. para frenar la influencia Soviética en Europa lauda con sus aliados la OTAN y como contrapartida la U.R.S.S. firma el “Pacto de Varsovia” con los países del bloque del Este, que constituían parte de la frontera europea que hoy Putin tiene la fantasía de recuperar.

Estas dos grandes alianzas militares crearon un nuevo escenario de guerra al que se denominó “Guerra Fría” y que abarcó prácticamente la segunda mitad del siglo XX.

En su etapa final los enfrentamientos armados se caracterizaron por darse en lugares alejados de las urbes, con un teatro de guerra protagonizado exclusivamente por militares y de duración generalmente breve, donde las gestiones diplomáticas parecían ser útiles o al menos respetadas por ambos bandos.

Se dice que el fin de la Guerra Fría se encuentra marcado por la reunión en diciembre de 1989 entre el presidente de EE. UU. y el de la URSS Mijail Gorbachov, quien introdujo una reforma política y económica radical en su país, denominada Perestroika, integrándose y aceptando las reglas del nuevo escenario económico mundial.

La caída del muro de Berlín, como consecuencia de ese proceso, es otro hito histórico que termina con divisiones ideológicas anquilosadas y aparentemente irreconciliables.

A raíz de ello Rusia fue perdiendo de manera natural la fuerte influencia que ejercía sobre sus anteriores aliados del bloque del Este. Desde esta perspectiva, muchos creíamos que la movilización de tropas rusas hacia la frontera de Ucrania, no sería más que un anacrónico intento de Putin de reeditar la guerra fría con el objetivo de desempolvar viejos intereses estratégicos y ponerlos en debate en la mesa internacional que integra.

Sin embargo, fue algo peor de lo que pensábamos, se produce una invasión a un país soberano con bombardeos a las ciudades y fuego de artillería contra la población civil, generando en pocos días un desastre humanitario y un éxodo de millones de personas.

Este deleznable accionar instado por una de las principales potencias bélicas del mundo, está forjando un nuevo hito histórico, por cuanto exhibe y pone en debate los límites que la humanidad está dispuesta a tolerar para dirimir los conflictos bélicos entre naciones.

Putin utiliza de ariete su invasión a Ucrania para mostrar nuevamente al mundo su arsenal nuclear, dejando en claro que está vez está dispuesto a usarlo para recuperar lo perdido en la guerra fría.

Su indiferencia al rechazo casi unánime de la comunidad internacional a la invasión pone en evidencia que para Rusia la Guerra Fría no terminó en la década del noventa, y que para llevar adelante sus metas hegemónicas, prescindirá de aquellos viejos pactos para forjar nuevos, pero al calor de las armas.


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